La Casa Blanca convertida en casino vegasiano
Donald Trump está en pie de guerra y no reconocerá la derrota, porque su cultura política nunca la quiso cultivar. La pelea por presidencia estadounidense no sólo recorrerá los tribunales, implicará contar boletas y podrá encontrar la gasolina que requiere en la polarización de la sociedad
Nunca había pasado hasta que llegó Donald Trump a la presidencia.
Nunca había pasado que un candidato presidencial desarrollara un guion sobre la existencia de un fraude electoral antes de que los estadounidenses emitieran su voto. Nunca había pasado que un outsider procedente de la telerrealidad convirtiera a su yerno en una especie de Secretario de Estado especial para el gobierno mexicano. Nunca había pasado que un presidente de Estados Unidos ordenara enjaular a menores de edad por el simple hecho de entrar al país sin papeles. Nunca había pasado.
Han sido cuatro años que podrían ser contemporizados en las últimas 24 horas; lo ocurrido entre la mañana del martes electoral y la tarde de ayer.
El presidente se levantó el martes con la urgencia de enviar un mensaje a la nación que resultó una perogrullada: los ciudadanos tienen el derecho de conocer los resultados el día de la elección. Plan con maña.
Algo más, durante la semanas anteriores, Trump había sembrado una teoría de conspiración, una más, sobre el fraude electoral en manos de los demócratas.
En América Latina conocemos múltiples escenarios alrededor de fraudes electorales, por ejemplo, en la Venezuela de Nicolás Maduro. Juan Guaidó anunció hace varios meses que no participará en las elecciones legislativas de diciembre porque serán fraudulentas debido a que no existe garantía sobre la representatividad de los competidores ni muncho menos existe certeza jurídica sobre el órgano electoral debido a que se encuentra controlado por Nicolás Maduro.
¿En verdad, fraude en Estados Unidos? Francis Fukuyama convenció a miles de personas en el siglo pasado sobre la confianza en la sociedad estadounidense. Confianza como un activo cultural para generar empresas multinacionales, por ejemplo. Confianza para contar votos, otro ejemplo.
Algo no andaba bien en el seno de la campaña de Trump. Sus cifras no le aseguraban la reelección. Si Cambridge Analytica lo llevó a la Casa Blanca en 2016, alguna otra empresa de big data le ha de haber dicho que la correlación de variables de su modelo propagandístico o algoritmo, en estas elecciones no lo atornillarían en el Despacho Oval por otros cuatro años.
Había que hacer algo para excitar a su base electoral. Fraude a través del voto por correo.
Trump comprendió que la propagación del nuevo coronavirus en su país incentivaría el voto por correo entre una parte importante de la población. La comodidad y, sobre todo seguridad sanitaria, detonó el voto masivo a través del sistema de correos.
Un mal perdedor
Al escribir estas líneas la fotografía de los resultados electorales presentaba enormes diferencias a la de 2016: Arizona, Michigan y Wisconsin, regresaban a manos de los demócratas. Estados que Trump le arrebató a Hillary Clinton.
El síntoma de su propia derrota la reveló Trump durante las primeras horas de este miércoles. En su cuenta de Twitter escribió que los demócratas estaban operando el fraude. Acto reflejo de un reconocimiento tácito: voy a perder.
Donald Trump no reconocerá su derrota porque su cultura política nunca la quiso cultivar, ni siquiera ganando las elecciones en 2016. Su personalidad le ha ayudado a cubrir sus deficiencias como líder de Estado. Es más fácil despedir empleados que aprender de ellos.
Su visión de la política nos hace viajar al situacionismo de finales de la década de los sesenta. Guy Debord desarrolló la tesis del movimiento en su libro La sociedad del espectáculo. En él, hace explícito la idea de un fenómeno social donde la sobre interpretación de los roles lleva a un jardinero a dedicarse a la cocina, un chofer a la venta de servicios o un burócrata a la medicina. La visión sobre la política de Donald Trump es instalar el odio en la mitad de la población para beneficio propio. Se trata de la milicia Trump. La mitad de la población está dispuesta a creer teorías de la conspiración articuladas en el siglo pasado. “Biden es socialista”; “va a imponer el castrochavismo en nuestro país”; “el comunismo lo va a instalar Biden”; “ya no hablaremos del Covid-19, nunca más al virus chino”.
