Cinco motivos para dudar de la CIA y el ciberataque ruso
INTERCEPT_ | Todo está basado en evidencia que permanece en el más absoluto secreto
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Glenn Greenwald | Intercept_
El pasado viernes 9 de diciembre, el Washington Post publicó una historia explosiva que, de muchas maneras, es el clásico periodismo estadunidense de la peor categoría: las acusaciones principales se basan exclusivamente en afirmaciones no verificadas de funcionarios anónimos que, a su vez, difunden sus propias versiones acerca de lo que el CIA supuestamente cree. Todo está basado en evidencia que permanece en el más absoluto secreto.
Estas fuentes anónimas dijeron al periódico que, “la CIA concluyó en una evaluación secreta que Rusia intervino en las elecciones de 2016 para ayudar a Donald Trump a ganar la presidencia, en vez de sólo quebrantar la confianza en el sistema electoral de Estados Unidos
“Las agencias de inteligencia han identificado a individuos con conexiones con el gobierno ruso que proporcionaron a WikiLeaks miles de mensajes de correo electrónico hackeados”, tanto de la cuenta de correo electrónico de John Podesta como de la Convención Nacional Demócrata. Resulta de gran importancia que no se reveló una sola prueba real de dichas acusaciones; de hecho, incluso la “evaluación secreta” de la CIA permanece oculta.
›Una segunda filtración, ésta enviada al New York Times, cita a otros funcionarios anónimos que afirmaban que, “los rusos hackearon los sistemas informáticos del Comité Nacional Republicano, además de sus ataques contra las organizaciones demócratas, pero no revelaron la información que obtuvieron de las redes republicanas”.
No obstante, esa historia del NYT dice que, “también está lejos de estar claro si la intención original de Rusia era apoyar al señor Trump, y muchos funcionarios de inteligencia y exfuncionarios de la campaña de la señora Clinton creen que el principal motivo de los rusos era simplemente interrumpir la campaña y minar la confianza en el proceso de votación”.
En lo profundo de su artículo, el Post observa —de manera bastante crítica— que, “hubo pequeños desacuerdos entre funcionarios de inteligencia sobre la evaluación de la agencia, en parte porque algunas preguntas permanecen sin respuesta”. Lo más importante es que las agencias de inteligencia no tienen evidencia que muestre a funcionarios en el Kremlin “dirigiendo” a los individuos identificados para filtrar los correos electrónicos demócratas a WikiLeaks. “Pero el propósito de ambas filtraciones anónimas es responsabilizar al gobierno ruso por estos hackeos, actuando con el objetivo de derrotar a Hillary Clinton.
Sobra decir que los demócratas —aún ansiosos por darle un sentido a su derrota electoral y encontrar razones para ésta más allá de su propia responsabilidad— declararon inmediatamente que las acusaciones anónimas de la CIA son ciertas y, con una fe algo casi religiosa, tomaron esas afirmaciones anónimas como prueba de lo que siempre quisieron creer: que Vladimir Putin quería que Donald Trump ganara y que recurrió a medios nefastos para asegurar ese resultado.
Dado el significado obvio de esta historia, es fundamental tener en cuenta algunos hechos básicos sobre lo que se conoce y, aún más importante, sobre lo que no se conoce:
1. Nadie se ha opuesto nunca a las investigaciones para determinar si Rusia hackeó estos correos electrónicos y nadie ha negado nunca la posibilidad de que Rusia lo hiciera. La fuente de la discordia ha sido bastante simple: no se debe aceptar ninguna acusación hasta que haya evidencia convincente para corroborarla.
Aún no existe evidencia sobre ninguna de estas acusaciones. Lo que tenemos en cambio son afirmaciones, diseminadas por personas anónimas, completamente desprovistas de pruebas. Como resultado, hasta ahora ninguna de las supuestas evidencias han podido ser vistas, revisadas ni discutidas públicamente. Las afirmaciones anónimas filtradas a los periódicos sobre lo que la CIA cree no constituyen una prueba, y ciertamente no constituyen evidencia confiable que sustituya a la evidencia real que pueda ser revisada.
