La canción triste de Juchitán 

16 de Noviembre de 2024

La canción triste de Juchitán

casa juchi

En agosto rezaban por no inundarse, ahora rebuscan entre los escombros que les dejó el terremoto

Juchitán. Una columna inmensas de polvo y barro se levantan sobre Juchitán.

Desde hace más de dos días los pobladores sólo recogen escombros, piedra a piedra. No hay calle juchiteca en donde no exista un daño. Cuarteaduras, vidrios rotos, casas deshechas. Existen casas que disimulan la avería, pero sus entrañas colapsaron por completo.

Los brigadistas no descansan y tampoco las maquinarias que levantan los escombros de los sitios emblemáticos del pueblo que fueron destrozados.

Las maniobras crean una nube de polvo espeso, mezcla entre ladrillo, adobe y cemento, que vicia la vista.

Los vecinos comienzan a sacar en grupos restos de lo que fueron sus bardas, sus casas o alguna pertenencia que se pueda sacudir y reutilizar.

En agosto rezaban por no inundarse, ahora los pobladores de #Juchitán rebuscan entre los #escombros que les dejó el #terremoto

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Julieta Cueto es una anciana de 69 años y tiene la esperanza de reconstruir su casa. “Porque los juchitecos somos aferrados, somos soñadores, alegres, pero esto fue un impacto al corazón de la comunidad”.

Ella sale temprano para buscar un poco de comida que preparar a su familia, que sobrevivió al derrumbe de su casa de teja y ladrillo. Se dirige a lo que queda del mercado y observa a las primeras vendedoras que ofrecen sus productos: totopos, queso en hebra, queso fresco, queso seco con ese penetrante olor a añejo; frutas y verduras de temporada.

- Amiguita, a cómo la bolsa de totopo.

- A ochenta…

Antes de que terminase la respuesta, Julieta le espeta: “Oiga que poca abuela, por qué tan caro todo si el viernes estaban a cincuenta”.

- Manita, es que todo se ha encarecido – le responde la comerciante con un español entrecortado.

Todo es igual en el centro, los precios se elevan al doble o al triple. Un cono de huevos a 75 o cien pesos, un trozo pequeño de queso pasó de los 20 a los 40 pesos y para los productos que mantienen su precio, se tienen que hacer largas filas para adquirirlos. Juchitán sufre el no tener tortillerías. Sólo dos locales pudieron echar a andar su maquinaria y frente a sus mostradores se extienden largas filas para comprar un kilo y medio por cabeza. Para comprar piezas de pan a dos pesos y cincuenta centavos, se tiene que hacer fila durante unos 25 minutos o más. [gallery ids="790910,790911,790912,790913,790914,790915,790916,790917,790918,790919,790920"]

Los centros comerciales no han abierto sus puertas, ni los Oxxos quieren despachar. La gente se queja en español y en zapoteco por los precios altos o el nulo servicio y ya temen al saqueo y la rapiña.

La gente no tiene otra opción que comprar en los pocos comercios locales que sobrevivieron al terremoto. Casi todos los negocios tiene sus productos con una capa de polvo generado por los derrumbes.

Solo los que conocieron el local podrán asegurar que en la esquina de avenida Juárez y Cinco de Mayo había una dulcería de nombre “El Carrusel”, en donde ahora hay escombro con aroma mezclado entre el caramelo y el barro. La gente se llevó lo que quedó de la mercancía y mil envolturas de dulce se mezclan con la teja y el ladrillo que está apilado.

La estantería metálica parece chicle masticado, torcida y sin forma. Cien metros adelante hay galletas y bombones esparcidos por el suelo que son comidos por los perros callejeros.

Se cayó el museo y la cantina

Los evaluadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia clasifican las piezas arqueológicas que se encuentran en la Casa de la Cultura juchiteca. Los empleados limpian también las obras de Francisco Toledo, que fundó e impulsó ese centro cultural.

El Centro Escolar Juchitán, frente a la Casa de Cultura, está inutilizable. El techo y uno de sus pisos colapsaron dentro de sí. De los ventanales cuelgan los hilachos de lo que fueron las ventanas rotas por el golpe de los libreros.

Las brigadas de ciudadanos voluntarios recorren Juchitán. Todos son oriundos del pueblo y conducen a los buscadores de la Policía Federal con sus perros especializados.

Todos juegan con doble lenguaje, el español y el zapoteco. En las brigadas se escucha como pronuncian en español las indicaciones y en zapoteco, las suposiciones de lo que se encontrarán. “Pues nos preguntamos si encontraremos otro muerto de los más de 30 que llevamos señalados, a veces ni nosotros nos entendemos”, dice Eduardo, que es del Barrio “La Séptima”, famoso por las tlayudas que se ofertan.

Las historias de muerte en Juchitán circulan conforme se levantan los escombros: “Si, el papá cargó a sus dos hijos pero el techo le cayó encima…”, “El Juchitán Gran Hotel se cayó por completó y aplastó a los dos dueños…”, “Reynalda Matus, sí, la gemela de Reynaldo (…) ya se había salido pero regresó por su bolsa y en el lintel de la puerta le cayó la construcción…”.

