La Portada | México y los riesgos, ¿qué sigue tras el huracán?
El cambio climático agudiza los fenómenos naturales, exponiendo al país a tragedias. La falta de infraestructura adecuada frente a inundaciones, caída de cenizas y oscilaciones térmicas pone en peligro a sus habitantes. Tras Otis, los especialistas advierten la urgencia de aplicar nuevas estrategias
Durante cinco días el huracán Mitch se estacionó en el golfo de Honduras. Para el 26 de octubre de 1998 marcaba una intensidad que alcanzó la categoría 5 —la más alta en la escala Saffir-Simpson—. Dejó a su paso, al menos, 20 mil muertos. Pero lo más importante es que los especialistas coincidieron entonces y ahora, que el impacto de Mitch y los daños que causó en cinco países, Honduras, Belice, Guatemala y El Salvador, provocaron, en cada uno de ellos, un retroceso de 30 años en su desarrollo. Ahora, 25 años después, el huracán Otis podría significar cinco o 10 años de recuperación para Guerrero.
Esa es la magnitud de la catástrofe para el futuro de un país que puede provocar un fenómeno natural, que se agrava sin políticas de prevención y de atención.
Pero la experiencia de Otis ha ofrecido aún más, una alerta que observa el mundo, pues confirma lo que los científicos han anunciado, los huracanes en el Océano Atlántico se están desarrollando y fortaleciendo cada vez más rápido, y así será en el futuro debido al cambio climático.
Para México, este huracán que provocó a su paso severos daños en al menos 47 municipios, entre el 60 y 80% del estado, también puso en la mesa las limitaciones en las alertas tempranas, las estrategias oportunas de prevención, reacción y atención.
El problema es que el territorio está expuesto al impacto de fenómenos naturales que, en algunos casos por el cambio climático, están agravándose como incendios, inundaciones, sequías, hasta terremotos, maremotos y erupciones volcánicas. Todos ellos amenazas reales y posibles.
El estado de Guerrero es un claro ejemplo de esa vulnerabilidad, por ser una de las entidades más susceptibles a padecer los estragos de fenómenos naturales y antropogénicos (causados por el ser humano) como ciclones tropicales, tormentas, maremotos, inundaciones, deslaves, terremotos, sequías extremas, olas de calor e incendios forestales, entre los más conocidos y estudiados.
Especialistas consultados por ejecentral advierten que ante el desafío que implica en México, y el resto del mundo, el calcular oportunamente la intensidad y ocurrencia de los cada vez más erráticos e intensos fenómenos naturales, el país no está del todo preparado para hacer frente a escenarios previsiblemente más complejos.
De acuerdo con los expertos, aunque en el país tiene la infraestructura y los sistemas de monitoreo y alertamiento de riesgos; así como los programas y protocolos de organización, prevención y atención de emergencias, el desafío ahora y a futuro es rediseñarlos, actualizarlos y fortalecerlos para garantizar una mayor protección de la población.
“Los sistemas de alertamiento existen; manuales de organización de las dependencias de cómo intervenir antes y durante de una emergencia, pero parece que no existen porque sólo están en el papel, en la práctica no se ha hecho”, advirtió Flavio Leyva Ruiz, consultor de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil desde hace más de 20 años.
Maratón rápido
El 19 de octubre, tres días antes de la primera detección de la depresión tropical que se convertiría en Otis, se publicó un estudio que, tras analizar 50 años de datos de huracanes en el Océano Atlántico, encontró que estos se desarrollan y fortalecen cada vez más rápido, “a medida que las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero han calentado el planeta y los océanos”.
La investigación, realizada por Andra Garner de la Universidad de Rowan y publicada en la revista Nature Scientific Reports, abarca datos de los huracanes que llegaron a la costa este de Estados Unidos desde 1971 hasta 2020, en especial de los llamados “ciclones tropicales que se intensifican rápidamente”, es decir, los que aumentan 30 nudos (unos 56 kilómetros por hora) en un período de 24 horas.
Garner encontró que, en promedio, la intensificación de los ciclones en la que llamó “era moderna (de 2001 a 2020) es hasta un 28.7% mayor que la que se podía observar en la “era histórica” (de 1971 a 1990).
