En general, cuando los jóvenes que se encuentran en riesgo suicida o tienen ideaciones al respecto encuentran la oportunidad de hablar sobre el tema, puede decirse que ya están en camino de mitigar ese riesgo, pues a veces sólo necesitan que alguien los escuche.
Esto lo explica Paulina del Río, quien desde hace 15 años se dedica a la prevención del suicidio infanto-juvenil en Chile y formó parte de la Comisión de The Lancet para Terminar con el Estigma y la Discriminación en la Salud Mental.
Del Río es cofundadora y presidenta de la Fundación José Ignacio, creada en memoria de su hijo mayor, quien se quitó la vida en 2005; una organización pequeña que trabaja a través de la colaboración con otras fundaciones, organizaciones de la sociedad civil, el Estado en Chile y organizaciones internacionales, como por ejemplo la Organización Panamericana de la Salud, y hace unos días compartió con ejecentral detalles del delicado trabajo que llevan a cabo de manera cotidiana.
Acompañamiento
“Lo que hacemos nosotros es evaluar el riesgo, y proporcionamos acompañamiento desde el primer momento. También aplicamos un pequeño modelo muy sencillo para evaluar el riesgo, pequeñas preguntas muy dirigidas que nos ayudan a que la chiquilla o el chiquillo pueda decir ‘estoy pensando en suicidarme’ o ‘me siento muy mal’.
“Entonces podemos ir ahondando en lo que le pasa, permitimos que ese niño o niña o adolescente hable de lo que le está pasando y sea escuchado, y eso ya es las tres cuartas partes del camino, porque la inmensa mayoría sólo necesitan que alguien los escuche”, explica.
Al mismo tiempo, y dependiendo de la valoración, el equipo de la Fundación busca derivar los casos a servicios sicológicos especializados, aunque esto “es muy difícil en países como Chile, seguramente México es muy similar; los sistemas públicos están muy débiles en ese sentido”.
Por medio de la comunicación pueden tranquilizar a los jóvenes, ayudar a contener la crisis. “Sabemos que la crisis va a pasar, entonces podemos acompañarla y contenerla, incluso con contacto diario, mientras se busca ayuda de salud mental profesional o se logra que la persona busque ayuda en su familia, en su escuela, en fin y el seguimiento que hacemos a seis meses, un año en general es lo indicado”.
Del Río explica que han tenido “muy buenos resultados y mucha gente nos escribe espontáneamente, unos para contarnos lo bien que están, para agradecer o sólo para conversar”.
Cuándo intervenir
Si bien no existe algo como una sintomatología del riesgo suicida que sea fácilmente identificable, sí existen algunas señales de alerta. “Un ejemplo bastante obvio es el aislamiento: un niño que acostumbraba a tener una cierta interacción social, que quizás no era mucha pero la tenía, de pronto está aislado”, explica Del Río.
Otras señales pueden percibirse si un niño no quiere ir al colegio, o un joven a la universidad. “Podríamos entonces sospechar que está sufriendo acoso, abuso de algún tipo”, o si no quiere relacionarse socialmente con un familiar se puede sospechar que ha sufrido algún tipo de acoso o abuso sexual.
En niños y jóvenes, otros indicadores pueden ser las preguntas como “¿qué pasa cuando uno se muere?” o hacer referencias a que “pronto ya no se van a preocupar por mí, ya no los voy a molestar más”.
Otra indicación es si la persona tiene una enfermedad o trastorno mental de algún tipo. “Ese tipo de señales que quizás no son indicadores de riesgo suicida per se, pero nos podrían estar hablando de que pasó algo que, junto con otros factores o señales, podría indicar riesgo suicida y nos exigen estar alertas”.
Del Río explica que la persona con riesgo suicida, independientemente de la edad, “se siente atrapada, siente que haga lo que haga no hay salida para su problema, para su dolor” que puede ser ocasionado por bullying escolar, acoso en el trabajo o violencia intrafamiliar… “Muchas veces uno de los factores más importantes en el problema de salud mental o ideación suicida del niño está en la familiar”, advierte Del Río.
Epílogo de transversalidad y empatía
Para Paulina es muy importante enfatizar que lo más importante al abordar esta problemática, es que “dejemos de discriminar a las personas que padecen un trastorno de salud mental… Nadie es inmune a vivir una situación tal que lo lleve a pensar en el suicidio, a intentarlo o incluso a morir por suicidio, es absolutamente transversal, en cualquier familia puede haber trastornos de salud mental”, dice.
Los medios (aunque también cualquier persona) tienen un papel fundamental en disminuir la estigmatización y para ello da “las mismas recomendaciones que nosotros enseñamos a nuestros voluntarios” y ejemplifica con una persona que los contacta les cuenta que está sufriendo y que intentó suicidarse.
“Nosotros no vamos a decir, pero qué horror, lo que hiciste quiere decir que eres un enfermo mental. No, nosotros vamos a decir: me imagino que has acumulado muchos dolores y cuando uno acumula muchos dolores habitualmente lo que le pasa es que se agota de tanto sufrir, no quiere sufrir más, le gustaría seguir viviendo, pero la vida se hace muy dolorosa…
“Entonces uno no ve más salida que la muerte. Por eso probablemente tú intentaste suicidarte, entonces lo que vamos a hacer nosotros es acompañarte para que vayamos descubriendo cuáles son esos dolores”.
Y así empiezan una conversación.