2. Las razones por las que ninguna persona racional debe creer ciegamente las afirmaciones anónimas de este tipo, aunque resulte placentero hacerlo, deberían ser obvias a estas alturas.
Para empezar, los funcionarios de la CIA son mentirosos profesionales y sistemáticos; mienten constantemente, por diseño, y con gran habilidad, y lo han hecho durante muchas décadas, al igual que los funcionarios de inteligencia de otras agencias.
Muchos de esos incidentes demuestran, por doloroso que resulte aceptarlo, que estas agencias incluso mienten cuando hay un demócrata como titular del Poder Ejecutivo. Incluso en aquellos casos en que no mienten deliberadamente, con frecuencia se equivocan gravemente. La inteligencia no es una ciencia, y atribuir un hackeo a fuente específica es una tarea particularmente difícil, casi imposible de llevar a cabo con precisión y certeza.
Más allá de eso, lo que hace que las afirmaciones de las fuentes anónimas sean tan especialmente dudosas es que sus motivos no pueden ser evaluados. ¿Quiénes están detrás de las filtraciones al Washington Post? ¿Qué motivos tienen? ¿Quiénes dentro de la comunidad de inteligencia ratifican plenamente esas afirmaciones y quiénes disienten? Es imposible responder a ninguna de estas preguntas porque todo el mundo está protegido por el escudo del anonimato, por lo que los informes de este tipo exigen altos niveles de escepticismo, no de una creencia ciega.
Lo más importante de todo es que, cuanto más grave es la acusación —y acusar a una potencia nuclear de interferir directa y deliberadamente en las elecciones de Estados Unidos para ayudar al candidato ganador es de lo más grave que puede haber– lo más importante es exigir evidencia antes de creerlo. Hay guerras que han comenzado por acusaciones mucho menos serias que ésta. Gente como Lindsey Graham ya exige a Estados Unidos que haga todo lo que está en su poder para castigar a Rusia y “a Putin personalmente”.
3. Una parte importante de esta historia, muy claramente, es la confrontación entre agencias, por lo menos entre la CIA y el FBI.
Recordemos que la figura principal de la CIA apoyó con firmeza a Clinton y mostró una desaprobación vehemente a Trump, mientras que al menos algunas poderosas facciones dentro del FBI tenían la postura opuesta.
El exdirector de la CIA, Michael Morell, no sólo respaldó a Clinton en el New York Times, sino que afirmó que, “El señor Putin había reclutado a Trump como un agente involuntario de la Federación Rusa”. La CIA de George W. Bush y el director de la NSA, el general Michael Hayden, declararon que Trump era un “peligro claro y presente” para la seguridad nacional de Estados Unidos y, una semana antes de la elección, acudieron al Washington Post para advertir que “Donald Trump en verdad suena mucho como Vladimir Putin”, y dijeron que Trump es, “el tonto útil, un ingenuo manipulado por Moscú, despreciado en secreto, pero cuyo apoyo ciego es felizmente aceptado y aprovechado”.
Mientras tanto, algunas facciones clave en el FBI estaban furiosas porque Hillary Clinton no fue penalmente acusada por su manejo inapropiado de información clasificada y presionaron al director del FBI James Comey para que escribiera una carta que era claramente perjudicial para Clinton sobre una investigación más a fondo sobre el caso.
Esas mismas facciones parecían estar comunicándose inapropiadamente con Rudy Giuliani, aliado cercano de Trump. Y mientras que ahora escuchamos de filtraciones anónimas sobre cómo la CIA cree que Putin ayudó a Trump, recordemos que hace unas semanas el FBI emprendió una campaña similar en el New York Times, pero con el objetivo contrario, afirmando que no veía un vínculo claro entre Trump y Rusia.