La probabilidad de que los ciclones tropicales se intensifiquen en al menos 50 nudos en 24 horas en la era moderna, es casi igual a la que tenían de intensificarse en esa cantidad pero en 36 horas en la era histórica, y la probabilidad de que actualmente se intensifiquen en al menos 20 nudos en 24 horas, es mayor de la que antes tenían de hacerlo en 36.
Además, “el número de ciclones tropicales que se intensifican desde un huracán de categoría 1 (o más débil) hasta un huracán mayor en 36 horas se ha más que duplicado en la era moderna en relación con la era histórica”, señala Garner en su reporte de investigación.
La investigadora añade que su análisis revela que “habría sido estadísticamente imposible observar el número de ciclones que se intensificaron de esta manera durante la era moderna si las tasas de intensificación no hubieran cambiado con respecto a la era histórica”.
Y es que ciclones y tormentas tropicales se alimentan de la energía del agua del océano y cuanto más caliente está el agua, mayor es la cantidad de energía que las tormentas pueden adquirir. El problema es que “más del 90% del calentamiento que estamos viendo debido a los gases de efecto invernadero generados por el hombre va a nuestros océanos”, explica Garner en un comunicado de prensa.
Garner cita como ejemplo al huracán Lee, cuyos vientos, debido a las aguas anormalmente cálidas del Atlántico, se aceleraron hasta 140 kilómetros por hora en 24 horas el 7 de septiembre pasado, convirtiéndose en la tercera tormenta del Atlántico que se intensificó más rápidamente en la historia registrada (después de Wilma en 2005 y Félix en 2007).
El caso de Otis en el Pacífico es aún más notable, pues en 24 horas se intensificó de una tormenta tropical de 85 kilómetros por hora a un huracán de categoría 5 de 260 kilómetros por hora, un aumento de 175 km/h (110 mph), con una potencia solo superada por el huracán Patricia, que alcanzó su máximo el 23 de octubre y fue el ciclón tropical más potente registrado en todo el mundo en términos de velocidad del viento, pero afortunadamente no llegó a tocar costas mexicanas.
La temperatura del océano Pacífico en la trayectoria de Otis era de entre 29 y 31 grados centígrados, lo cual se considera muy elevado. Sin embargo, el tema es más complicado.
El pasado 26 de octubre, un equipo del Centro Nacional de Investigación Atmosférica y de la Fundación Nacional de Ciencias (ambos de Estados Unidos) publicaron en la revista Monthly Weather Review que hay al menos dos mecanismos que provocan una rápida intensificación de los ciclones, cada uno tiene un conjunto diferente de condiciones que deben cumplirse.
Uno de los modos depende de que haya aguas superficiales cálidas en el mar y lo que se conoce como una baja cizalladura o corte del viento (un término técnico que se refiere a la diferencia de velocidades del viento entre dos zonas de la atmósfera). Esta forma de fortalecimiento abrupto ha generado algunas de las tormentas más destructivas de la historia, como los huracanes Andrew, Katrina y María.
El equipo, encabezado por Falko Judt, denominó a esta forma de crecimiento “de maratón” pues la tormenta se intensifica simétricamente a un ritmo moderado mientras el vórtice primario se amplifica constantemente.
Judt dijo, en un comunicado de prensa, que su equipo de investigación se quedó atónito con la intensificación explosiva del huracán Otis, que desafió las predicciones, y que consideran que tuvo un crecimiento de “maratón rápido”, porque se intensificó simétricamente pero a un ritmo inusualmente rápido, ya que tuvo un aumento de 130 kilómetros por hora en la velocidad de sus vientos en un período de apenas 12 horas.
En el otro modo (llamado sprint), el fortalecimiento rápido está relacionado con ráfagas de viento alejadas del centro de la tormenta, las cuales desencadenan una reconfiguración de la circulación del ciclón, lo que le permite intensificarse rápidamente; sin embargo, estos huracanes no suelen pasar de las categorías 1 o 2, aun si las alcanzan en unas cuantas horas.
Sin embargo, la investigación concluye que los dos modos pueden representar extremos opuestos de un continuo, que muchos casos de intensificación rápida probablemente se encuentren en algún punto intermedio y que la intensificación podría comenzar en modo sprint y luego pasar a modo maratón.
