Robert Mackey
Desde hace dos meses, Donald Trump parece incapaz de aceptar el veredicto de las elecciones de noviembre: que es más popular de lo que muchos creían, pero menos popular que Hillary Clinton.
Como resultado de esta fijación, ahora está prometiendo “una gran investigación” sobre la elección que lo hizo presidente, poniendo todo el peso del gobierno federal detrás de su búsqueda por demostrar que por lo menos tres millones de votos fueron marcados en su contra por “aquellos inscritos para votar en más de un estado, los ilegales e incluso los registrados para votar pero que están muertos”.
En una entrevista con David Muir de ABC News transmitida el miércoles pasado por la noche, Trump sugirió que un estudio elaborado por Pew en 2012 sobre los problemas con los votantes que se registran en dos estados, o porque la lista de votantes no se actualiza al mismo ritmo que la gente muere, era prueba de que se había registrado una votación ilegal.
Cuando Muir señaló que el autor del estudio de Pew, David Becker, había dicho que su trabajo no mostraba ningún fraude electoral, Trump, que claramente no había leído el estudio, sugirió, erróneamente, que de algún modo se había retractado de su investigación. Trump acusó a Becker de “denigrarse”, igual que lo hizo cuando atacó a Serge Kovaleski del New York Times por menoscabar su mentira de que miles de árabes-estadunidenses habían celebrado los ataques a las torres gemelas en Nueva Jersey.
Es difícil exagerar cuán débil es la evidencia detrás de la afirmación de un voto ilegal, pero he aquí una pista: el único estudio citado por la Casa Blanca que habla del fraude electoral depende del hecho de que cinco personas que emitieron votos en las elecciones de 2008 también hicieron clic en un botón en una encuesta vía internet ese año indicando que no eran ciudadanos estadunidenses.
›Esos cinco clics son la principal evidencia de un estudio publicado en 2014 por Jesse Richman y David Earnest, científicos políticos de la Universidad Old Dominion que argumentaron que los votos de los no ciudadanos son tan comunes como para influir en las elecciones. Sin embargo, tan pronto como se publicó ese documento, sus conclusiones fueron rechazadas por varios expertos, entre ellos los investigadores que dirigieron la encuesta por internet, el Estudio Cooperativo de Elecciones del Congreso (CCES). El profesor Stephen Ansolabehere de la Universidad de Harvard, el investigador principal del CCES, argumentó que los cinco participantes, una pequeña fracción de las 23 mil 800 personas que completaron la encuesta, fácilmente podrían haber sido ciudadanos que hicieron clic en el botón equivocado.
“El problema con el estudio es que cada pregunta de la encuesta tiene cierto error de medición”, dijo Ansolabehere en una entrevista. “Por lo tanto, si tomas una encuesta por internet, uno de esos errores son los clics indeseados, algunas personas responden las preguntas de la encuesta muy rápido y hacen clic accidentalmente en un botón no deseado. Hay un porcentaje de error en cada pregunta, y somos conscientes de ello y de la forma en que afectan las inferencias que haces”.
En una respuesta al trabajo de Richman y Earnest revisada por pares, basada en entrevistas de seguimiento con los participantes en el estudio en 2010 y 2012, Ansolabehere y sus colegas concluyeron que la tasa de error de la pregunta de la ciudadanía era lo suficientemente alta para sugerir que las cinco personas que dijeron que no eran ciudadanos en 2008 eran ciudadanos que simplemente habían hecho clic en la caja equivocada.
“Cuando miramos el panel donde reentrevistamos a esa gente, encontramos que ninguna de esas cinco personas era no ciudadana”, agregó Ansolabehere. “Fue simplemente un error de respuesta”.
Richman y Earnest, quienes asumieron que los cinco clics eran una admisión de que cinco no ciudadanos habían votado, han defendido su interpretación y han sido elogiados por gente como Julia Hahn de Breitbart News (quien recientemente se unió al personal de la Casa Blanca) por sugerir que la tasa de votación entre no ciudadanos podría ser aún mayor que el 1.5% indicado por su lectura de los datos del CCES. (Es importante señalar que ninguno de los encuestados del CCES se identificó como indocumentado, de modo que, aunque un número pequeño de votos fuera emitido por no ciudadanos, es mucho más probable que provenga de titulares de tarjetas de residencia confundidos que por inmigrantes que entraron ilegalmente al país.)
“Hay en esto una lección más grande”, agregó Ansolabehere, “es decir, estamos en un mundo de big data y la gente hace grandes análisis con grandes datos e inferencias extraídas de grupos muy pequeños de personas”.
“Una vez estaba comprando música en Amazon, y uno de los anuncios decía ‘a la gente que le gusta este compositor también le gusta Britney Spears’, y el compositor en cuestión era Brahms. Se trata de mismo problema, que haces inferencias a partir de datos muy escuetos, así que, si una persona hace una cosa idiosincrática, la tomas de referencia y aplicas esa acción a millones, y ésa es probablemente una inferencia equivocada”.
Por su parte, Richman y Earnest han seguido insistiendo en que es plausible que un gran número de no ciudadanos participen en las elecciones presidenciales de 2016, aunque no, escribieron recientemente, en algo similar a la escala sugerida por Trump.
También señalaron algo que la brillante cobertura de su trabajo en la prensa derechista reconoce: que, si los no ciudadanos emiten votos, no hay manera de saber cuántos de ellos fueron emitidos para Clinton y cuántos para Trump, ni dónde. Richman y Earnest descubrieron que uno de los cinco votos emitidos en 2008 por los votantes que sospechan que eran no ciudadanos fueron al candidato republicano. Por lo tanto, si había, como Trump ha afirmado, cinco millones de votos ilegales, es lógico que alrededor de un millón de ellos fueran emitidos a su favor.