Dax, Francia. En la terraza de un café, en una plaza bañada por el sol, dos mujeres de edad avanzada almuerzan y comentan las noticias. La escena, aparentemente banal, podría ocurrir en cualquier pueblo de Francia, pero tiene lugar en un centro innovador para enfermos de Alzheimer.
En Dax, al sudoeste del país, este establecimiento único ha desafiado la epidemia de Covid-19 para abrir sus puertas en la pasada primavera boreal, y acoge a 120 personas con la enfermedad mental, además de otros tantos cuidadores y voluntarios.
Inspirado en Holanda, este modelo sirve de laboratorio para analizar a los pacientes con Alzheimer, y es seguido de cerca por equipos de Japón e Italia, dos países que quieren adoptar a su vez este tipo de centros experimentales.
Este establecimiento para personas que suelen olvidar incluso quiénes son y cómo se llaman, ha sido concebido como un pueblo-granja tradicional de la región francesa de las Landas, donde hay una peluquería, un pequeño supermercado, un café, una sala de deportes y una mediateca, a los que tienen acceso los enfermos, siempre vigilados por médicos especialistas, terapeutas y personal de servicio.
El pueblito para enfermos de Alzheimer también cuenta con caminos de suaves líneas, una laguna y hasta dos burritas, Junon y Janine, que viven en una granja. Todo invita a la calma.
Cuatro pequeños barrios ubicados entre la vegetación congregan cada uno a cuatro casitas. “Cada residente tiene su habitación y vive a su ritmo. El que se levanta a las 6:00 am, no impide a su vecino dormir hasta más tarde”, explica Aurélie Bouscary, una de las auxiliares.
Diez plazas están reservadas a los menores de 60 años, aunque la media de edad es de 79. La menor tiene solamente 40 años.
En la terraza del café, nuestras dos residentes están acompañadas por una cuidadora, ya que aquí el personal tiene tiempo para dialogar, tranquilizar, compartir, acompañar al supermercado.
“Todas estas personas habían agravado su encierro durante el confinamiento. Al instalarse aquí desde junio, han podido recuperar una serena libertad cotidiana” relata Nathalie Bonnet, psicóloga y gerontóloga.
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