En los últimos días nos dimos cuenta de que los seres humanos damos importancia a la espiritualidad desde hace más tiempo del que pensábamos, pues se dieron a conocer los descubrimientos de un entierro en el este de África de 78 mil años de antigüedad, y de un centro ceremonial construido hace 7 mil años en la península arábiga.
La tumba fue hecha para un niño de apenas tres años de edad, que fue enterrado envuelto en un sudario, en posición encogida, sobre un costado y con una almohada bajo la cabeza, como si en lugar de estar muerto, estuviera cómodamente dormido.
“¿Para qué? ¿Por qué se hace todo esto si ya no sirve para nada?” se pregunta María Martinón-Torres, una de las autoras principales del estudio, y se contesta: “Precisamente por eso. Que no sirva para nada le da todo su valor”.
“En nuestra especie, defenderse de la muerte dejó de ser un acto reflejo y se convirtió en un acto reflexivo. Vivimos con una voluntad terca por domesticar la muerte, por combatirla, por prevenirla, por retrasarla”, agrega en un texto escrito para The Conversation.
Por otra parte, en el noroeste de Arabia Saudita, investigadores de la Universidad de Australia Occidental en Perth encontraron más de mil recintos amurallados distribuidos en 200 mil kilómetros cuadrados.
No está claro para qué se usaban estas estructuras, pero se encontraron restos de animales que pudieron haber sido ofrendas. Posiblemente las poblaciones ganaderas de la zona se reunían periódicamente para realizar ceremonias religiosas en estos recintos, que ahora son las construcciones ceremoniales más antiguas que se conocen.
Para Martinón-Torres, “cuando ya no hay vuelta atrás y la muerte deshabita el cuerpo de un ser amado, entonces, al Homo sapiens aún le queda el orgullo de no agachar la cabeza y decide seguir tratando a los muertos —aunque estén muertos— con la consideración con la que tratamos a los vivos: con delicadeza, con respeto, con compasión. Con esa parte de nuestra vida, la muerte no puede. Y la noción de esa pequeña victoria nos da algo de la paz que la muerte nos arrebata”.