Uno puede optar por creer cualquier afirmación anónima de estas agencias a pesar de su añeja tradición de mentiras, errores y omisiones dependiendo de la agenda que la agenda personal, o puede esperar a revisar la evidencia real antes de formarse un criterio sobre lo que realmente sucedió. Aparentemente toma un poco de esfuerzo darse cuenta de que la segunda opción es el único camino racional.
4. Incluso en las últimas filtraciones hay múltiples motivos de confusión, contradicciones e incertidumbre.
La siempre observadora Marcy Wheeler documentó hace algunos días muchas contradicciones; cualquiera que esté interesado en esta historia debería leer su análisis lo antes posible. Quiero destacar sólo algunas de estas contradicciones y preguntas vitales.
El momento en que se dan estas filtraciones es sorprendente. Incluso a pesar de que los demócratas han pasado meses publicando una acusación histérica tras otra sobre la injerencia rusa, la Casa Blanca y Obama específicamente han optado por permanecer en silencio sobre el tema. Tal vez porque no quisieron tomar partido o ser incendiarios, pero tal vez es porque no creen que haya pruebas suficientes para acusar al gobierno ruso; después de todo, si realmente creían que los rusos habían sido efectivamente responsables de la mitad de lo que los acusaban los demócratas, ¿no estarían obligados (como han argumentado algunos demócratas) a tomar medidas agresivas en represalia?
Recientemente se anunció que Obama había ordenado una revisión completa de las acusaciones de piratería informática: un paso perfectamente sensato que deja claro que es necesaria una investigación, y que exista evidencia, antes de llegar a conclusiones definitivas. Fue justo después de ese anuncio que se dio la filtración de la CIA, interrumpiendo el proceso de investigación real y deliberativo que Obama había ordenado para que el público creyera que todas las respuestas ya se conocían y, antes de que empiece la investigación, que Rusia es culpable de todos los cargos.
Aún más importante es lo que el Post no hace evidente en su historia: ¿cuáles son los llamados “desacuerdos menores entre los funcionarios de inteligencia sobre la evaluación de la agencia”? ¿Cuán “menores” son? ¿Y qué significan realmente estas conclusiones si, como lo admiten las fuentes del Post, la CIA ni siquiera es capaz de vincular el ciberataque con el actual gobierno ruso, sino sólo a personas ajenas al gobierno (El Post dijo: “Esos actores, de acuerdo con el oficial, estaban ‘un paso’ alejados del gobierno ruso, en vez de ser empleados del gobierno”)?
Esta es la razón por la que realizar debates relevantes sobre la base de filtraciones anónimas resulta una práctica cuestionable y poco confiable. Los periódicos como el Post tienen un incentivo obvio para promocionar afirmaciones explosivas y extravagantes mientras minimizan y sepultan las advertencias y las pruebas contradictorias.
5. Contrariamente a las declaraciones de autoreivindicación de algunos demócratas, nada de esto se relaciona con las preocupaciones sobre su comportamiento y tácticas macartistas.
Contrariamente a lo que muchos demócratas critican, nadie dijo que fuera macartista querer investigar las acusaciones de ciberataques rusos. Por el contrario, los críticos de los partidarios de Clinton han argumentado precisamente eso: que estas acusaciones no deben creerse ante la ausencia de una investigación significativa y, sobre todo, de evidencia, que hasta ahora han faltado.
Lo que los críticos han dicho es macartista —y, como uno de esos críticos, estoy completamente de acuerdo con ello—: es la táctica de acusar a cualquiera que cuestione esas afirmaciones, o que critique al equipo de campaña de Clinton de ser esbirro del Kremlin o agente de Putin. En agosto, después de que los demócratas decidieran difamar a Jill Stein acusándola de ser una marioneta de Putin, así definí la atmósfera macartista que los demócratas han cultivado deliberadamente este año:
“Así que ése es el enfoque del Partido Demócrata para las elecciones de 2016. Aquellos que cuestionan, critican o son percibidos como un obstáculo para el camino de Hillary Clinton hacia la Casa Blanca son vilipendiados como estafadores, simpatizantes y/o agentes de Rusia: Trump, WikiLeaks, Sanders, The Intercept, Jill Stein. Aparte de los fieles partidarios de Clinton, ¿hay alguien que no sea controlado encubiertamente por o en servicio de los rusos?”
