Lazos de sangre, la fuerza del Cártel de Sinaloa

7 de Noviembre de 2024

Lazos de sangre, la fuerza del Cártel de Sinaloa

ejecentral reproduce parte del libro “El narcotráfico en Los Altos de Sinaloa (1940-1970)” de Juan Antonio Fernández Velázquez, donde aborda la historia social del narcotráfico, la otra cara del Cártel de Sinaloa

redacción@ejecentral.com.mx

Lo que todos identificamos como el Cártel de Sinaloa es mucho más que una organización económica dedicada a la producción y trasiego de enervantes. Su estructura, menos parecida a una pirámide y más semejante a un poliedro, está formada por vínculos sanguíneos, vecinales y comerciales entre las familias de la región serrana, en Los Altos, lo que explica el éxito de la organización criminal, especialmente en los cultivos ilícitos.

La protección a sus clanes, la custodia de sus líderes y decencia también están relacionadas con esta amalgama.

Su conformación familiar, el andamiaje de su estructura en clanes y los vasos comunicantes hacen que lo que se conoce como el Cártel de Sinaloa sea más bien una organización celular casi indestructible.

La conformación de redes económicas ilegales, a partir del parentesco y la vecindad, posibilitan la participación colectiva de los habitantes que radican en las tres cuartas partes del estado, lo que representa nueve de los 18 municipios, en la zona serrana, por ejemplo los municipios de Choix, El Fuerte, Sinaloa, Mocorito, Badiraguato, Cosalá y parte de Culiacán.

“La cercanía de los poblados contribuye a formar estrategias de asociación basadas en los vínculos vecinales, todos los miembros de la red se ofrecían apoyo para lograr las cosechas; del mismo modo, se ponían una meta en relación a la cantidad de kilos a cosechar, pues esto significaba una buena temporada de siembra. Si alguno de los integrantes tenía cierta cantidad pactada con un comprador potencial y no alcanzaba a satisfacer la demanda, pedía ayuda a otro y los resultados de la venta se dividían de acuerdo con el número de kilos tratados.

“En la región de Los Altos, el parentesco funciona como un mecanismo para extender las redes de colaboración, así las familias dedicadas a la producción de estupefacientes veían la forma de fortalecer sus relaciones económicas”, explica el investigador Juan Antonio Fernández Velázquez en su libro “El narcotráfico en Los Altos de Sinaloa (1940-1970)”.

A partir de entrevistas a los lugareños y de la revisión de documentos oficiales desde 1940, Fernández Velázquez logró estructurar un rompecabezas que le permite encajar cada una de las piezas que forman parte de la vida cotidiana del cártel, y elaborar una “historia social del narcotráfico” en Los Altos, pero no a partir de los grandes capos de la droga, sino a través de personajes que, de manera tradicional, están ausentes de los reflectores.

En el texto, el investigador no menciona a los personajes conocidos del narcotráfico, a los líderes históricos perseguidos y exhibidos por las autoridades, y que en su mayoría han sido detenidos o han muerto. El autor se concentra en explicarnos los vínculos y formas de convivencia de los lugares en donde nacieron personajes como Miguel Ángel Félix Gallardo, los hermanos Caro Quintero y Quintero Payán, Ismael Zambada García, Héctor Luis El Güero Palma y Joaquín Guzmán Loera, al tiempo que exhibe el complejo entramado del narcotráfico sinaloense.

Estos son algunos extractos del libro que ejecentral reproduce con la autorización del autor:

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Consideramos al tema del narcotráfico como un terreno fértil, situación que abrió la posibilidad de ser abordado a partir nuevos métodos y enfoques desde la historia regional. La vida ilícita como parte de la costumbre, la percepción de que el dinero “rápido” que deja la droga contribuye a mejorar la condición económica, la corrupción en las corporaciones policiacas, la aceptación de que en ese territorio pueden convivir dos jurisprudencias: la convencional y la formal, nos lleva a explicar la aparición del narcotráfico como un elemento sociocultural devenido de un contexto histórico particular.

El comercio de mariguana se llevaba a cabo en casas particulares que funcionaban como expendios disponibles para el adicto; estas prácticas al menudeo eran bien conocidas por habitantes del puerto, también por los agentes antinarcóticos de la zona. Las mujeres eran empleadas en el tráfico de mariguana a menor escala, en muchas ocasiones coaccionadas por sus parejas o para buscar satisfacer sus propias necesidades económicas. La venta al menudeo no arrojaba buenas ganancias, se trataba de un oficio con el que trataban de ganar dinero extra, mas no el suficiente.

›Las cantidades de enervante dispuestas para la venta iban en aumento, lo que supone la búsqueda de nuevos consumidores, es decir, no solamente lugareños, sino también vacacionistas nacionales y extranjeros avecindados en tierras mazatlecas. El tráfico de enervantes entraba al espacio urbano, trastocando a una de las ciudades más sobresalientes del estado.

