Las víctimas invisibles de la guerra
En su deseo por la victoria, Rusia ha endurecido sus prácticas de silencio y de represión; desde damnificados que no se anuncian, otras que no se contabilizan y hasta enemigos internos que pasan desapercibidos, y a largo plazo, esta guerra silenciosa le puede salir más cara a Moscú
En toda guerra hay víctimas. Hay soldados caídos. Hay pérdidas civiles. Hay heridos. Hay desplazados. En la guerra de Rusia contra Ucrania, se sabe de los ataques lanzados desde Rusia y de las violaciones a los derechos humanos que el ejército está cometiendo. La ONU y sus organismos, así como otras organizaciones internacionales llevan un conteo incluso diario. En contraste, del lado ruso ni siquiera se conoce el número de soldados fallecidos en acción. La información es escasa, impera el secretismo.
Según el Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania, 37 mil 570 elementos del ejército ruso han fallecido desde el inicio de la invasión y hasta el 13 de julio. Un número no difundido por el Kremlin que desde el 2 de marzo no actualiza esa cifra, pero en ese entonces se confirmó en 498 elementos.
›Lo mismo sucede con las víctimas civiles. El Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas contabiliza los fallecimientos ocurridos en Ucrania (que al 11 de julio eran cinco mil 24 personas), pero las regiones como Donetsk y Lugansk también llevan su propia cuenta, sumando la muerte de 27 y 71 civiles, respectivamente, al cierre del 7 de julio. Lo cierto es que hay otros damnificados no contabilizados en regiones fronterizas como Kursk o Bélgorod en Rusia, donde también se han registrado ataques.
Ni mencionar el número de desplazados internos; es decir, de personas en Rusia que se han movido de las regiones en directo contacto con la guerra para protegerse. Este fenómeno ni siquiera se aborda en los medios de comunicación, y por lo tanto la cifra es totalmente desconocida.
Lo que el gobierno ruso no quiere reconocer es la falta de resultados y las pérdidas que han derivado de su búsqueda por “proteger” a Rusia y a sus aliados del “nazismo” en Ucrania. Al hacerlo los rostros de las víctimas de la guerra se pierden. Aun cuando hay damnificados visibles, pero también invisibles.
El ataque a Bélgorod
La madrugada del 3 de julio, los habitantes de la ciudad de Bélgorod en Rusia despertaron aterrorizados.
Un fuerte tronar en el cielo fue suficiente para despertar a la población angustiada. Los siguientes estallidos y destellos en el cielo provocaron ya un verdadero pánico entre las personas.
Ese día tres misiles fueron lanzados desde Ucrania. Según fuentes oficiales, los artefactos fueron destruidos en el aire, pero las partes de uno de ellos desafortunadamente cayeron sobre un área residencial.
Como resultado, cinco personas fallecieron y otras cuatro resultaron heridas. Además, 70 casas y 472 departamentos reportaron afectaciones. Este ataque ha sido el más mortal y severo acontecido del lado ruso del que se tenga registro, sin contar las regiones de Donetsk y Lugansk.
“Yo escuché primero la explosión y me paré a asomar a la ventana, y desde aquí se podían ver las luces en el cielo. Me espanté muchísimo, ya no pude dormir”, comentó a quien esto escribe una estudiante panameña. “Hicimos inmediatamente nuestras maletas por si toca salir rápido”, agregó su amiga, también de Panamá.
Ese día se respiró una atmósfera de tristeza y preocupación en la ciudad. Muchos negocios no abrieron. El transporte público no funcionó con normalidad durante las primeras horas de la mañana. La ciudad estaba vacía. El ambiente en general transmitía miedo.
Una empleada de limpieza rusa compartió con esta escritora que en su casa los bombardeos hicieron vibrar la tierra y revolvieron el aire, lo que provocó que sus ventanas se abrieran de par en par y que desde su techo cayera polvo, ante lo fuerte que se habían sentido las bombas. “Nunca había pasado esto”, asevera la mujer de unos 50 años.
Ante la falta de certidumbre, la ciudadanía está tomando medidas de seguridad por su cuenta. El gimnasio Sportland, por ejemplo, a 20 minutos del centro de la ciudad, decidió cerrar sus puertas desde el 5 de julio “para evitar situaciones imprevistas y garantizar la seguridad” de sus usuarios.