Catástrofe impredecible
La rápida intensificación con la que Otis arrasó la costa de Guerrero fue un hecho inédito en la historia reciente de huracanes en el Pacífico. Si bien otros ciclones lo han superado en cuanto a intensidad, como el caso del huracán Patricia en 2015, la velocidad con la Otis alcanzó la categoría 5 al momento de tocar tierra potencializó su impacto, pero los detonantes alrededor han generado incógnitas y desafíos para la comunidad científica.
Ante el hecho de que la intensificación de los huracanes depende de la energía que puedan absorber de las altas temperaturas del mar, el doctor Alejandro Jaramillo atribuyó
al fenómeno de El Niño, asociado a temperaturas cálidas, el “principal sospechoso” de que las condiciones en el océano Pacifico propiciarán que Otis rompiera un nuevo récord con el menor tiempo —menos de 12 horas— para convertirse de tormenta tropical a huracán categoría 5. Evidenciando así la falla de los modelos meteorológicos en cuanto a la previsión de la velocidad con la que alcanzó la máxima intensidad; no obstante que los alertamientos de su formación y trayectoria (ruta) sí fueron funcionales.
Ese es un problema general de los modelos porque hay muchos procesos que ocurren en el océano y la atmosfera que no son capaces de replicar. Otis no es el más intenso que hemos tenido, pero sí el que se ha intensificado más rápidamente en el periodo de registro histórico; es un evento que consideramos atípico porque la intensificación tan rápida no ocurre con una probabilidad muy alta, apuntó el especialista en meteorología tropical y la interacción biosfera-atmosfera”, explica.
Desde la perspectiva de Christian Appendini Albrechtsen, jefe de la Unidad Académica Sisal del Instituto de Ingeniería de la UNAM, independientemente del debate sobre si atribuir al cambio climático o a El Niño los estragos de este tipo de fenómenos hidrometeorológicos a los que particularmente es susceptible el país, el tema de la intensificación rápida y la frecuencia con la que está registrando, obliga a la comunidad científica a mejorar los pronósticos a fin de mejorar los protocolos de atención y pronta respuesta de la emergencia.
El calentamiento global no es sólo que aumente la temperatura del mar, sino que la termoclina, la profundidad a la que hay un cambio drástico en la temperatura del agua en el que hacia la superficie es más caliente y de repente baja muy rápido y se hace más fría, se vuelve más profunda y esto hace que haya más disponibilidad de agua caliente en los océanos lo cual es un problema grave porque, aunque no haya Niño, habrá más energía disponible para los huracanes y vamos a tener más de estos eventos”, sostuvo el especialista en el estudio de peligros oceanográficos.
En México, explica Christian Appendini, no se cuenta con un programa nacional de mediciones y en consecuencia no hay las herramientas y sistemas para monitorear la temperatura del mar a distintas profundidades y contar con información en tiempo real que sea útil para las predicciones de los modelos, ya que “los datos de instituciones como Pemex o el Instituto Mexicano de Transporte, no necesariamente está en tiempo real y no está disponible por razones de “seguridad nacional”.
En ese sentido señaló que “desde hace algunos años en Estados Unidos están mandando a las zonas donde hay huracanes, estos vehículos autónomos sumergibles como drones submarinos que bajan por información para sacar los perfiles de temperatura y otros parámetros que permite mejorar los modelos; hay boyas de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA por sus siglas en inglés) que pueden medir temperatura a distintas profundidades y mandar información en tiempo real, pero en el Pacífico no tenemos estas mediciones, no hay”.
Urgencias ineludibles
Garner considera que uno de los mensajes de su trabajo “es que hay urgencia. Si no hacemos algunos cambios bastante grandes y nos alejamos rápidamente de los combustibles fósiles, esto (los ciclones tropicales que se intensifican rápidamente) es algo que podemos esperar que empeore en el futuro”.
También concluye que se necesitan mejores métodos de comunicación para advertir a las comunidades en riesgo, ya que es difícil predecir exactamente cuándo los huracanes se fortalecerán más rápidamente.
Para el especialista, el caso de Otis más que una lección significa un retroceso histórico por la falta de prevención para evitar que se caigan las comunicaciones en una zona de crisis, pues en el país se cuentan con los sistemas de alerta y de “comunicación redundante” para evitar que la población quede aislada en medio de la emergencia.
