La comida de la renuncia
El Presidente rechazó en dos ocasiones la renuncia, pero no había punto de retorno

En una larga reunión en Los Pinos el 13 de junio, Manlio Fabio Beltrones le dijo al presidente Enrique Peña Nieto que tenía que haber cambios para evitar que su proyecto de Nación fuera descarrilado. Pero los cambios, dijo, tenían que comenzar por el líder del partido. El Presidente rechazó en dos ocasiones la renuncia, pero no había punto de retorno. Con ella, le abriría el espacio para que pudiera tomar las decisiones y salvar lo que construyó.
Por Raymundo Riva Palacio
Las horas fueron largas en aquella comida que comenzó al mediodía del 13 de junio y terminó bien entrada la noche. A Enrique Peña Nieto siempre le han gustado las actividades nocturnas, pero aquella era una ocasión diferente. Desde la derrota del PRI en las elecciones de gobernadores el 5 de junio, el Presidente se había reunido en dos ocasiones anteriores con el líder nacional del partido, Manlio Fabio Beltrones. Esa era la tercera vez en una semana y la que sería clave para el futuro. De eso se trataba, le dijo Beltrones, de que si no se atendían las causas y se corregía el rumbo, lo que estaba en riesgo no era sólo la Presidencia en 2018, sino su proyecto de Nación.
Peña Nieto lo había invitado a Los Pinos para hablar a solas sobre lo que había sucedido en la jornada electoral. Le dijo que no entendía lo ocurrido porque nadie esperaba esos resultados. Beltrones asentía y le daba el diagnóstico de lo que, desde su posición, había sido la razón de una pérdida de casi 11 millones de votos en una sola jornada. El líder del partido le trazó el mapa de riesgos políticos, los conflictos vivos, la falta de cohesión, los adversarios crecientes, y le subrayó, con la confianza de años de relación, que había que ajustar y cambiar.
Pero que todo eso, argumentó, no podía hacerse si él no era el primero en la lista. Beltrones le estaba diciendo que tenía que renunciar para darle espacio a esos cambios. Peña Nieto rechazó la renuncia. Eso no estaba considerado, le dijo, no creía que ese fuera el camino y, además, sería injusto. Sabían los dos cómo se habían movido los hilos del poder en la construcción de las candidaturas. Ninguna la había puesto Beltrones; los 12 candidatos habían salido de Los Pinos o de las influencias de los principales secretarios de Estado con aspiraciones presidenciales. Beltrones jugó con lo que había: los candidatos del Presidente. No pudo meter a nadie, y tampoco pudo tener control sobre la operación electoral salvo en dos estados, Oaxaca y Sinaloa, donde no había gobernadores del PRI y donde, no de manera fortuita, recuperó el PRI el poder.
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La conversación entre los dos, que transcurriría con el acompañamiento de dos botellas de vino y unos cuantos tequilas, quedó registrada en forma codificada, en el discurso de dos mil 784 palabras que pronunció el lunes por la noche ante la Comisión Política Permanente, donde anunció su renuncia. El discurso no era desconocido por Peña Nieto, a quien se lo envió previamente para que lo leyera. Ningún comentario o corrección le hizo. Nada de lo que estaba contenido había quedado afuera de lo conversado ese lunes en Los Pinos. Lo cáustico de su retórica había sido explicado con detalle y contexto una semana antes en persona. “Estoy convencido de que los priistas estamos obligados a hacer una profunda y seria reflexión sobre lo que ocurrió en la jornada electoral del 5 de junio”, inició el discurso, de la misma forma como subrayó ante el presidente la necesidad de esa autocrítica.
Beltrones dijo ante los priistas: “Estamos obligados, como nunca antes, a escuchar la voz y los reclamos de los ciudadanos, de todos ellos, votantes priistas o por otros partidos, que exigen mejores resultados en sus gobiernos y combate a la corrupción e impunidad, donde quiera que esta se encuentre”.
En la comida con el Presidente, la referencia más clara era para el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, que prácticamente desde que llegó Beltrones al PRI, pidió a Peña Nieto que procediera la Secretaría de Hacienda contra él por los irregulares manejos financieros en el estado, que propiciara su salida. También se hicieron referencias al gobernador de Quintana Roo, Roberto Borge, de quien durante meses se pidió que la Secretaría de Gobernación lo forzara a distender el tejido político en el estado.