A pesar del incremento de las amenazas, el gobierno local no decidió todavía aumentar el nivel de alerta “terrorista”, como les llaman a los ataques desde Ucrania; el cual se encuentra en color amarillo desde el 11 de abril. Al contrario, el 9 de julio el gobierno reiteró y extendió el nivel amarillo por dos semanas más, provocando desconcierto entre la población, que se pregunta si en verdad está protegida.
Los enemigos internos
Luego de los bombardeos del pasado 3 de julio, un abogado y defensor de los derechos humanos de Bélgorod presentó varias quejas ante distintos organismos locales para obligar a las autoridades a revelar la ubicación de los refugios antimisiles. La respuesta del gobierno fue sorprendente.
El jefe regional de la Dirección Principal del Ministerio de Situaciones de Emergencia (MKD, por sus siglas en ruso), Sergei Potapov, se rehusó a compartir la localización de estos refugios “por razones de seguridad”, pues según dice sería “transmitir información al enemigo y decirle qué objetos golpear para infligir el mayor daño”.
En su lugar, se les aconsejó a los residentes que ante posibles peligros se escondan en sótanos. El problema es que no todas las casas los tienen. “Desde el piso en donde vivo, tendría que bajar corriendo para llegar a la planta baja, y en el intermedio ya pude haber muerto”, señala un inmigrante nigeriano.
Sin embargo, la reacción del gobierno no se limitó a ocultar la ubicación de los sitios donde la población puede resguardarse, sino que reveló que no acepta críticas ni sugerencias a las medidas que adopta. Y es que el abogado y activista que presentó las quejas fue demandado por el MKD por utilizar frases que, según se acusa, “desprestigian” a las autoridades.
De acuerdo con la demanda interpuesta, el activista perdió “su finalidad social original y adquirió una carácter ofensivo y calumnioso. El acusado dañó la reputación de la Dirección Principal del Ministerio de Situaciones de Emergencia de Rusia para la región de Bélgorod, y también afectó la reputación pública del jefe del departamento S.P. Potapov”.
›A Rusia no se le ataca ni desde el frente enemigo ni desde el local. Al gobierno ruso no le gustan los señalamientos ni las ofensivas. Sólo en Bélgorod, de marzo a junio de 2022, ocho personas se han enfrentado a los tribunales por “difamar” o “dañar” la moral e imagen del ejército y el gobierno, según revelan medios locales. Mientras que en el país en general, al cierre del 13 de julio, 16 mil 351 personas fueron detenidas por su postura contra la guerra desde el inicio de la invasión, de acuerdo con el portal OVD.
Ante la falta de resultados en la invasión el gobierno ruso es reactivo y reservado. El ataque más mortal acontecido en su territorio reveló que no era sólo contra el ejército enemigo, sino contra su propia ciudadanía. El Kremlin quiere el completo control del discurso público y de las capacidades que tiene. No acepta críticas a su estrategia. De ahí que se hayan generado leyes que restringen y censuran la libertad de expresión.
El 4 de marzo, por ejemplo, el gobierno aprobó una ley para que aquellos que difundan información falsa o difamatoria sobre la invasión de Ucrania puedan incluso ser castigados con 30 años de cárcel si así lo consideran las autoridades. El problema es que mucha de esa supuesta información, no es más que datos en contra o contradictorios de la versión gubernamental.
Como resultado diversos portales de noticias como Meduza o el canal de televisión Exxo, tuvieron que cerrar sus sitios y abandonar sus transmisiones, si bien han encontrado respaldo en la red.
En el deseo por la victoria, Rusia ha endurecido sus prácticas represivas, pareciéndose cada vez más a ese Gran Hermano del que hablaba el escritor George Orwell.
Desde víctimas que no se anuncian, otras que no se contabilizan y hasta enemigos internos que pasan desapercibidos, la guerra en Rusia se vive de otra manera. En apariencia normal, y lo cierto mucho menos cruel que en Ucrania, pero en el largo plazo, está guerra silenciosa, le puede salir más cara a Moscú.
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