Bajo la tesis de Guy Debord, Trump contrató a un experto de geopolítica del petróleo para ocupar el puesto de secretario de Estado. El resultado: un fracaso. Rex Tillerson nunca pudo llenar la silla más importante de los secretarios de gobierno. Trump nunca lo tomó en serio y le impuso a su yerno para manejar las relaciones con México, Israel y Arabia Saudita. Negocios son negocios. Uno de cada tres puestos de la secretaría de Estado quedaron desocupados. El interés de Trump por la política internacional lo justificaba. Jared Kushner se encargaría de llenar el vacío estratégico.
De haber podido, Trump no hubiera nombrado a la mitad de su gabinete. Lo mejor hubiera sido desaparecer dependencias gubernamentales.
A través de la propagación del odio, el presidente Trump encontró una forma alternativa de hacer política. Todo en beneficio de la soberanía, ese concepto creado en el siglo XVII, empaquetado al vacío y suministrado a la población que se encuentra enojada con la globalización. Una mala copia de la receta orwelliana.
De haber podido, Trump hubiera nombrado a Paris Hilton como secretaria de Estado. Las relaciones públicas como sucedáneo de la diplomacia.
AMLO no prefiere a Biden
El regreso a la institucionalidad no es fácil cuando las relaciones diplomáticas las llevaba Luis Videgaray con Jared Kushner. En la actualidad continúan vigentes los canales que ellos establecieron. Al parecer, Kushner dejará sus funciones en un par de meses. ¿Qué legado dejará más allá del caos emocional?
El presidente de México ve el mundo a través de anécdotas. El número de viajes al exterior está correlacionado con el contenido de su agenda exterior. El único viaje en dos años ha sido a Washington, y por menos de 48 horas. Estoy aquí “para agradecerle, presidente Trump, por ser cada vez más respetuosos con nuestros paisanos mexicanos”, le comentó el presidente López Obrador en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca al anfitrión. Mensaje totalmente alejado de la realidad. “Pero lo que más aprecio, es que usted nunca ha buscado imponernos nada que viole o vulnere nuestra soberanía”.
Atrás, muy escondido en la memoria colectiva, en particular entre los fanáticos del presidente, quedaba el programa Quédate en México; el despliegue de la Guardia Nacional en la frontera con Guatemala; y las amenaza brutal de Trump en materia de aranceles a las importaciones de productos mexicanos, entre otras “no injerencias” del respetuoso, educado y estadista, don Donald Trump, presidente honorable de los Estados Unidos.
De ganar Joe Biden la presidencia, sí será institucional. Y lo será para exigirle al presidente López Obrador que cumpla lo que Manuel Bartlett no quiere cumplir.
La carta que 40 legisladores demócratas y republicanos enviaron a Trump con la que le expresaron su preocupación de que el gobierno mexicano limite el acceso a empresas estadounidenses en el sector energético, posiblemente fue usada por Trump para colocar sus hamburguesas en su escritorio. Joe Biden no hará lo mismo.
En una relación institucional no ocurriría lo mismo. Y si a ello se le agrega la confianza en la relación bilateral no ocurrirían las asimetrías de información sobre casos como la captura del general Salvador Cienfuegos.
No es una visión idílica sobre la posible llegada de Joe Biden a la hoy semidestruída Casa Blanca, convertida en un casino vegasiano.
China, Brasil o México observaron el Despacho Oval como un centro de fantasías donde la luminosidad de Las Vegas reflejaba a un personaje que pasó de ser una anécdota peligrosa de la telerrealidad a ser un siniestro agitador social.
Al casino de Las Vegas instalado en la Casa Blanca habría que llegar con la cartera abultada. Así lo pensó, por ejemplo, el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán. De acuerdo a la CIA, el responsable de haber maquinado el asesinato del periodista Jamal Kashoggi el 2 de octubre de 2018.
Trump decidió ignorar los reportes de la agencia de Inteligencia con tal de recibir una jugosa compra de armamento de parte de Arabia Saudita.
Algo similar pensó el presidente Donald Trump al presentarle un quid pro quo al mandatario mexicano: Yo no te impongo aranceles a tus productos que nos vendes, a cambio, sacas a la policía militar a tu frontera con Guatemala para que no pasen a mi país esos horrorosos centroamericanos que afean mi casino.
Adiós Mr. Trump
Es difícil encontrar a un internacionalista que comulgue con la doctrina Trump: hacer de la política exterior una función de lucha libre.
No era difícil realizar un análisis sobre sus decisiones política. Ahora, si se confirma su derrota, el escenario cambiará. Tendrán que pasar varios meses para que Joe Biden desmantele el casino vegasiano. Lo hará. Después regresará la política.
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