López Obrador y la transmutación

21 de Noviembre de 2024

López Obrador y la transmutación

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El cambio de estrategia del candidato de Juntos Haremos Historia ha requerido mimetización de su carácter frente militancia, adversarios y a invitados a sumarse

La cualidad de ductilidad en un material se refiere a su capacidad para transformar su forma por presión. Andrés Manuel López Obrador finalmente lo entendió así. No hay otro camino para llegar a Lo Pinos, salvo el de la transmutación. Lo que el líder de Morena y candidato presidencial de la coalición Juntos Haremos Historia ha mostrado desde la precampaña no fue casualidad. Cada palabra, gesto, video publicado en YouTube y personaje que redime para sumarlo a sus filas responde a un movimiento estratégico. El cambio de estrategia ha requerido también de la mimetización del carácter del tabasqueño. Frente a la militancia, a sus adversarios, a quienes invita a sumarse y hasta a quienes ofrece la redención. El ajuste en el mecanismo de su maquinaria interna electoral exigió que en esta carrera, quizá la última, el margen de error permitido simplemente sea cero. Es por eso que el candidato de Morena, el PT y Encuentro Social puso en manos de Marcelo Ebrard la ejecución final de su campaña. Un hombre que goza de su confianza, que ha demostrado su capacidad de dominar territorios, de operar y generar puentes, de construir barreras defensivas y avanzar hasta el jaque mate. Quien le comprobó su lealtad seis años atrás, cuando los reflectores que da la Jefatura de Gobierno lo posicionaban para disputarle la candidatura presidencial del PRD, cuando Andrés Manuel todavía era parte de esa izquierda que asegura, traicionó su proyecto en más de una ocasión. El exjefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, autoexiliado y señalado al dejar el Antiguo Palacio del Ayuntamiento asociado al escándalo millonario de la Línea 12 del Metro, que sigue sangrando las finanzas de la capital del país, es quien guarda en su puño los hilos de la estrategia en su último tramo. Lo visto durante el periodo de precampaña fue sólo un ensayo. Eso lo saben en el cuarto de guerra del tabasqueño. Es por eso que desde una oficina ubicada al poniente de la Ciudad de México fortalecieron los remaches de acero para los embates que vendrán en esta nueva etapa ya en franca campaña. Sin embargo, en la primera etapa tuvo avances estratégicos importantes. Sus llamados a sumarse al proyecto de Morena, al menos públicamente, acumulan más de 200 mil militantes del PRI, PAN, PRD, Movimiento Ciudadano, Encuentro Social y del Trabajo.

El Pentágono de Andrés Manuel

El cambio más radical, que buscó revolucionar la campaña para enfrentar a sus oponentes políticos de cara a la sucesión presidencial fue dividir al país en cinco regiones, y al frente de ellas nombrar a Ricardo Monreal, Bertha Luján, Julio Scherer, Rabindranath Salazar y Marcelo Ebrard como su principal lugarteniente para la operación estratégica en los 300 distritos electorales del país. El exjefe de Gobierno es el hombre clave. El país se ha convertido en su tablero estratégico. Su equipo más cercano lo sabe. El futuro de la coalición y del proyecto de la izquierda social que desde 2006 ha empujado por todo el país, depende más que nunca de que en esta ocasión, en la tercera, se apueste y se pelee distrito por distrito. Para eso, el plan del tabasqueño fue dividir el país nuevamente. No en la forma en cómo se le atribuyó en las llamadas campañas de contraste que minaron su candidatura en 2006 y 2012. Se trata ahora de una redistribución de sus fuerzas, en el seccionamiento del territorio nacional para apuntalar el proyecto. El líder indiscutible de la izquierda nacional, sin el cual, ninguno de los más de 30 puntos que las encuestas le conceden serían reales, entregó cada sección del territorio a sus alfiles, hombres y mujeres de su mayor confianza que tendrán la encomienda de operar para que en esta elección, el triunfo sea indiscutible y seguro. Marcelo Ebrard está a cargo de la primera circunscripción, que integran Baja California, Baja California Sur, Chihuahua, Durango, Jalisco, Nayarit, Sinaloa y Sonora. La zona más difícil para López Obrador, en cuanto aceptación y número de votos obtenidos históricamente y en donde arranca su campaña este 1 de abril. En la segunda circunscripción quedó a cargo Ricardo Monreal, exdelegado de Cuauhtémoc y también considerado un alfil estratégico por su operatividad política. Esta zona abarca Coahuila, Guanajuato, Nuevo León, Tamaulipas, San Luis Potosí, Querétaro y Zacatecas. Gran parte de estas entidades favorecen al PAN y al PRI, por lo que el trabajo del también exgobernador de Zacatecas será complejo. En la tercera circunscripción fue designado Julio Scherer Ibarra, asesor político y conciliador que ha acompañado a López Obrador por más de una década. En la cuarta zona aparece Bertha Luján, exlíder de Morena e históricamente muy cercana al tabasqueño. Y la quinta circunscripción dirigida por Rabindranath Salazar, quien aspiraba a la gubernatura de Morelos, pero aceptó su derrota en las encuestas internas del partido, que dieron el triunfo a Cuauhtémoc Blanco.

