Pese a los tratamientos existentes, la lepra continúa infectando a miles de personas cada año, especialmente en países pobres, y aunque se realizan investigaciones, pocos laboratorios le dedican recursos.
Mathias Duck, un capellán paraguayo de 44 años, ya conocía la lepra por haber trabajado en un hospital dedicado a enfermos con esta dolencia, pero cuando él mismo fue diagnosticado en 2010, tardó “tres años en poder hablar del tema con libertad”, contó a AFP.
La lepra, una patología a veces considerada vergonzosa, tiene el triste privilegio de ser una de las 20 enfermedades tropicales que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera desatendidas.
Causada por el bacilo Mycobacterium leprae, esta enfermedad transmisible ataca la piel y los nervios periféricos, con secuelas potencialmente muy graves.
En 2022 se detectaron unos 216 mil casos de lepra en todo el mundo, en especial en Brasil e India, según la OMS.
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La lepra persiste como “un problema grave” en 14 países de África, Asia y América Latina.
Las cifras podrían ser solo la punta del iceberg, según el médico Bertrand Cauchoix, especialista en la enfermedad de la Fundación Raoul Follereau, en Francia,
“Conocemos el número de pacientes cribados, pero no contamos los olvidados, los no detectados” que podrían ser mucho más numerosos”, explica.
La lepra, favorecida por la promiscuidad y las condiciones de vida precarias, tiene como particularidad un período de incubación muy largo, de pocos años a 20 años, a lo cual se agrega una demora en el diagnóstico, durante el cual la enfermedad puede continuar infectando a las personas cercanas.
Desde hace décadas existe un tratamiento médico a base de tres antibióticos.
Para Mathias Duck bastaron seis meses de tratamiento: “Tuve mucha suerte porque me diagnosticaron y trataron a tiempo, sin ninguna secuela”.
Pero el tratamiento puede ser más extenso, hasta 12 meses, lo cual dificulta su seguimiento en países sin un sistema de salud adecuado.
“Se necesita infraestructura con cuidadores para dispensar los medicamentos, eso requiere recursos”, recuerda Alexandra Aubry, profesora de biología y especialista en lepra del Centro de Inmunología y Enfermedades Infecciosas (CIMI) en París.
“No hay dinero para la lepra”
Los antibióticos existentes los dona la fundación del laboratorio suizo Novartis, que lo fabrica, a través de la OMS.
Por ello, Bertrand Cauchoix apunta a “un riesgo de tensiones muy grandes” en caso de haber problemas en la línea de producción de esos antibióticos.
En términos generales, los laboratorios farmacéuticos no se esfuerzan en producir nuevas moléculas que serían más fáciles de administrar.
“No hay dinero para la lepra, solo donaciones caritativas”, lamenta Cauchoix.
De hecho, la enfermedad está casi ausente de los países occidentales y se propaga en un número limitado de pacientes en países que no podrían pagar nuevos medicamentos a precios elevados.
En su laboratorio de investigación en París, uno de los pocos en el mundo capaces de hacer pruebas de esta bacteria, Alexandra Aubry evalúa la eficacia de cada nuevo antibiótico que llega al mercado para tratar otros males.
“Intentamos identificar las asociaciones de antibióticos”, explica Aubry. “Probamos todas las formas posibles de simplificación para tener tratamientos más cortos, por ejemplo una vez por mes durante seis meses”.
También hay proyectos de vacunas, cada vez más infrecuentes porque también faltan fondos.
“Es muy complicado tener financiamiento para esto. Para evaluar la eficacia de una vacuna hay que seguir a la población vacunada durante 10 o 15 años”, recuerda Aubry.
“Si lo comparamos con lo que pasó con el covid-19, realmente es solo una gota en el océano”, agrega el sacerdote Duck, quien pide también más investigación y voluntad política en todo el mundo para erradicar la enfermedad.
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