Esta es una historia vieja, la tendencia depresiva se hereda y los días tristes, llorones, regresan a pesar de todo.
Labilidad emocional, dijo con voz chillona y se levantó de su silla con plumones en la mano dispuesta a hacer dibujitos en la pared blanca de pintura lavable. Es un síntoma, dijo, y dibujó neuronas parecidas a estrellas fugaces, yo tenía ganas de dibujar un poco más y perderme en ese firmamento neuronal. La escuché con cara atenta por más de quince minutos, tratando de descubrir cómo sería compartir una mesa con ella, habla fuerte, gesticula, bromea y se ríe sabiendo que sólo ella comprendió la gracia de lo que dijo. No estaba ahí, mi resistencia a que alguien me dijera que la serotonina no es mi amiga me invitaba a irme.
Fue un encuentro extraño, muchas de sus preguntas las respondí con un simple no y ella, sonriente, me decía “creo que te proteges”, yo me hacía la misma pregunta para revelar un posible autoengaño. No. La respuesta seguía siendo no.
Finalmente el diagnóstico, la prescripción, la tan esperada despedida, el apretón de manos.
Fue un largo camino de regreso, de regreso a mí, a mi consciencia del momento presente, a sentir el acelerador bajo mi pie y mis manos al volante. Me aturde la idea de tomar algo para sentirme bien, siempre he pensado que la actitud lo es todo, soy resiliente, tengo herramientas, voy a terapia, tengo mil motivos que me llenan de energía los días, “I’m a warrior, not a worrier”, yo quiero entonces puedo, yo soy en mi y mi fuerza está conmigo, y una serie de ideas que hasta ahora me han sacado adelante. Pero el llanto regresa, el insomnio, algo evidentemente no está en orden. ¿Valdrá la pena resistirse…otra vez?.
La noche pasa larga, reviso mi historia, las dificultades, los aciertos, la manera de ver las cosas que me ha mantenido vibrando. Vuelve la duda, también el llanto. Ya basta, decido que es suficiente, la almohada me susurra que todo está bien, que al final es tomar un camino y fluir en él, descubrir si es buena opción… no podré saberlo si no me doy la oportunidad. Las estrellas son buenas compañeras, me dicen mucho de lo que quiero oír, me arropan, me consuelan.
El alba me saluda de frente, como de frente me encuentro con la pastilla que ya he cortado en dos.
Me distrae el desayuno, la plática, los planes del día, los hijos… me siento más tranquila, con más control, pienso que esa soy yo, serena y contenta; aunque el cuerpo me reclame el cansancio y la cabeza el desvelo. Hace semanas que regresó el insomnio cuya firma es clara en mis ojeras. Decido intentar una vez más prescindir del medicamento, lo hago a un lado y prosigo la plática. Mi hija me mira amorosa, me sonríe, me pregunta en qué puede ayudarme. La veo hermosa, portando su adolescencia con gracia. Mamá, te ves cansada ¿otra mala noche?, ¿En qué te ayudo? Me repite.
Pienso en que para ellos debe ser agotador verme cansada, que la buena actitud a veces no es suficiente, que de poco sirve que me ayuden si yo no me ayudo. Tomo la pastilla, el agua y siento que doy un salto al vacío, no hay marcha atrás, llegó el momento de ver por mi bienestar de manera diferente. Sé que no es algo extraorinario, que millones lo hacen y están bien, pero también sé que debí salir de mi zona de confort y hasta de mis creencias y convicciones para decidir medicarme.
@didiloyola