En el último mes, el senador morenista, Javier Corral, acumuló suficientes vivencias e información como para escribir un buen libro, pero de horror. Encargado del proceso de auscultación y entrevistas para integrar las integrantes de la terna para elegir a la nueva presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, el norteño Corral, el mismo que en cada discurso acostumbra envolverse en la bandera de la democracia y los derechos humanos, acabó jugando el papel de “tonto útil” del sureño Adán Augusto López.
Todo su trabajo, todas sus entrevistas, todas sus evaluaciones en este proceso y también lo que quedaba de su prestigio, únicamente sirvieron para demostrar que los dados estaban cargados, que su palabra no vale nada y que es, sin dudarlo, otro senador que agacha la cabeza, levanta el dedo y vota como Adán Augusto López le ordena que lo haga.