“Hace falta definir y perfeccionar cómo se le avisa y se mantiene comunicada a la población. En el terremoto de 1985 hubo una incertidumbre internacional de que la Ciudad de México había desaparecido, incertidumbre al interior de la República porque se cayó la comunicación, como ocurrió ahora 38 años después en Acapulco”, sostuvo.
Los riesgos se agudizan
En medio del proceso de reconstrucción por los estragos de Otis, cuyas pérdidas se calculan, por ahora, en 16 mil millones de dólares, según Fitch Ratings, la necesidad de voltear la mirada hacia la prevención y atención de otros riesgos por fenómenos climáticos como las sequías pronunciadas, olas de calor y una serie de afectaciones que inciden en la disponibilidad de recursos, se agudiza.
Al respecto, Gian Carlo Delgado Ramos, investigador del Instituto de Geografía de la UNAM señaló que un claro ejemplo es la falta de agua y las zonas con estrés hídrico bastante pronunciado en el país, como en la península de Baja California y la zona metropolitana del Valle de México, “a causa principalmente de las prácticas constructivas, los patrones de consumo, la ocupación desbalanceada del territorio”.
El integrante de la Red Mexicana de Científicos(as) por el Clima (REDCiC) consideró que la mayor parte de las ciudades en el territorio no están diseñadas ante problemas de encharcamientos e inundaciones, e infraestructura no apta para las oscilaciones térmicas o los cambios (de temperatura) que se están dando en distintas zonas del país, se necesitan soluciones que consideren cómo el cambio climático está agudizando todos estos fenómenos.
Lo que implica, de acuerdo con los expertos consultados, en romper con intereses particulares e inercias históricas que han dificultado una mayor consciencia social y una cultura preventiva más resiliente a los efectos del cambio climático y la manera en que intensifican los riesgos y daños por estos fenómenos.
Para ejemplificar parte de los efectos del cambio climático, explica Delgado Ramos, “es el cambio de los patrones de lluvia en el tiempo, no sólo ya no llueve en la misma época del año, pero además en la intensidad, entonces, llueve más intenso en más tiempo o en menos tiempo, este último caso es lo que parece que ocurre en la ciudad de México”.
Precisamente en el caso de la Ciudad de México, el Informe anual sobre Amenazas Ecológicas (ETR) 2023 que este mes publicó el Instituto para la Economía y la Paz, identifica como “un desafío diferente” el hundimiento y la escasez de agua que se está agudizando en la capital del país, la quinta megaciudad más poblada en el mundo.
›“Una gestión inadecuada, sumada a una insuficiente inversión en infraestructura como la recolección de agua de lluvia, resultó en una importante pérdida de agua debido a fugas y a la mezcla de agua dulce con aguas residuales. En consecuencia, uno de cada cinco habitantes sólo tiene acceso al agua del grifo durante algunas horas durante el día”, destaca el informe en el que se indica que el 40% del agua proviene de “fuentes en zonas remotas”.
Al advertir que hay una resistencia generalizada, y no sólo en México, sino a nivel internacional para tomar “una acción decidida lo suficiente robusta para avanzar en materia adaptabilidad y mitigación del cambio climático”, el magíster en Economía Ecológica y Gestión Ambiental atribuyó a tres posibles causas de por qué no se hace lo suficiente para prevenir y buscar aminorar los riesgos de los fenómenos, “yo diría que obedece a tres elementos: el miedo al cambio; hay intereses de por medio que pueden afectar a ciertos actores, y hay muchas inercias, prácticas institucionales, del sector privado y la sociedad civil que está muy arraigada”, y que ha dado lugar “a tener asentamientos urbanos con una alta vulnerabilidad o no aptos para afrontar los efectos del cambio climático”.
Para Gian Carlo el avance en la promoción de las zonas de playas del país por la industria del turismo ha implicado impactos y pérdidas importantes de manglares, en pérdida de fuentes de playa y en el acceso público a éstas. “Si hoy día uno va a la Riviera Maya prácticamente ya no hay espacios de playa pública. Todo eso dificulta que cuando viene un fenómeno extremo como un huracán es difícil pensar que van a ser lo suficientemente resilientes porque llevamos décadas haciendo las cosas si no mal, no bien”.