En su discurso habló de los “grupos de la derecha más conservadora en los que afloran expresiones que atentan contra la libertad de elegir la forma de vida, contra las preferencias personales y contra las mujeres”, y de una izquierda que “se radicaliza, participando abiertamente para encabezar resistencias a las reformas que ya habíamos llevado a la Constitución, pero que aún se discuten en las calles”. La conversación con el Presidente en lo que se refiere a esos puntos, fue la forma como su gobierno, le dijo, había roto con la Iglesia católica y con los maestros de la Coordinadora, al sugerirle que lo que había fallado era la operación política de dos de sus cercanos, los secretarios de Gobernación y de Educación.
“También hay que decirlo fuerte y claro”, añadió Beltrones en el discurso.
En muchos casos los electores dieron un mensaje a políticas públicas equivocadas”.
Las palabras que se hablaron durante la comida detrás de ese párrafo se referían a la iniciativa presidencial sobre los matrimonios igualitarios, que le probó al Presidente que había cambiado el destino de la elección en Aguascalientes y en Durango con el activismo de la Iglesia católica, pero también a la forma cómo la reforma fiscal en 2013, había agraviado irreversiblemente a los empresarios.
Peña Nieto lo escuchó y habló con él con cordialidad, en ocasiones incluso con fraternidad. Había preguntas que hacía y buscaban respuestas en forma conjunta, según describieron funcionarios que supieron del entramado de la conversación. Puntos centrales para la operación de la Presidencia fueron planteados en la forma cómo, a lo largo de su gobierno, estaba enfrentado con los grupos de poder y de interés, que estaban en actividad beligerante: la Iglesia, los maestros, los empresarios, los medios, los propios priistas, particularmente los gobernadores, que se sentían muy maltratados por uno de los dos pilares de Peña Nieto en el gabinete, el secretario de Hacienda.
Otro de los temas clave de la comida en Los Pinos, porque se refiere a la mecánica del gobierno y el partido, lo expresó Beltrones en el discurso de esta forma: “Es necesario que haya correspondencia y retroalimentación en las agendas de gobierno y partido, respetando el ámbito de competencia de cada parte… El partido requiere establecer una más fluida relación con sus gobiernos”.
La observación al presidente fue clara. Un alto número de iniciativas del gobierno, como los matrimonios igualitarios, el alza en las gasolinas o la captura de la dirigencia magisterial, por citar tres casos, nunca le fueron informados con anterioridad a Beltrones, quien se enteró de esas acciones, dijeron cercanos a él, por la televisión.
En la plática con Peña Nieto, Beltrones describió lo que tradujo en el discurso así:
Quieren que la modernidad se refleje en los bolsillos de las familias mexicanas; que su trabajo sea mejor remunerado; servicios de salud de calidad y calidez; vivienda digna; seguridad para sus hogares y sus ciudades. No están satisfechos con solamente enterarse de que vamos bien, sino que quieren sentirse bien”.
Las reformas estructurales mal explicadas, reiteradas a través de la propaganda, fue la crítica subyacente que hizo Beltrones del equipo presidencial. La inseguridad para los ciudadanos, como otro factor que impactó negativamente en el voto.
“Entendámoslo bien”, dijo Beltrones en el discurso del lunes, “lo que está en juego no es la numeralia electoral. Lo que está en juego es ni más ni menos, el proyecto de Nación para el Siglo XXI”.
Eso le había dicho Beltrones a Peña Nieto cuando insistió que para transformar el estado de cosas y corregir el rumbo, los cambios debían empezar por él.
Lo que está en juego, subrayó a Peña Nieto, es que todo lo que hizo como proyecto y futuro, si no cambiaba las cosas, sería demolido.
Ahí estaba su disyuntiva.
¿Qué sigue?
Carolina Monroy del Mazo fue nombrada presidenta interina del Partido Revolucionario Institucional. Ahora el partido tiene 60 días para convocar al Consejo Político y realizar la elección del nuevo dirigente.
El ganador tendrá que conducir las elecciones de 2017, cuando se pongan en juego las gubernaturas de Coahuila y Estado de México. Esta última será la más disputada, pues representa la mayor bolsa de votos del país (alrededor de 11 millones) y se considera la antesala de la elección presidencial.
El partido tendrá a urgencia de definir cuanto antes a su nuevo líder, pues ya hay dos candidatos en campaña rumbo a la elección presidencial: Margarita Zavala y Andrés Manuel López Obrador.