Cuán espléndida iba a ser esta era, con la superpotencia prevaleciente esparciendo el capitalismo y la democracia liberal por todo el mundo. En cambio, la democracia y el capitalismo parecen ser cada vez más incompatibles. El capitalismo global ha escapado a los límites de la economía mixta de la posguerra, uno que había reconciliado el dinamismo con la seguridad a través de la regulación de las finanzas, el empoderamiento del trabajo, un Estado de bienestar y elementos de propiedad pública. La riqueza ha desplazado a la ciudadanía, produciendo una mayor concentración tanto de ingresos como de influencia, así como una pérdida de fe en la democracia. El resultado es una economía de desigualdad e inestabilidad extremas, organizada menos para muchos que para unos pocos.
No es de sorprender que los muchos hayan reaccionado. Para disgusto de los que miran a la izquierda democrática para restringir los mercados, la reacción es en su mayoría populista de derecha. Y “populista” no hace justicia a la naturaleza de esta reacción, cuya retórica, principios y prácticas nacionalistas rayan en el neofascismo. Un mayor flujo de migrantes, otra característica de la globalización, ha agravado el enojo de los locales en problemas económicos que quieren hacer que Estados Unidos (Francia, Noruega, Hungría, Finlandia ...) vuelva a ser grandioso. Esto ocurre no sólo en naciones débilmente democráticas como Polonia y Turquía, sino también en las democracias establecidas: Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, incluso la Escandinavia socialdemócrata.
Ya hemos vivido esto antes. Durante el periodo entre las dos guerras mundiales, los liberales del libre mercado que gobernaban Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos intentaron restablecer el sistema de laissez-faire previo a la Primera Guerra Mundial. Resucitaron el patrón oro y antepusieron la deuda y las reparaciones de la guerra a la recuperación económica. Era una era de libre comercio y especulación desenfrenada, sin controles sobre el capital privado. El resultado fue una década de inseguridad económica que derivó en una gran depresión, un debilitamiento de la democracia parlamentaria y una reacción fascista. Hasta las elecciones alemanas de julio de 1932, cuando los nazis se convirtieron en el mayor partido en el Reichstag, la coalición gobernante anterior a Hitler practicaba la austeridad económica recomendada por los acreedores de Alemania.
Postulado. La tesis de Polanyi era que los disturbios económicos sociales y las tensiones políticas estaban causados por el intento utópico de restaurar el orden liberal del siglo XIX, que después de la Primera Guerra Mundial fue la causa esencial de la crisis de la economía mundial y de la desaparición de la democracia en la mayoría de los estados de Europa continental en la década de 1930.
El gran profeta de cómo las fuerzas del mercado llevadas al extremo destruyen tanto la democracia como una economía en funcionamiento no fue Karl Marx sino Karl Polanyi. Marx esperaba que la crisis del capitalismo llevara a la rebelión obrera universal y al comunismo. Polanyi, con casi un siglo más de historia a la que recurrir, apreció que la mayor probabilidad era el fascismo.
Como Polanyi demostró en su obra maestra The Great Transformation (La Gran Transformación, 1944), cuando los mercados se “disgregan” de sus sociedades y crean graves dislocaciones sociales, la gente eventualmente se rebela. Polanyi vio la catástrofe de la Primera Guerra Mundial, el periodo de entreguerras, la Gran Depresión, el fascismo y la Segunda Guerra Mundial como la culminación lógica de las fuerzas del mercado que abrumaban a la sociedad: “El esfuerzo utópico del liberalismo económico para establecer un sistema de mercado autorregulado” que comenzó en la Inglaterra del siglo XIX. Ésta fue una elección deliberada, insistió, no una reversión a un estado económico natural. Polanyi demostró persuasivamente que la sociedad de mercado sólo podía existir debido a una acción deliberada del gobierno que definía los derechos de propiedad, los términos laborales, comerciales y financieros. “El laissez faire era planeado”, escribió pícaramente.
Polanyi creía que la única forma de moderar políticamente la influencia destructiva del capital organizado y su ideología ultramercadista eran los movimientos obreros altamente movilizados, astutos y sofisticados. Concluyó esto no de la teoría económica marxista, sino de una observación cercana del experimento más exitoso de la Europa de entreguerras en el socialismo municipal: la Viena Roja, donde trabajó como periodista económico en la década de 1920. Durante un tiempo en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, todo Occidente tuvo una forma igualitaria de capitalismo construida sobre la fuerza del Estado democrático y respaldada por fuertes movimientos obreros, pero desde la era de Thatcher y Reagan ese poder compensatorio ha sido aplastado, con resultados predecibles.