Sobre ese punto, el investigador sostuvo que es al gobierno al que le corresponde “ir revirtiendo esas inercias, esa herencia de vulnerabilidad construida por muchos años”; y responder a la emergencia y plantear una reconstrucción con un enfoque que garantice: “la justicia socioambiental y climática”, en el sentido de garantizar la atención en primer lugar a los más vulnerables. “Eso no significa que los demás no hay que apoyarlos, pero hay gente que tiene capacidades para afrontar la desgracia muy limitadas, y es a quienes hay que atender de manera urgente”, subrayó.
Opotunidades y desafíos
En el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030 de la ONU, plantea como eje principal el mejorar los sistemas de alerta temprana para amenazas múltiples, y los procesos de preparación, respuesta, recuperación, rehabilitación y reconstrucción tras los desastres antes de 2027. La evaluación, a cuatro años del plazo, advierte que México, como el resto del mundo, no están del todo preparados.
Es por eso que Mario Álvaro Ruiz Velázquez, profesional en el campo de la gestión de riesgos y alerta temprana, subraya la necesidad de reforzar los cuatro componentes fundamentales de los sistemas de alerta temprana en el país, que incluyen el conocimiento del riesgo, su monitoreo y alerta, la difusión de la información antes, durante y después de la emergencia, y la preparación que es el cómo reaccionar.
Hoy México está falto de radares, hay un radar de Acapulco, pero no funciona, y eso nos hubiera dado una oportunidad (…) Es rediseñar los procedimientos y los protocolos actuales, hacer el análisis de riesgo por el tipo de amenaza, por las capacidades del territorio”, explicó Ruiz Velázquez quien tiene más de 25 años de experiencia y ha sido
reconocido en diferentes foros internacionales.
Sin embargo, añadió, “no se ha generado la suficiente consciencia de invertir en la gestión de riesgos en términos de preparación, en la toma de decisiones y que realmente haya esa voluntad política para transitar a un mejor desarrollo humano en el país”.
Entre los pendientes, apuntó el asesor del Instituto de Investigaciones y Estudios de Alertas y Riesgos (IIDEAR), es el consolidar un sistema nacional de alertas y notificaciones multimedios que llegue a toda la población en riesgo de manera unificada, como el sistema especializado en muy alta frecuencia (VHF por sus siglas en inglés) que emite la notificación de alerta, cuando medios como la telefonía convencional, las redes sociales, la televisión o la radio ya no funcionan.
Un ejemplo, apuntó el ingeniero Flavio Leyva, son los radios Sarmex que utiliza el Sistema de Alerta Sísmica Mexicano (SASMEX), cuyo “uso está limitado al 5%, pues, aunque puede estar mandando un número indeterminado de veces en el día mensajes de alerta, sólo transmiten alerta sísmica, pero no avisan de lluvias torrenciales o inundaciones.
Tampoco se utilizan alternativas como el sistema de alertas de emergencia inalámbricas (WEA, por sus siglas en inglés) que priorizan mensajes de emergencia vía SMS a la población en riesgo.
“Llevamos años tratando de implementarlo, es algo que ya existe, pero por cuestiones legales, no técnicas, con las telefonías para implementarlo de manera gratuita, como lo hacen países como Estados Unidos o Canadá”, detalló.
Riesgos por ver
La falta de conocimiento del nivel de riesgo de las amenazas también se refleja en la falta de elaboración y actualización de los reglamentos de construcción a nivel estatal y municipal como “la mejor herramienta de prevención” para la construcción de infraestructura resistente a sismos, inundaciones, deslizamientos y vientos fuertes.
Actualmente, señaló Leyva Ruiz “no se alcanza el 50% de los municipios del país que cuenten con estos reglamentos, menos son los que se llevan a la práctica y más abajo están los actualizados”.
En ese sentido, destacó el privilegiar el diseño en ingeniería con el que construyen carreteras y vías de ferrocarril con base a escenarios sísmicos de periodos de los 500 años a los 1,500 años de durabilidad.
En cuanto a actividad volcánica, cuya escala de riesgo va del uno hasta el nivel 8, para el experto en Protección Civil y Gestión de Riesgos, tampoco se están dimensionando los alcances que puedan tener los efectos de un elevado Índice de Explosividad Volcánica. Considerando que la erupción de El Chichonal (Chiapas, 1982) alcanzó un nivel 4, y se le considera uno de los de mayor relevancia en términos eruptivos del siglo XX.