Las ambulancias no dejan de sonar, las carrozas funerarias se acercan al panteón local y en procesión van cantando el vals “Dios nunca muere…”

“Muere el sol en los montes, con la luz que agoniza, pues la vida en su prisa, nos conduce a morir…”, la procesión sigue y se canta la Petrona, la Sandunga, la Martiniana, el Feo, pero el son más triste es el llanto de la familia que grita la partida del ser querido.

Una multitud se aglutina frente al vestigio del Bar El Jardín, de la familia Bustillo Toledo y el más conocido en el municipio oaxaqueño; ahí murieron tres la noche del viernes. Los rescatistas de la Policía Federal llegaron con sus perros para buscar un presunto cuarto cuerpo que “ya olía fétido”.

“Dicen que es un español que no aparece, que trabaja en la cervecera”, cuchicheaban los curiosos voluntarios. La búsqueda concluyó con la llamada a la empresa y la confirmación de que “sí se presentó a trabajar y él (el desaparecido) está bien”.

“El olor que identificamos, que es muy fuerte, es el de la comida echada a perder y el de la cerveza reventada que se está fermentando”, dijo el jefe de brigada a los propietarios del bar.

Las ambulancias y los bomberos comenzaron escarbar los restos del Ayuntamiento. Al mediodía sonaron las alarmas pues encontraron el cadáver de un policía que estaba de guardia la noche del terremoto.

Pasan las horas y decenas de juchitecos observan las maniobras, aunque el aroma de la muerte, que aturde, salga de la improvisada bóveda que lo albergaba. Más que un espectáculo, lo toman como un aliciente después de ver sus casas.

Gonzalo, nacido y criado en Juchitán, señala que este terremoto puede ser purificatorio para la ciudad, pues en los últimos meses han registrado varios crímenes violentos.

“Esto es una oportunidad para Juchitán para mejorar, para mejorar nuestra convivencia. Hace unas semanas mataron a una chica con su marido, ella era taquillera de la terminal de autobuses. Han matado a familias completas, pero bueno, esperemos que este movimiento nos haga reflexionar”.

“Yo lo soñé”

Carmen Gurrión y su esposo Ricardo están sentados en la acera frente a su casa en la avenida cinco de mayo, están acompañados por sus vecinos chinos que tienen un restaurant.

Carmen es una mujer morena, sesentona, de pómulos amplios, nariz aguileña y sonrisa blanquísima. Llora un poco cada vez que recuerda la noche del terremoto, y “como no voy a llorar si me costó 10 años levantar mi casa de tres pisos (…) está inhabitable”

“Hace unos días rogábamos porque no se inundara Juchitán. El 13 de agosto dejó de llover y ese día fue nuestra vela (fiesta), pasó la Calenda, la Lavada y todos contentos. Ahora saludo a mis vecinos con un grande amor, porque tenemos la suerte de que estamos vivos”, dice.

Los amigos y familiares se saludan entre sí. Pasan y pasan familias con vendajes y curaciones, porque los escombros o las tejas “parecían como si te las lanzaran”. Hay abrazos sin decir una palabra de aliento, los juchitecos se ven a los ojos y se enjugan las lágrimas.

“Yo lo soñé y no pude saber cuándo, si yo hubiera sabido alertaba a mi pueblo”, dice Carmen entre lágrimas. Lleva a un grupo de amigos a ver su hogar; las varillas de las paredes salieron reventadas con el sismo de 8.2 grados.

“Hunie’ Scanda’ Uca’ Xuhu Ne Viaba Hiras Yoo’ (Yo soñé conque un temblor iba a tumbar casas)”, relata en zapoteco.

Pasan los militares y se posen frente a las casas para “censar estadísticamente los daños”. Los chinos con su pueril español utilizan a su hija Dulce para que les señale cuarteaduras profundas de su casa-restaurante.

La situación en las mesas de trabajo es similar. Nadie sabe qué se tiene que hacer para entrar en un programa de apoyo para la reconstrucción de los hogares, no hay ni la certeza de que ya inició tal programa.

“Es el pasaje más amargo para Juchitán. Es una pesadilla de la que no nos levantamos y no sabes cuándo acabe. Pero yo estoy segura que emergeremos de los escombros y saldremos adelante. Y después invitaré a cada funcionario y periodista que vino para ver mi hermoso Juchitán reconstruido”, dice Carmen.

La gente recorre su pueblo y no da crédito de lo sucedido, son casi 72 horas desde el terremoto más fuerte en los últimos cien años de la república y la ayuda humanitaria prometida por los niveles estatal y federal del gobierno no es palpable.

Hay una mesa en el parque central para la reposición del acta de nacimiento, pero nada más. La ayuda foránea llega de apoco a las asociaciones civiles y grupos indígenas, no hay ni una cocina comunitaria. De las despensas se recupera lo empaquetado y lo llevan al refugio de la universidad local o al Centro de Educación Ambiental y artística para poder prepararlo.

El centro educativo también fue habilitado como sede del poder municipal de manera provisional.

La gente va y viene, llora, reclama, el calor les enerva los nervios y les hace una nata de sudor y polvo de escombro en la frente, mientras trata de conseguir ayuda de un grupo de funcionarios que tratan de reconstruir Juchitán desde un teléfono celular.