No sólo los soldados eran clientes habituales, sino los reos. El tráfico de mariguana dentro de la prisión era común, así como utilizar mujeres para introducirla.

En Culiacán el panorama no era distinto. La mariguana circulaba entre la gente “de a pie”, comerciándola con cierta libertad por sus formas asociativas basadas en las redes de parentesco que se articulaban.

Las mujeres también formaban parte del primer eslabón de la red como cultivadoras. En el tráfico de enervantes también están insertas situaciones que son parte de la vida cotidiana a partir de las relaciones interpersonales, de los aciertos y conflictos que de ellas se desprenden.

Las relaciones interpersonales y de parentesco continúan dominando la articulación de las redes de tráfico de estupefacientes, primero en el mercado interno controlado no solamente por sinaloenses, sino también por gente proveniente de otras localidades colindantes con la entidad.

Vemos cómo el comercio de mariguana se alternaba con tareas productivas, como la pesca y otros oficios, de tal manera que significaba una actividad temporal, esto es, los resultados de la venta de enervantes no se obtenían de forma inmediata, por lo que representaba un complemento a las labores cotidianas en la búsqueda del sustento.

En Los Mochis, al norte del estado, el comercio de mariguana se llevaba a cabo en los prostíbulos y bares de la ciudad. Los traficantes aprovechaban estos espacios para encontrar algunos adictos que funcionaran como clientes potenciales.

Ya entonces, las redes de parentesco prevalecían entre las formas de asociación utilizadas por traficantes e intermediarios para consolidar las organizaciones y expandir el área de operación. La asociación a partir de los vínculos vecinales lleva consigo el origen de las redes de parentesco. Se trata de categorías que expresan los diferentes tipos de redes al interior del narcotráfico para comprender los escenarios y transformaciones del fenómeno.

La presencia extranjera

Las asociaciones de tipo vecinal a partir del cultivo de enervantes implicaban la participación de varias personas oriundas de distintos poblados. Los dueños de terrenos sembrados algunas veces se involucraban en preparar la tierra, otras tantas contrataban a quien realizara el trabajo a cambio de un jornal diario, las expectativas de los cultivadores aumentaban, de acuerdo con resultados de la cosecha; era común, pues la división del trabajo en la población serrana dedicada al oficio de los enervantes, cada uno tenía una labor que demandaba especialización.

Muchos sujetos dedicados al cultivo de enervantes eran trabajadores eventuales, a quienes guiaba o comandaba un intermediario que funcionaba como una especie de mayordomo dentro del poblado donde se encontraban los plantíos. Este era el encargado de velar por los intereses del “comprador” o “traficante” en relación con la cantidad y calidad del producto cosechado, así como pagar un jornal a cultivadores.

Cabe destacar la presencia de extranjeros dedicados al comercio de opio crudo, entre ellos Luis Ley, de origen chino, a quien se le recogieron diversos productos que contenían el referido enervante; residente del poblado de Jesús María, perteneciente a Culiacán, Ley se dedicaba a la siembra y tráfico de goma de opio, trabajaba en sociedad con Roberto Domínguez, propietario de una extensión de terreno en el poblado mencionado. Ley era el arrendatario y habría proporcionado a Domínguez la semilla de amapola para sembrarla con la promesa de comprarle la producción a buen precio.

Cabe señalar las formas de organización que empleaban los chinos en la siembra del enervante: lo primero era encontrar tierras adecuadas; posteriormente rentarlas al propietario, además de pagarle un jornal para que funcionara como capataz o mayordomo y se encargara de contratar a personas del poblado como cultivadores. De esta manera, con el suficiente capital para invertir en el ilícito, los chinos pasaban desapercibidos ante las autoridades, quedándose con los resultados de la cosecha, pues legalmente no tenían ninguna responsabilidad sobre el terreno sembrado.

Redes políticas y corrupción

La ampliación de las redes a través de la explotación de terrenos para el cultivo de drogas era un mecanismo utilizado por grupos que mantenían vínculos de parentesco y vecinales, pero también era necesaria la colaboración de funcionarios.

La colaboración de servidores públicos en el cultivo y tráfico de drogas se convertía en algo frecuente en la región alteña: cobraban cuotas a cambio de mostrarse permisivos, otorgaban concesiones a familias para que sembraran amapola en sus tierras y en algunos casos los síndicos de los poblados recibían algunas ganancias del enervante como intermediarios, invirtiendo en el ilícito y obteniendo beneficios mayores.

Pero no es el único acto de corrupción de autoridades que en distintos niveles participaban en la compra y venta de enervantes, siempre con un porcentaje por el disimulo.

En Los Altos de Sinaloa las formas de poder local se apoyaban en mecanismos ilegales, no se basaban solamente en los medios de producción, sino en sus redes de corrupción y criminalidad. La situación de ingobernabilidad de las comunidades serranas era consecuencia del narcotráfico y sus efectos en la población, fomentado por las autoridades municipales y estatales, supuestamente encargadas de establecer el orden, pero en el que también se veían involucradas autoridades judiciales con base en los poblados, bajo la cuota de 10 kilos de goma por cada propietario de tierras y encargados de las siembras, a fin de permitirles continuar con su labor.