Está el Popocatépetl y todo mundo habla de la caída de ceniza, pero nadie toma en cuenta la nube de dióxido de azufre porque no se ve, sólo se detecta con satélites, pero que ya está encima de los estados y causa lluvia radiactiva”, refirió Flavio respecto a la actividad nivel 3 que alcanzó el volcán en mayo pasado, provocando el alcance de la ceniza hasta la Paz, Baja California Sur.
Para Mario Álvaro Ruiz, además de la “prospección de escenarios futuribles” con técnicas metodológicas que permiten vislumbra a cinco, 10, 20 años o más cómo es un México ante los desastres para mejorar al país y estar mejor preparados; implica invertir y dar mantenimiento a las herramientas con las que se cuentan para el desarrollo humano.
“Elevar y reforzar a instituciones como el Centro Nacional de Prevención de Desastres, el Sistema Meteorológico Nacional con instrumentos tecnológicos: radares, acelerómetros, pluviómetros, estaciones hidrometereológicas, que nos permiten tener una ventaja en el tiempo y poder dar una mayor oportunidad a las personas de reaccionar. Es una inversión a fututo para evitar menores daños y pérdidas no solamente de comunidades sino en desarrollo económico, empresarial y en desarrollo de gobierno”, señaló el también representante en la Sección de Emergencias de la Organización para el Avance de los Estándares de Información Estructurada (OASIS).
Afloran vulnerabilidades
Aunque no se trata de una situación particular de México, el hecho de que se mantenga una alta marginación social en la que los sectores más vulnerables resultan los más afectados, especialistas consultados advierten sobre la urgencia en el país, así como en el resto de los países de América Latina, en rediseñar a profundidad de la manera en cómo afrontamos los impactos y desafíos que impone la naturaleza.
Tomando en cuenta que la magnitud de los efectos antes fenómenos insólitos como Otis evidencia las deficiencias para reducir las vulnerabilidades sociales que impiden una mejor y más pronta recuperación de los daños.
Al respecto, José Alberto Lara, investigador del Centro Transdisciplinar Universitario para la Sustentabilidad de la Ibero urgió a la necesidad de buscar alternativas de infraestructura que sean menos vulnerables al cambio climático, y con ello restaurar, en el caso de Guerrero, la vegetación costera como los manglares y otros ecosistemas que en cierta manera contribuyen a contener la intensidad de la fuerza de las olas y el viento de los fenómenos.
›“Pero como removimos toda esa vegetación para poner hoteles, ya no tenemos esa función de los ecosistemas. Hay que hacer compatible la actividad turística con esa vegetación; y el enfoque de los seguros, las áreas más afectadas fueron viviendas de bajos recursos, entones debería fomentarse no sólo en construcciones turísticas, sino que persona de escasos recursos tengan acceso a los recursos para reconstruir sus casas”.
Considerando que han sido los ciclones, huracanes, tormentas tropicales y sus variantes los eventos que concentran más del 42% de la ocurrencia de los al menos 255 desastres naturales que ha habido en México en el periodo de 1980 al 2022, por debajo incluso de la ocurrencia de terremotos y sequías, según el reporte especial de Integralia Consultores, con base en datos de la EM-DAT (base de datos mundial sobre desastres naturales y tecnológicos).
Sobre la amenaza particular de los ciclones tropicales, desde la perspectiva de Alejandro Jaramillo Moreno, investigador del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático de la UNAM, y en coincidencia con los consultores en materia de Gestión Integral de Riesgos, apunta a cuatro aspectos fundamentales por reforzar para aminorar las vulnerabilidades.
“Fomentar la cultura de prevención de que cualquier ciclón tropical, ya sea tormenta o huracán de cualquier categoría, representa una amenaza; contar con sistemas de alertamiento que proporcionen más tiempo de reacción, como radares meteorológicos, para una mayor anticipación de los huracanes”, especifica. Así como “revisar los sistemas de alerta temprana con respecto a las condiciones y variables propias de México, y fortalecer instituciones como Protección Civil con personal y recursos que tomen decisiones con base en información que produzca Conagua, el Servicio Meteorológico Nacional, con base a esos sistemas”.
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