Fin de semana clave

En 2018, la soberbia que regala aventajar en las encuestas no está permitida. Ahora saben en su círculo más cercano que las elecciones se tienen que ganar primero. Por eso no hay margen para los excesos entre los principales operadores de la campaña. Quienes conocen como se aceita el mecanismo electoral del López Obrador reconocen que la batalla verdadera está por comenzar. Por eso el ajuste. Por eso la reconfiguración del país y el nombramiento de personajes que fungirán como pilares en cada sección en la que el territorio será dividido. La fórmula de la ecuación fue presentada en los primeros días de febrero y tuvo como disparo de salida la reaparición pública de Marcelo Ebrard. No importa si con el arranque de la campaña la candidatura de José Antonio Meade, abanderado de la alianza Todos por México del PRI-PVEM y Nueva Alianza, se desmorona o consolida, o si el candidato de la coalición Por México al Frente, Ricardo Anaya, capitaliza el segundo lugar que las encuestas le otorgan. Al final, y una vez que la refriega electoral sea franca, los estrategas de López Obrador están seguros de que el sprint final se dará entre pares. El escenario de una elección de tercios que se perfilaba antes de que los partidos “nombraran” a sus candidatos está prácticamente descartado. Por eso el ajuste. Marcelo Ebrard reapareció públicamente a inicios de febrero y con su regreso se activaron los compases del acomodo en la campaña. El plan busca que antes que el periodo de precampaña concluya, y a casi dos meses del arranque formal de la campaña, la maquinaria sectorial lopezobradorista esté ya operando y sumando votos. Esta forma de operación sectorial del territorio electoral no es ajena para Ebrard. Conoce el sistema de cuadrantes, reflejo de la estrategia que heredó de la administración de López Obrador, cuando era su secretario de Seguridad Pública, bajo la política de “tolerancia cero” que asesoró entre 2002 y 2003 el exalcalde de Nueva York, el republicano Rudolph Giuliani. El modelo de sectores lo encabezará ahora en todo el país con un objetivo electoral. No se trata sólo de movilizar, sino de consumar en votos la movilización, región por región. De acuerdo con el cuarto de guerra, este 2018 no habrán focos especiales en los que el proyecto de Andrés Manuel deba ser fortalecido. Bajo la idea del error cero, todo México está en la mira de la maquinaria electoral morenista. Parte de la reconfiguración en la campaña ha sido el sumar a figuras externas al movimiento. Incluso aquellas señaladas por ser equidistantes al proyecto de nación que el tabasqueño abandera. Sumar es la parte que le toca al candidato presidencial. Ajustar su temple. Apaciguar la confrontación y abrir sus posibilidades.

