El desastre que tuvo
lugar en 2011 en la planta nuclear de Fukushima, Japón, vuelve a ser tema
de preocupación. Con la reciente autorización del gobierno de depositar en el océano al menos 1.33 millones de litros cúbicos de agua contaminada, los temores ahora se trasladan a una posible expansión de la contaminación radioactiva.
Tanto el operador de la central, TEPCO como el gobierno japonés afirman que el agua tratada no difiere de la habitualmente vertida por otras plantas nucleares; una consideración que comparten los expertos y la agencia reguladora de la ONU.
Rafael Grossi, el jefe argentino del Organismo Internacional de Energía Atómica, es uno de los especialistas que apoyan el plan. En una visita realizada esta semana a Japón, se reunió con los habitantes preocupados, y les aseguró que el plan japonés cumple con las normas internacionales de seguridad y tendrá “un impacto radiológico insignificante sobre la población y el medio ambiente”.
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“Es improbable que se observe un impacto ambiental o en la salud humana”, detalló por su parte Tony Hooker, profesor asociado del Centro de Investigación, Educación e Innovación sobre la Radiación de la Universidad de Adelaida.
Pero las críticas no han cesado. Uno de los principales opositores es el grupo Greenpeace, que acusa al gobierno de “subestimar el riesgo de radiación”. Pero la organización internacional no está sola. Desde China a las islas del Pacífico, muchas de las naciones vecinas de Japón han señalado sus inquietudes, muchas de ellas relativas a la pesca.
Con esto en mente, el gobierno japonés ha organizado visitas a la planta con delegaciones regionales e internacionales con sus respectivos medios de comunicación. Parte de las actividades incluyen la visita a tanques repletos de agua residual tratada en los que había peces nadando sin problemas, un experimento que también difundieron por YouTube.
Sin embargo, ninguna de estas demostraciones contó con la presencia de representantes chinos, país que se ha negado a aceptar las invitaciones.
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