En The Great Transformation, Polanyi enfatizó que los imperativos centrales del liberalismo clásico del siglo XIX eran el libre comercio, la idea de que el trabajo tenía que “encontrar su precio en el mercado” y hacer cumplir el patrón oro.
Los equivalentes de hoy son asombrosamente similares. Tenemos un impulso cada vez más intenso por el comercio desregulado, para destruir mejor los remanentes del capitalismo administrado; y el desmantelamiento de lo que queda de las salvaguardas del mercado laboral para aumentar las ganancias de las corporaciones multinacionales. En lugar del patrón oro —cuya función durante el siglo XIX era forzar a las naciones a poner “dinero sólido” y los intereses de los tenedores de bonos antes del verdadero bienestar económico— tenemos políticas de austeridad impulsadas por la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional, y la canciller alemana, Angela Merkel, con la Reserva Federal estadounidense endureciendo el crédito ante los primeros signos de inflación.
Esta trinidad non sancta de políticas económicas que Polanyi identificó ya no funciona más de lo que lo hizo en los años veinte. Son fracasos prácticos, como economía, como política social y como política. El análisis histórico de Polanyi, tanto en escritos anteriores como en The Great Transformation, ha sido vindicado tres veces, primero por los eventos que culminaron en la Segunda Guerra Mundial, luego por la contención temporal del laissez-faire con el resurgimiento de la prosperidad democrática durante el auge de la posguerra, y ahora nuevamente mediante la restauración del liberalismo económico primitivo y la reacción neofascista ante él. Éste debería ser el tipo correcto de momento Polanyi, y en cambio es uno del tipo equivocado.
La biografía intelectual escrita por Gareth Dale, Karl Polanyi: A Life on the Left (Karl Polanyi: Una vida en la izquierda), hace un buen trabajo al explorar al hombre, su trabajo y el contexto político e intelectual en el que se desarrolló. Ésta no es la primera biografía de Polanyi, pero es la más completa. Dale, un científico político que da clases en la Universidad de Brunel en Londres, previamente ha escrito un libro más sobre el pensador: Karl Polanyi: The Limits of the Market (Karl Polanyi: Los límites del mercado, 2010).
Otro ángulo. Todos los elementos claves de la economía (tierra, trabajo y dinero) se crean y sostienen sólo a través de la continua acción del gobierno; la idea de que el libre mercado se autorregula por la ley de la oferta y la demanda es una falasia, argumentaba Polanyi.
Polanyi nació en 1886 en Viena en el seno de una ilustre familia judía. Su padre, Mihály Pollacsek, vino de la región de los Cárpatos del Imperio Habsburgo y obtuvo un título de ingeniería en Suiza. Él trabajaba como contratista para el creciente sistema ferroviario del imperio. A fines de la década de 1880, Mihály mudó a la familia a Budapest, según el Archivo Polanyi. Él magiarizó el apellido de sus hijos a Polanyi en 1904, el mismo año en que Karl comenzó sus estudios en la Universidad de Budapest, aunque conservaba su propio apellido. La madre de Karl, Cecile, la hija bien educada de un rabino de Vilna, fue pionera del feminismo y fundó una universidad para mujeres en 1912, escribió para publicaciones periódicas en alemán en Budapest y Berlín, y presidió uno de los salones literarios de Budapest.
En casa se hablaba alemán y húngaro (junto con francés “en la mesa”), y se aprendía inglés, informa Dale. Los cinco hijos Polanyi estudiaron también griego y latín. En el cuarto de siglo antes de la Primera Guerra Mundial, Budapest era un oasis de tolerancia liberal. Como en Viena, Berlín y Praga, una gran proporción de la elite profesional y cultural consistía en judíos asimilados. A mediados de la década de 1890, Dale señala que “a la fe judía se le otorgaron los mismos privilegios que a las denominaciones cristianas, y a los representantes judíos se les otorgaron escaños en la cámara alta del parlamento”.