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El año que definió todo

La derrota electoral de 2006 frente a Felipe Calderón y el robo de votos que sostienen cometieron en su contra desde el gobierno del PAN, para arrebatarle la Presidencia, es una lección que el tabasqueño no olvida. Por el contrario, a la distancia, ese momento definitorio para el futuro de su carrera política es el que más le ha enseñado al tabasqueño. No está dispuesto a que la tragedia electoral se repita en 2018. Nada más que el paso del tiempo sacudió con tanta fuerza y notoriedad a López Obrador. La sacudida fue de tal magnitud, que ha sido el factor determinante que lo hizo aceptar la necesidad de la reconfiguración personal. Que descafeinó estratégicamente su retórica, muchas veces beligerante. Que lo llevó a reunirse con quienes había apuntado con el dedo en alto de ser parte de la llamada mafia del poder.

EL 2 DE JULIO DE 2007 presentó el libro La Mafia nos robó la Presidencia, sobre su campaña y la elección en la que perdió contra Felipe Calderón por sólo 0.5% de los votos. FOTO: Cuartoscuro

Ni sus asesores, aquellos que le han acompañado en sus recorridos por todo el país. Aquellos que lo siguieron desde el PRD para consolidar su proyecto de nación. Ninguno fue capaz de mover la voluntad del líder de la izquierda social para que admitiera que el ajuste también debía tocarlo a él. Ese cambio ha hecho que AMLO se mueva como la marea. Sumando con cada movimiento que hace, abonando a todos. No hay otra opción. Quienes lo conocen de cerca aseguran que Andrés Manuel en el fondo es el mismo, que su esencia permanece intacta y que la transformación únicamente trastocó su naturaleza, la forma en como se muestra, se relaciona y actúa. En los hechos el candidato sí cambió. Es un AMLO más abierto, aseguran en su equipo de campaña. Esa apertura es la que hizo que en los meses previos a la carrera final, considerara necesaria la suma de una alianza. Sabía que Morena no podría transitar en solitario la campaña. Eso lo obligaba a abrir la baraja de las posibilidades.

No soy vengativo, lo único que me importa es el bienestar de México y mirar hacia delante”, soltó hace poco el candidato de Morena, Partido del Trabajo y encuentro Social, mientras invitaba a sus adversarios a sumarse a su movimiento.

Quienes estuvieron cercanos al proceso relataron a este semanario que fue en el proceso de elección del estado de México, cuando Andrés Manuel buscó por última vez al PRD y a Movimiento Ciudadano, para que fueran juntos, primero en la contienda mexiquense y luego para buscar la presidencia. La negociación fue imposible. Incluso el acercamiento por el partido que lo abanderó en 2006 y 2012. LA RUPTURA CON EL PRD, dominado por la tribu de Los Chuchos, no es reciente. La brecha fatal surgió en los albores del sexenio del presidente Enrique Peña Nieto, cuando sus operadores, como Aurelio Nuño, el ahora jefe de campaña de José Antonio Meade, negociaron el paquete de reformas estructurales que empujaba el Ejecutivo. El rompimiento fue inevitable. Entonces López Obrador había perdido por segunda ocasión la Presidencia, ahora ante el PRI. Ese PRI encabezado por Peña Nieto que negoció con la izquierda nacional, representada por el PRD. Un partido debilitado por su caída en la elección de 2012, terminó por sumarse a la propuesta de reformas constitucionales y compromisos que cimentaron el Pacto por México. La decisión del PRD, encabezado entonces por Jesús Zambrano y por Jesús Ortega, rompió con el modelo que López Obrador representaba. Aún con esa decisión, la alianza natural para buscar arrebatar la presidencia al PRI en el 2018 seguía siendo con los partidos de la izquierda nacional. Fue por eso que Morena buscó nuevamente al PRD antes de los comicios en el estado de México. En este proceso, quienes estuvieron cercanos al equipo mexiquense que encabezó Delfina Gómez, como candidata a la gubernatura; aseguran que la moneda de cambio fue la fuerza que Movimiento Ciudadano podía aportar a cualquiera de los dos bandos, al PRD o a Morena. Puesto sobre un mapa electoral, Movimiento Ciudadano lograría apuntalar la fuerza morenista en entidades clave para la elección presidencial. El partido que Dante Delgado dirige es fuerte electoralmente en Jalisco, en donde será un competidor serio para arrebatar la gubernatura al PRI; mientras que en la Ciudad de México, sus números anularían un posible repunte del PRD, su bastión histórico. El saldo hubiera sido doblemente positivo para las aspiraciones de AMLO. Pero soltar el lastre que Los Chuchos significaban para el proyecto abrió un conflicto no calculado con el líder nacional de Movimiento Ciudadano, que prefirió mantenerse fiel al perredismo que le guiñaba ya para conformar la coalición que terminó abanderando al panista Ricardo Anaya.

