Este miércoles arrancó la Asamblea Nacional del PRI, cuyas expectativas sobre lo que pueda suceder tuvieron fuertes prolegómenos que pasaron desapercibidos para muchos. Los más importantes fueron cómo el equipo del líder tricolor, Enrique Ochoa, buscó por todos los medios que la disidencia quedara dispersada en las cinco mesas de discusión que se organizaron en varias capitales del país, a fin de que no pudieran hacer un bloque con una voz fuerte durante los debates. Las escaramuzas, y en algunos momentos enfrentamientos con la jerarquía priista, obligó a la dirigencia a registrar como delegados a varias de esas voces críticas que se apuntaron, sobre todo, para la Mesa de Estatutos en Campeche. Entre los más visibles, el exgobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, el múltiple funcionario del PRI y operador político —últimamente del secretario de Hacienda—, José Ramón Martel, y la exgobernadora de Yucatán y exsecretaria general del PRI, Ivonne Ortega. La disidencia logró incrustar delegados en todas las mesas, pero rebasados por los delegados bajo el control de Ochoa y la dirigencia del partido que, por ejemplo, logró reducir los brazos operadores del exlíder del partido, Manlio Fabio Beltrones, quien tendrá un papel preponderante en la Mesa de Visión del Futuro, donde se definirá el programa de gobierno del próximo o próxima candidata, pero sin muchas tenazas para poder influir en por dónde debería caminar el PRI.