Hace seis años, a las seis de la tarde ya había una verbena en la sede nacional del PRI. Decenas de autobuses se habían estacionado en las calles aledañas y se oían matracas. Esta vez parecía un domingo más. Minutos antes del cierre de las casillas no había una sola bandera tricolor, ni un solo silbato, ni un solo despistado con la leyenda “Yo mero” en la playera. Faltaban 20 minutos para las ocho de la noche, 20 minutos para que Meade apareciera ante los medios y ni rastro de las ruidosas “fuerzas vivas” del partido. Ninguna batucada, ninguna cumbia en el audio local, ningún tema de reguetón para calentar el ambiente. Era el preámbulo de la derrota. Los primeros en llegar al Centro Internacional de Prensa instalado en la sede nacional del PRI fueron los integrantes del equipo de campaña. Vanessa Rubio, Mariana Benítez, Jaime González Aguadé, Javier Lozano, Salvador Jara, Francisco Guerrero, Ana Lilia Herrera y Virgilio Andrade. Ninguno sonreía. Algunos de ellos ya se habían visto en el gabinete, pero ahora atestiguaban el derrumbe del que alguna vez fue el partido hegemónico. Después arribó el primer círculo: Aurelio Nuño, Eruviel Ávila, Rubén Moreira, José Calzada, Ismael Hernández Deras, Arturo Zamora, Emilio Gamboa y Claudia Ruiz Massieu. Ninguno bromeaba. Y cómo hacerlo ante un nuevo mapa electoral que indica que el PRI dejará de ser el partido que más gente gobierna. Si las cosas marchan bien en Yucatán, el PRI se quedará con 12 gubernaturas, 60 por ciento de las 20 que tenía hace seis años, cuando Enrique Peña Nieto recuperaba la presidencia de la República y nacía lo que entonces se denominó “el nuevo PRI”. Ser tercera fuerza en el Congreso será el precio por los casos de corrupción del gobierno federal y de los gobernadores, la factura por las reformas estructurales que no se reflejaron en el bolsillo. Y al final llegaron José Antonio Meade, su esposa Juana Cuevas y el dirigente nacional del PRI, René Juárez Cisneros. Los asistentes comenzaron a gritar “¡Pepe, Pepe, Pepe!” ¿Por qué no gritaban “presidente”? La ovación era más de consuelo que de algarabía. Es difícil que Meade y Juana pierdan la sonrisa, es parte de ellos. Pero ninguno tenía brillo en la mirada. “Hoy toca a la ciudadanía tomar las decisiones y ya lo han hecho, gracias a todos los mexicanos que participaron en esta jornada electoral. Éste ha sido, sin duda, el mayor reto de mi vida, uno en el que puse todo mi empeño, convicciones, valores, capacidades y corazón”, comenzó diciendo Meade. “Siempre he defendido la ley y las instituciones. Creo en la democracia y en ese marco, con responsabilidad, reconozco que las tendencias del voto no nos favorecen”, admitió el candidato, en un discurso que dejó expectante al auditorio y que resultó tan asombroso como el de hace 18 años, cuando el presidente Zedillo alzó el brazo a Vicente Fox. “Estaremos siguiendo muy de cerca las elecciones para diputados, senadores, presidentes municipales, diputados locales y gobernadores. Pero, por la información que ha venido haciéndose pública, la coalición Todos por México no es la triunfadora en este proceso de sufragio ciudadano para la Presidencia de la República. “En este momento habré de reconocer que, de acuerdo a las tendencias, fue Andrés Manuel López Obrador quien obtuvo la mayoría. Él tendrá la responsabilidad de conducir el Poder Ejecutivo y, por el bien de México, le deseo el mayor de los éxitos”, dijo Meade, con lo que se convirtió en el tercer candidato presidencial del PRI en ser derrotado en las urnas, después de Francisco Labastida Ochoa en el 2000 y Roberto Madrazo Pintado, en 2006. https://twitter.com/EjeCentral/status/1013635246540156928 Dicen que a los amigos se les conoce en la cárcel o en la cama de un hospital. Pero también en las derrotas electorales. A diferencia del relanzamiento de su campaña, cuando René Juárez asumió las riendas del partido, el pasado 6 de mayo, esta vez el gabinete presidencial no estuvo presente en la Noche Triste del PRI. Ni su amigo Luis Videgaray ni Enrique Ochoa Reza, a quien se le adjudica el mal arranque de la campaña. Sólo José Antonio González Anaya, secretario de Hacienda, se solidarizó con Meade. Tampoco estuvieron presentes para compartir el momento amargo los exdirigentes del partido como César Camacho Quiroz, Beatriz Paredes, Mariano Palacios, Dulce María Sauri, Pedro Joaquín Coldwell, María de los Ángeles Moreno o Jorge de la Vega Domínguez. El único que se apersonó fue José Antonio González Fernández. Los gobernadores tampoco quisieron formar parte de la fotografía de la derrota. Ninguno de los 13 mandatarios locales ofrecieron el hombro. Pese a ello, Meade tuvo palabras de agradecimiento para el presidente Peña Nieto y defendió la herencia que dejarán a López Obrador. “Se va a entregar un país con una economía fuerte y sana que lleva 34 trimestres de crecimiento positivo, que ha movilizado y ha traído inversión como nunca antes, que se ha modernizado para dar pie a la más alta generación de empleos en la historia, con finanzas públicas sanas, y que le ha apostado a la educación y le ha ganado terreno a la pobreza extrema”, dijo el exsecretario de Hacienda. Meade dio las gracias a Nuño, a René Juárez, a los dirigentes de los partidos Nueva Alianza y Verde, y a los millones de mexicanos que votaron por él. Pero cuando ya no pudo más fue al dirigirse a su esposa Juana. “Y por supuesto, le agradezco a…”, la voz se le quebró, asomaron las lágrimas y su mujer se aproximó para abrazarlo y consolarlo. El candidato se desahogaba en los brazos de la mujer que, decía él, siempre le dio la mejor sonrisa a la campaña. 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