Fue un error muy grave de Andrés no haber agotado las vía del diálogo de negociación con Dante, pero también lo entiendo. El problema eran Los Chuchos que no saben lo que es la política de principios”, explicó una fuente que conoció de cerca los procesos de 2006 y 2012 con el tabasqueño.

AMLOVE

La cicatriz que dejó 2006 en el zoon politikon de López Obrador recordó que si la ruta la hacía en solitario, las minas que sus enemigos sembraron terminarían por derrotarlo nuevamente. La consolidación de alianzas políticas, aunque fueran dispares de su retórica era urgente. Y comenzó entonces la cosecha de fuerzas disímbolas para Morena. Como ocurrió con el Partido Encuentro Social, con una marcada tendencia conservadora, y de figuras de otros partidos que han sido señalados de oportunismo político. Pero todo se trata de sumar. Entre quienes forman parte de las entrañas de la campaña, la llegada de personajes como Gabriela Cuevas desde las filas de Acción Nacional; Cuauhtémoc Blanco o la familia de la exlíder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), Elba Esther Gordillo, al círculo lopezobradorista más que riesgos significan votos. Que es lo que necesitan. Cada proceso de redención está calculado y su valor medido. El juego ahora se llama “pragmatismo”. La campaña de AMLO está plagada de esto. La suma del Partido Encuentro Social (PES) es una luz al respecto. Fundado por expriistas, incluso vinculado al exsecretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, aliado del ahora gobernador del estado de México, Alfredo del Mazo, para 2018, decidieron “estar del lado correcto de la historia”, a negociar su base de votos nacional, equivalente a casi 1.5 millones de votos. Cuando las puertas están abiertas, no se mira al que la cruza mientras traiga consigo parque. Se trata de una simbiosis casi parasitaria, explicó gente cercana a la negociación. Al PES no le interesa realmente el proyecto de nación de López Obrador, no lo comparte; sin embargo, la alianza con Morena le garantizaría salvar el proceso de 2018, crecer y con ello mantener su registro. El pastel va con cereza para el PES. La alianza abrió la posibilidad de que este partido compita seriamente por su primera gubernatura en Morelos, de la mano de Cuauhtémoc Blanco, el exfutbolista y alcalde de Cuernavaca, que recibió la bendición del líder del movimiento. La nueva visión de apertura se ejecuta al dedillo. Aprovechar el descontento que provocaron las decisiones en las cúpulas del PRI y del PAN, y que dejaron fuera a sus cuadros tradicionales. Gabriela Cuevas, la exsenadora panista, es el ejemplo más reciente.

2017. EL TABASQUEÑO CONFIRMABA su tercera candidatura presidencial. Este año sus esfuerzos se concentraron en las elecciones del estado de México. FOTO: Cuartoscuro 2017.

