La Comuna del 68: El llamado a clases y el ¡NO! como respuesta

25 de Diciembre de 2024

La Comuna del 68: El llamado a clases y el ¡NO! como respuesta

Inexplicablemente, el rector Javier Barros Sierra llamó a reanudar las actividades académicas, la sorpresa en la comunidad universitaria fue mayúscula y creó confusión, pero también, sin querer, provocó la reactivación del movimiento

Este septiembre, el típico clima húmedo, lluvioso, de la Ciudad de México parecía que este año calaba más. La causa: iba extendiéndose entre movimiento estudiantil una atmósfera de zozobra, temor, incertidumbre y hasta miedo.

Esto comenzaba a hacerse patente en los días que siguieron al Cuarto Informe de Gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Por ejemplo, las reuniones de las Asambleas y de los Comités de Lucha ya no eran tan numerosas como en días anteriores y aunque las infatigables brigadas de estudiantes seguían desempeñando su accionar informativo de volanteo, boteo, pintas, mítines relámpago, paradas de música y poesía comprometida y más; se sentía una dispersión no sólo física, sino de ideas en las reuniones de trabajo.

Cuatro jóvenes fueron detenidos en las calles del Centro Histórico por repartir volantes con contenido “antigobernista”. Mientras, el CNH se mantenía a la espera de un diálogo con el gobierno.

Mantenía el movimiento estos brotes entusiastas de los jóvenes que continuaban utilizando a sus perros solidarios que llevaban mantas o pintas en su cuerpo, como actos de denuncia de consciencia social. También ver los globos que creaban los alumnos de aeronáutica del Politécnico y de Ciencias Químicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que al llegar a cierta altura en el aire, dejaban caer miles de volantes por todas partes, inundando el paisaje e infundiendo en esos momentos una sensación de triunfo.

El Consejo Nacional de Huelga (CNH) daba la impresión de que, por primera vez, pasaba a la defensiva y no a la ofensiva como antes. Además, no se ponían de acuerdo los delegados de las escuelas que lo conformaban, aunado al desgaste natural, provocado por el cansancio acumulado desde que inició el conflicto, y que hasta esta primera semana de septiembre no había podido abrir una rendija de sensibilidad en el gobierno de Díaz Ordaz, sino todo lo contrario.

Así transcurrió el fin de semana, los días 7 y 8 de septiembre, con la misma atmósfera de vaguedad y vacío, de ¿qué hacer? para contrarrestar a la maquinaria del régimen que intentaba acorralar al movimiento estudiantil a través de la propaganda de prensa, radio y televisión.

El lunes 9 de septiembre algo cambió. El rector, Javier Barros Sierra hizo un llamado a reanudar las actividades académicas para el 17 de septiembre. La sorpresa en la comunidad universitaria fue mayúscula y creó confusión.

Tras el accidente que dejó 10 muertos y 32 heridos originarios del pueblo San Miguel Topilejo, estudiantes de la UNAM apoyaron a los pobladores para exigir una indemnización.

La primera pregunta era ¿por qué lo había hecho?, cuando el mismísimo rector, apenas un mes antes, se había erigido como la principal columna de apoyo al movimiento estudiantil, por su enorme peso como el representante máximo de la UNAM, al haber pronunciado aquel discurso contra el régimen de Díaz Ordaz; cuando el ejército había destrozado de un bazucazo la histórica puerta barroca de la Preparatoria Nacional 1 de San Ildefonso, y al mismo tiempo se horadaba la autonomía universitaria. Era el mismo hombre que ordenó izar la bandera nacional de Ciudad Universitaria a media asta en señal de luto, y el que encabezó, junto con profesores y estudiantes, la marcha ya histórica, que inundó la avenida Insurgentes.

La segunda pregunta entre los estudiantes fue ¿qué hacer? El llamado del rector ahondaba en la confusión, que ya entonces generaba una atmósfera casi paralizante.

De seguir así, lo sabían, se daría el debilitamiento del movimiento estudiantil, con todo lo que se había logrado y ganado, inclusive con la incorporación de grandes sectores de obreros, empleados, padres de familia y hasta de varias comunidades campesinas como las de Topilejo.

Era necesario hacer algo, presentar un planteamiento diferente para romper el estado de shock y reactivar al movimiento para pasar de nuevo a la acción.

En el libro Los días y los años, su autor, el escritor Luis González de Alba (delegado del CNH, en aquel entonces por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM), cuenta sobre el llamado del rector Barros Sierra de regresar a clases:

“La delegación estudiantil le hizo ver al rector que sin huelgas no era posible mantener las brigadas activas en el alto número que se tenían y que sin brigadas no duraría mucho tiempo el movimiento. El rector contestó a los estudiantes diciéndoles que habían mal entendido su llamado, pues él no llamaba a clases, sino a la normalidad académica, es decir: el funcionamiento de instituciones de investigación, bibliotecas, centros de estudio, etcétera. Lo cual no necesariamente implicaba clases en sentido estricto”.

El 10 de septiembre, el rector de la UNAM hizo un llamado público al movimiento para regresar a “la normalidad”, advirtiendo que de continuar el paro, la Universidad podía ser “la mayor víctima”.

En otro punto, González de Alba analiza: “Realmente era esta una sutileza que nadie había percibido y dejaba al descubierto las presiones ejercidas sobre el rector. La redacción misma del llamado no estaba dentro de su conocido estilo. Cuando días después, le hice notar lo anterior a un alto funcionario de la Universidad, persona muy cercana al rector, me respondió: ‘Tiene usted razón, algún día le relataré la historia secreta de ese llamado’”.

Y remata el autor: “El rector había fijado como fecha para reanudar la ‘normalidad académica’ el 17 de septiembre”.

Coincidentemente, al día siguiente de concluido el plazo, el miércoles 18 por la noche, fue ocupada la Universidad por el Ejército, y uno de los argumentos que esgrimió la Secretaría de Gobernación —que entonces encabezaba Luis Echeverría—, fue que no se había atendido al rector y demás autoridades universitarias.

El punto límite al que había orillado el llamado de Barros Sierra para “normalizar las actividades académicas” al Consejo Nacional de Huelga se volvió por un momento el antídoto contra el miedo. El 10 de septiembre, la respuesta de la asamblea fue un rotundo ¡no!

Las asambleas, comités de lucha y el CNH, experimentaron una torrencial lluvia de ideas por parte de todos los representantes de la máxima casa de estudios, del Instituto Politécnico Nacional (IPN), la Universidad de Chapingo, la Benemérita Escuela Nacional de Maestros y la Escuela Normal Superior para responder con mayor contundencia, entonces acordaron para el 13 de septiembre realizar una marcha totalmente diferente y que, como dijo González de Alba, “fuera una muestra innegable de disciplina y control, que levantara los ánimos y nos diera otra vez la vanguardia”.

Y lo fue, le llamaron la manifestación del silencio.

CNH, EL DESGASTE En septiembre, los miembros del Consejo Nacional de Huelga se enfrentaban al desgaste natural, a casi dos meses del iniciado el movimiento.

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