La caravana que se desgajó desde Oaxaca

9 de Enero de 2025

La caravana que se desgajó desde Oaxaca

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Aturdidos de viajar diez horas sobre el acero caliente, un grupo del Viacrucis Migrante llegó a Tierra Blanca, Veracruz

TIERRA BLANCA, Ver. Aturdidos de viajar diez horas sobre el acero caliente, una parte de la caravana Viacrucis Migrante 2018 llegó a Tierra Blanca, al sur de Veracruz. Desorientados y enfermos se bajan de La Bestia tras cinco días de permanecer varados en el municipio de Matías Romero, en el Istmo oaxaqueño de Tehuantepec. Aún sin llegar a Puebla, el Viacrucis Migrante ya se había disuelto en Oaxaca y en pequeños grupos comenzaron a pasar por Veracruz, abordando el tren carguero. Un grupo de unas 150 personas entre mujeres, niños, adolescentes y hombres, bajan en una de las ciudades veracruzanas más calurosas; Tierra Blanca es una ciudad de poco más de cien mil habitantes y un lugar donde la temperatura promedio es de 35 grados en primavera. El calor calienta los vagones del tren que va rumbo al centro del país. Los migrantes ya superan los mil 500 kilómetros de viaje desde sus lugares de origen. Centroamérica, de ser consideradas repúblicas “bananeras” pasaron a ser sitios en donde el crimen domina las comunidades. Todos vienen sucios por el óxido del vagón. Huelen a sudor y sus cuerpos expiden calor. Al bajar en Tierra Blanca, la primera cada con que se topan son a “hermanas” de la religión cristiana que a pie de vía les ofrecen huevo en salsa, un recaudo de frijoles y bolillo caliente para almorzar.

FOTO: Jair Avalos

Se reúnen en pequeños grupos en que se quejan del calor y los adoloridos que vienen. El cansancio es el mejor colchón en esta circunstancia, quienes terminan de comer recogen su plato y toman un descanso sobre la loza en la banqueta. En una casa de yaguas – madera de palma- frente a las vías del tren comenzaron a entrar madres y padres para atender a sus niños. Llegaron médicos del Sector Salud municipal para valorarlos y entregar medicinas a los viajeros.

FOTO: Jair Avalos

Los niños gritan y otros tienen las mejillas enrojecidas por la fiebre tan alta que padecen. Sentado en un tronco, con su hijo Jacobo en brazos, Nahúm espera a las doctoras.

Mira, la situación económica es muy difícil. Para vos cómo sería vivir con mil 500 lempiras a la semana y gastarte mil 300 en comida. No alcanza para la luz, el pago del agua. Los servicios son muy caros y en las casas no rinde el dinero. Eso nos orilla a salir a buscar otra oportunidad de vida en Estados Unidos”, relata mientras el pequeño lo interrumpe.

Jacobo tiene un cuadro de gripa simple. Le recetan paracetamol y un jarabe que deben darle tres veces al día. El niño de cabello castaño pide ver a su mamá, y estira brazos y piernas sobre el regazo de Nahúm. Son al menos 30 padres con uno o dos hijos los que viajan en esta caravana.

Su mamá se quedó en Honduras. Me quedo preocupado porque la delincuencia. Las pandillas controlan toda la vida pública de las ciudades. Te violan, te matan, te roban y nadie recibe un castigo”, agrega.
FOTO: Jair Avalos

No pudieron viajar en los autobuses hacia Puebla. Algunos lograron conseguir un permiso del Instituto Nacional de Migración por 30 días, pero ya no tuvieron dinero para moverse más allá del municipio de Matías Romero donde durmieron sobre el césped del campo deportivo ferrocarrilero, un sitio en descuido infestado de moscos.

¿Dónde estamos?”, preguntan en coro un grupo de jóvenes de alrededor de 20 años, todos de raza negra. “A estas alturas del viaje ya no sabemos ni dónde estamos”, responde uno mientras se arremanga las mangas de una camisa que le regalaron las hermanas.

Mirna se acerca a un joven que llegó con las doctoras y le pide hacer una llamada en WhatsApp, quiere hablar con su mamá. Después de que medicaran a su hija y la dejó reposando sobre una bolsa negra de plástico en un arenal.

Aló, ¿mamá? Sí, soy yo. Estamos… ¿Dónde estamos? En Veracruz, en un lugar llamado Tierra Blanca. Hace mucho calor y la niña tiene temperatura ¿y vos? Sí estoy bien… No tendría por qué mentirte, ella se va a mejorar, ya me dieron medicinas. Salimos desde la siete de la mañana en el tren… sí, vino rápido. Bueno, tengo que irme. Te amo”. Ya no aguanto otro día más aquí” sentenció Mirna mientras regresa el celular y vuelve con su hija. Los niños lloran inconsolablemente y dicen estar cansados. Los padres sólo los consuelan y les dicen que “todo mejorará”.

Sergio, el salvadoreño, se acerca a otro de sus compañeros y pregunta la hora y si tiene un cigarro que le regale. Todos fuman pues “qué más podríamos hacer para distraernos”, pregunta. Es un joven de 22 años, extremadamente delgado “pero bien fibroso”, con el cabello ondulado y lleno de mugre y telarañas. A las doctoras les pide un desinflamatorio y antibióticos. Le duele parte del brazo y del cuello, de donde se quita una venda y muestra una herida abierta. “Mira, me quisieron matar en mi país. Por no querer empezar a robar para las pandillas”.

FOTO: Jair Avalos

A los migrantes del Viacrucis les entregaron 40 cajas de paracetamol, 35 de naproxeno. Unas 20 de antibióticos y 250 sobres de Vida Suero Oral para evitar la deshidratación durante el recorrido. La caravana que inició en Chiapas, se desintegró desde el lunes en Matías Romero. El rumor creó miedo entre los migrantes, el rumor de que Donald Trump pediría la detención de todos hizo que un grupo de primeros 600 hombres se adelantaran rumbo a Puebla, hasta que toparon con las autoridades de migración.

Migrantes del Viacrucis en Matías Romero, Oaxaca, el 5 de abril. FOTO: VICTORIA RAZO/AFP

Solo esperan que los niños se repongan para que el grupo retome su ruta a la Ciudad de México. La aspiración es conseguir ayuda para llegar a la frontera, porque aún lo desean. En tanto, la pregunta que mantienen los caravaneros a la gente de las ciudades a las que llegan es “y usted, ¿qué noticias tiene de la caravana en la capital?”.