Pero el proyecto no se alimenta sólo de fuerzas políticas. El valor electoral del magisterio fue ya puesto, en 2006, en la bandeja electoral de López Obrador, quien entonces, sintiéndose prácticamente vencedor de unos comicios que todavía no se realizaban, rechazó el acuerdo con Elba Esther Gordillo, la entonces líder del SNTE, ofreció su apoyo al PAN y a Felipe Calderón. Para 2018 no será igual. La coalición asegura que cuenta con el apoyo de los maestros del país. Como gremio, como sector fuera de liderazgos sindicales o relaciones políticas. Eso implica que el acercamiento de López Obrador no es con La Maestra, sino con el magisterio golpeado por las Reforma Educativa del gobierno en turno. Con una capacidad de movilización de 1.3 millones de profesores registrados en todo el país. Sin embargo, las puertas del corazón tabasqueño no se abrirán para todos. No para los que representan lo que más daño le hizo. El 2006. Los que tejen los hilos de la estrategia morenista lo aseguran, Manuel Espino, quien era presidente del PAN cuando se orquestó le fraude en su contra, no llegará a la campaña. Ninguno de los que considera directamente responsables, operadores y ejecutores de lo que llama el robo de la presidencia hace 12 años, podrá estar en el entorno del tabasqueño.

El puritano irredento

El pragmatismo es la táctica del nuevo Andrés Manuel. Aprovechar el descontento que brota de los partidos enemigos y las dudas que prevalecen en muchos de sus integrantes. El contexto cambió. Así planea arrebatarle la presidencia de la República al PRI. Sonríe, absuelve y recibe en el rebaño. Andrés Manuel López Obrador sabe y está seguro de que si no lo hace, Los Pinos le serán negados por tercera ocasión. Por eso abre los brazos para recibir a los que busquen redención luego de haber engrosado las filas de lo que llamó durante 12 años, la mafia del poder. Porque hay mucha gente buena y decente, los invito a que se vengan con nosotros para que se acabe el régimen de corrupción. Los panistas de buena fe están ahí sirviendo para justificar la dictadura moderna. Yo los llamo porque hay mucha gente buena, decente en el PAN, para que nos unamos”, ha dicho el tabasqueño reiteradamente. Los brincos de los que buscan refugio en Morena al amparo del manto lopezobradorista son sólo los reflejos más públicos de la transformación del tabasqueño. Sin embargo, no son los únicos. El cambio verdadero, aludiendo a uno de sus mantras, está en su actitud, en la beligerancia descafeinada de su retórica. AMLO entendió la fórmula. El camino para llegar a Los Pinos exige el paso por el pantano político nacional. El manto de su plumaje no puede quedar impoluto. Andrés Manuel lo sabe. La ecuación cambió y se acomoda de una tercera variable a un binomio. Esto lo obligó a que él también se transformara para consolidar el desmoronamiento de sus adversarios. Las encuestas lo mantienen en la cúspide, con esa nueva forma de apertura y amabilidad que muestra a los medios. En las últimas aventaja con más de dos dígitos sobre Ricardo Anaya, el candidato que la alianza PAN-PRD y Movimiento Ciudadano. AMLO mantiene la punta de la competencia. En su historia pesa el estigma político de ser el que encabeza y gana elecciones cuando no las hay, y de perderlo todo el día que las urnas se abren. Por eso levanta a los cuadros que se sienten traicionados por los liderazgos por los que han trabajado, incluso para denostar al mismo López Obrador desde trincheras disímbolas. No los señala como hace 12 años, no los cuestiona ni echa al pozo de los infieles. Los arropa, los aglutina y los aprovecha. Cada uno representa votos, cada uno tendrá un peso específico el 1 de julio. Sus frases de reconciliación y reencuentro que ha integrado a sus litúrgicos mítines, buscan tender los amarres políticos que necesita: “estamos convocando a hombres y mujeres de buenos propósitos, de buena voluntad y del partido que sean a que se unan para que luchemos juntos por la transformación del país. Necesitamos la unidad de todos los mexicanos”. El costo será menor. Una diputación, una posible alcaldía, una posición en la república lopezobradorista. Ya habrá tiempo para reajustar el carro. Para sumergir la cabeza en agua y con abluciones lavar el espíritu. Antes, habrá que ganar la elección. Antes, hay que derrumbar la percepción del “peligro para México”. Antes, como apuntó Carlos Fuentes, hay que tragar sapos sin hacer gestos.