Basándose en entrevistas y correspondencia, así como en escritos publicados, Dale evoca vívidamente la época. El ambiente de Polanyi en Budapest, conocido como la Gran Generación, incluía a activistas y teóricos sociales como su mentor, Oscar Jaszi; Karl Mannheim; el marxista Georg Lukács; el hermano menor de Karl y compañero de combate ideológico, el libertario Michael Polanyi; los físicos Leo Szilard y Edward Teller; el matemático John von Neumann; y los compositores Béla Bartók y Zoltán Kodály, entre muchos otros. En este invernadero Polanyi prosperó, asistiendo al Gimnasio Minta, uno de los mejores de la ciudad, y luego a la Universidad de Budapest. Fue expulsado en 1907 después de una discusión luego de que derechistas antisemitas interrumpieran en la conferencia de un popular profesor izquierdista, Gyula Pikler. Tuvo que terminar su doctorado en derecho en 1908 en la Universidad provincial de Kolozsvár (hoy Cluj en Rumania). Allí, fue fundador del Círculo Galileo —definido como humanista de izquierda— y más tarde se desempeñó en el comité editorial de su revista.
Polanyi se convirtió en un miembro destacado del partido político de Jaszi, los Radicales, y fue nombrado secretario general en 1918. Se sintió atraído por el socialismo cristiano de Robert Owen y Richard Tawney y por el socialismo gremial de G.D.H. Cole. Reflexionó sobre una fusión del marxismo y el cristianismo. Polanyi es clasificado principalemnte como un socialdemócrata de izquierda, pero un escéptico declarado de la posibilidad de que una sociedad capitalista tolere alguna vez un sistema económico híbrido.
Después del estallido de la Primera Guerra Mundial, Polanyi se enlistó como oficial de caballería. Cuando llegó a su casa a fines de 1917, sufriendo de desnutrición, depresión y tifus, Budapest estaba sumida en un conflicto caótico entre la izquierda y la derecha. En 1918, el gobierno húngaro hizo una paz con los aliados, rompiendo con Viena y esperando crear una república liberal. Los acontecimientos en las calles superaron las maniobras parlamentarias, y el líder comunista Béla Kun proclamó lo que resultó ser una República Soviética Húngara que tuvo una vida muy corta.
Polanyi abandonó Viena, tanto para recuperar su salud como para salir de las líneas de la batalla política. Allí encontró su vocación como periodista de economía y al amor de su vida, Ilona Duczynska, una radical izquierdista nacida en Polonia. Su hija, Kari, nacida en 1923, recuerda cómo cuando era preadolescente recortaba artículos en tres idiomas marcados en periódicos para su padre. A la edad de noventa y cuatro años, continúa ayudando a dirigir el Archivo Polanyi en Montreal.
El equivalente de The Economist en Europa Central, el semanario Österreichische Volkswirt, contrató a Polanyi en 1924 como escritor de asuntos internacionales. Continuó su búsqueda de un socialismo factible, comprometiéndose con otros de la izquierda y desafiando el derecho en los argumentos en curso con el teórico del libre mercado Ludwig von Mises. Los debates, publicados con agonizante detalle, versaron sobre si una economía socialista era capaz de establecer precios eficientes. Mises insistió que no lo era. Polanyi argumentó que una forma descentralizada de socialismo liderado por los trabajadores podría poner precio a las necesidades con suficiente precisión. Finalmente concluyó, relata Dale, que estos argumentos técnicos abstrusos habían sido una pérdida de tiempo.
En tanto, en la Viena Roja se estaba dando una respuesta práctica al debate con Mises. Ahí, trabajadores bien movilizados mantuvieron al gobierno municipal socialista en el poder durante casi dieciséis años después de la Primera Guerra Mundial. El gobierno suministró gas, agua y electricidad, también construyó viviendas de clase trabajadora financiadas con impuestos a los ricos, incluido un impuesto a los sirvientes. Hubo subsidios familiares para padres y seguro municipal de desempleo para los sindicatos. Nada de esto socavó la eficiencia de la economía privada de Austria, que estaba mucho más amenazada por las desafortunadas políticas de austeridad económica criticadas por Polanyi. Después de 1927, el desempleo aumentó incesantemente y los salarios cayeron, lo que ayudó a llevar al poder a un gobierno austrofascista en 1932-1933.