Este panorama era una constante en la región alteña.

Así, las redes de corrupción se extendían hasta las dependencias judiciales radicadas en Culiacán, tal fue el caso de Francisco de la Rocha, jefe de la Policía Judicial del Estado, a quien se le atribuía su complicidad con los cultivadores y traficantes de los diferentes poblados de Los Altos, pues su papel como encargado de supervisar las campañas antidrogas en la zona le permitió autorizar la utilización de aviones oficiales destinados a la campaña antidrogas para transportar enervantes. La aprehensión del piloto aviador Gustavo Grijalva corrobora las fundadas sospechas de que es en aviones oficiales como se está llevando a cabo el comercio de enervantes. Este aviador fue sorprendido cuando llevaba en su avión opio de Sinaloa a Mexicali.

A raíz de las facilidades otorgadas a los traficantes, las sospechas con relación a que los funcionarios estatales estaban coludidos se convirtieron en un secreto a voces y lo que parecía una estrategia para corromper el aparato estatal, al mismo tiempo permitía extender las redes delictivas, ahora con tintes políticos.

Códigos y reglas

El narcotráfico en Los Altos de Sinaloa transitó de la marginalidad a la normalización e institucionalización, consolidándose como un oficio común para los habitantes serranos. A lo largo de este libro se han expuesto las etapas que conforman dicho proceso con énfasis en desentrañar las redes existentes y demostrando que más allá de las versiones sensacionalistas que se difunden sobre el tema, el narcotráfico en la sierra sinaloense no se traduce en lujos y ostentaciones; por el contrario, las posibles ganancias existentes no llegaban a todos los integrantes de las redes.

Es decir, esta no es una historia de líderes o grandes capos de la droga. Se trata de un estudio que muestra las experiencias de los individuos dedicados a las labores que comprende el negocio del narcotráfico, de la forma en que construyeron sus propios mecanismos de acción y control para llevar a cabo sus actividades; estos códigos y reglas no escritas se manifiestan a la par del marco legal establecido, dando como resultado una tradición a la ilegalidad que transformó la vida cotidiana de los alteños.

El narcotráfico en Los Altos de Sinaloa abarca una serie de procesos inmersos en un contexto histórico determinado; el periodo de estudio inicia en 1940, fecha en la cual la población alteña experimenta ciertas transformaciones que tienen que ver con una constante dinámica migratoria hacia las principales ciudades del estado; esto provocaría que los habitantes de las comunidades rurales trasladaran no sólo sus costumbres y tradiciones hacia espacios urbanos, sino el oficio de los enervantes.

La siembra se llevaría a cabo de forma cíclica y alterna a las demás actividades productivas como la minería, la agricultura de autoconsumo o la ganadería; para la mayoría de los alteños dedicados al cultivo de goma de opio o mariguana representaba un oficio de subsistencia. Este es el primer eslabón que posibilitó la construcción de las redes de economía ilegal en la región, su estructura se complementa con el procesamiento, distribución y venta de enervantes.

Todo esto favoreció que la producción y distribución de goma de opio y mariguana de Los Altos representara una forma de vida para sus habitantes: una actividad que contribuyó a fortalecer las formas de convivencia y patrones culturales existentes en las comunidades serranas de Sinaloa.

La confianza entre los grupos o clanes conformados se vería mermada en los casos en que las relaciones estuviesen basadas en la amistad instrumentada por los intereses comerciales, este enlace es más endeble, comparado con aquel que se crea a partir de los orígenes consanguíneos, de parentesco o vecinales y se diluye una vez que concluyen las transacciones; lo anterior supone también una competencia por el mercado de la droga entre los clanes, en cuyas redes existe una efímera frontera entre el orden jurídico y las prácticas ilegales; esta interlegalidad se funda en el establecimiento de códigos y reglamentos y hechos legítimos entre los grupos que los conforman, al margen de las políticas estatales para el combate de la producción y distribución, que –dicho sea de paso– hizo énfasis en la erradicación de cultivos más que dar resultados efectivos.

El arraigo del narcotráfico en la región alteña ocurre a partir de estos lazos de solidaridad emanados de los vínculos entre los miembros del clan, las diversas formas de asociación posibilitaron el crecimiento de las redes en la región.

Al mismo tiempo, los narcotraficantes aprovecharon los huecos y la histórica insatisfacción de demandas básicas para legitimarse en la comunidad a través de acciones realizadas en beneficio del pueblo y así, de un solo golpe, obtenían el disimulo de los habitantes y su protección.

En estas expectativas están implícitas las formas de legitimación que el narcotraficante usa dentro de las comunidades pertenecientes a la región alteña, en relación con su actividad; es decir, las diversas acciones realizadas por estos individuos en beneficio de su pueblo traen como consecuencia el disimulo de sus habitantes, lo que al narcotraficante le sirve como protección ante la persecución estatal.