Las preocupaciones por el macartismo de los demócratas nunca tuvieron nada que ver con el deseo de una investigación sobre la fuente del hackeo de la Convención Nacional Demócrata y de Podesta, todo el mundo estaba a favor de esas investigaciones. De hecho, las acusaciones de que los demócratas se comportaban de manera macartista fueron hechas —y aún lo son— sobre su repugnante afirmación de que cualquiera que quisiera pruebas y evidencia antes de creer estas acusaciones inflamatorias sobre Rusia era un agente del Kremlin.
Para ver el verdadero rostro de este neomacartismo, hay evidencia en YouTube: la sorprendente entrevista con el congresista demócrata Adam Schiff, uno de los principales halcones rusos del partido (citado en el artículo del Post que ataca a Obama por no tomar represalias contra Putin). Cuando el entrevistador, Tucker Carlson, pide reiteradamente pruebas de apoyo a su afirmación de que Putin ordenó el hackeo de correos electrónicos de Podesta, Schiff no ofreció una sola.
En cambio, la estrategia del congresista es acusar a Carlson de ser una marioneta del Kremlin y finalmente le dice que debe cambiar su programa a RT [antes Russia Today, una cadena de televisión rusa]. Ése —que se ha convertido en la retórica democrática típica— es el vil rostro del neomacartismo que los demócratas han adoptado este año, y nada en esta filtración de la CIA lo justifica en absoluto.
No hace falta decir que las preguntas sobre quién hackeó las cuentas de correo electrónico de los demócratas y de Podesta son serias y relevantes. Las respuestas tienen implicaciones amplias en muchos niveles. Ésa es una razón más por la cual estos debates deben basarse en evidencias, no en las filtraciones anónimas de mentirosos profesionales dentro de las agencias gubernamentales, animadas por partidarios perdidos ansiosos por abrazar cualquier acusación que los haga sentir bien, todas conducidas sin la menor exigencia de requisitos probatorios ni racionales.
“Soy una persona lista”
Donald trump arremetió contra las versiones de la CIA respecto a la supuesta intromisión de Rusia en las elecciones de EU
El presidente electo de EU, Donald Trump, se desmarcó el domingo de otra tradición presidencial: recibir informes de inteligencia cotidianos.
“No necesito los informes de inteligencia diarios. Soy una persona lista, no necesito que me digan la misma información y las mismas palabras cada día”, dijo el republicano en una entrevista con la cadena Fox News.
“Si hay algún cambio, que me llamen inmediatamente. Estoy disponible con aviso previo de un minuto”, dijo Trump.
En esa misma entrevista, el presidente electo explotó contra la comunidad de inteligencia, al calificar de “ridícula” su evaluación sobre la supuesta intervención rusa en las elecciones.
“Creo que es ridículo, creo que es otra excusa. No lo creo. Hablan de todo tipo de cosas, cada semana es un nuevo pretexto. Tenemos una victoria masiva en los colegios electorales como sabes”, expuso.
Sus comentarios llegan luego de que líderes republicanos pidieran una investigación sobre la evaluación de la CIA respecto a que Rusia habría dirigido el hackeo de los correos de Hillary Clinton para ayudar a Trump a vencer a la demócrata. “Si te fijas en la historia y le echas un vistazo a lo que dijeron, hay una confusión, nadie sabe realmente. El hacking es realmente interesante, los que se hackean, si no se atrapan en el acto, no los vas a atrapas. No tienen idea si fue Rusia o si fue China o alguien más”.