La comunicación con nuestras mascotas va más allá de las palabras y trucos que les enseñamos, de las rutinas que establecemos, e incluso sucede por canales de los que nosotros como humanos conocemos muy poco. Esto no es una impresión personal ni subjetiva, lo está demostrando el método científico.
Hace unos días, por ejemplo, se publicó un pequeño estudio que detectó que la frase “los perros huelen el miedo” se queda corta: pueden detectar, en nuestro aliento y en el sudor, hasta el estrés provocado por situaciones bastante banales y cotidianas.
Treo, Fingal, Soot y Winnie, cuatro perros de Belfast, Iranda del Norte, acudieron al campus de la Queen’s University para analizar químicamente (es decir, olfatear) muestras de sudor y aliento de 36 personas a las que no conocieron directamente.
Las muestras fueron tomadas antes y después de que los participantes humanos se esforzaran por resolver un problema matemático difícil; aunque las personas informaron qué tan estresados se sentían antes y después de la tarea, en la investigación sólo se usaron muestras tomadas cuando la presión arterial y la frecuencia cardiaca de los voluntarios habían registrado un aumento.
El experimento, cuyos resultados se publicaron en septiembre pasado en la revista PLOS ONE, muestra “que nosotros, como humanos, producimos diferentes olores a través de nuestro sudor y aliento cuando estamos estresados y los perros pueden distinguirlo de nuestro olor cuando estamos relajados, incluso si es alguien que no conocen”.
Y no necesitan señales visuales o auditivas para hacerlo, señala Clara Wilson, estudiante de doctorado en la Escuela de Psicología de Queen’s, en un comunicado de prensa.
También maestros
Otro experimento reciente, publicado a mediados de junio pasado también en PLOS ONE, midió los niveles de cortisol, la hormona del estrés, en la saliva de 149 niños de ocho a nueve años en diferentes entornos escolares, con o sin perros en las sesiones; siete de las escuelas donde se hicieron las sesiones atendían a niños con necesidades educativas especiales y cuatro eran escuelas regulares.
Los menores fueron asignados aleatoriamente en tres grupos: uno donde los niños interactuaron durante 20 minutos con un perro entrenado y un guía; un grupo que hizo 20 minutos de técnicas de relajación, o un grupo de control sin estos elementos. Las sesiones se llevaron a cabo dos veces por semana durante cuatro semanas.
Se sabe que la exposición prolongada a factores estresantes causa efectos adversos en el aprendizaje, el comportamiento, la salud y el bienestar general de los niños, y que esto puede llegar a afectarles a lo largo de la vida. Por esta razón en Reino Unido, donde se hizo el experimento, se han explorado diversos enfoques para aliviar el estrés en la escuela, como la práctica del yoga, la meditación y las intervenciones asistidas por animales, entre otras.
En ese sentido, que las intervenciones asistidas por perros redujeran significativamente el estrés en los niños —pues no tuvieron un aumento en el cortisol a diferencia del grupo control—, no fue una sorpresa; pero el dato relevante fue que prácticamente no hubo diferencia alguna con los niños de escuelas especiales.
Los otros gatos
Más del 85% de las intervenciones asistidas por animales para aliviar el estrés que se aplican en universidades de Estados Unidos sólo incluyen perros, pero una nueva investigación muestra que muchas personas también se beneficiarían de las interacciones con gatos, especialmente en quienes tienen personalidades más emotivas. El estudio, publicado en agosto pasado en la revista Anthrozoös, se hizo por medio de encuestas a más de mil 400 estudiantes y trabajadores de más de 20 universidades.
“Siempre nos han dicho que las personas con gatos son distintas a las personas con perros, y que la mayoría de los estudiantes no están interesados en interactuar con gatos”, comenta Patricia Pendry, coautora de la investigación, a lo que se agrega la idea de que estos animales son ariscos y menos interesados en el contacto humano.
“Nuestros resultados revelaron que los estudiantes están interesados en interactuar con los gatos y que este interés puede estar motivado por rasgos de personalidad”, explica la profesora de la Universidad Estatal de Washington, y agrega que la emotividad como rasgo de personalidad, no fluctúa, es básicamente constante a lo largo de la vida, y quienes lo tienen están más abiertos a formar vínculos fuertes con los animales.
Otro estudio reciente, publicado en la revista Animal Cognition, muestra que los gatos cambian su comportamiento al escuchar la voz de la persona que los cuida cuando se dirige a ellos y que pueden saber esto porque el tono de la voz de la persona es distinto cuando le habla al gato que cuando se dirige a otro humano.
Epílogo que añade microbios
Además de la compañía y del alivio del estrés, las mascotas tienen más beneficios. Por ejemplo, se ha demostrado que la convivencia con animales en la infancia fortalece el sistema inmune y reduce la posibilidad de que se desarrollen alergias y mejora las respuestas hacia los microbios ambientales.
De manera sorpresiva, un estudio en Canadá, que buscaba conductas asociadas al desarrollo de la enfermedad de Crohn, encontró que la exposición a perros entre los cinco y los 15 años se relaciona con cierta protección a desarrollar más adelante este problema de inflamación intestinal.
La convivencia con los gatos no tiene el mismo efecto, por lo que los investigadores sospechan que podría deberse a que la convivencia con perros se relaciona más con salir de casa.