Información pública, una estrategia suicida
En México se requiere información para el bienestar a mediano y largo plazo; pero ante la pandemia la sensibilización ha sido sustituida por la subestimación, la motivación por la autocomplacencia y las rutas a seguir se han alimentado más de la conveniencia que de la evidencia
La comunicación social puede, como toda herramienta del poder público, utilizarse para beneficio de las personas o para el de los políticos; para construir bienestar o para construir imagen. Ello depende en buena medida de la información que se difunda: ¿es información que interesa y ayuda a la gente o es la que conviene al gobernante? En las administraciones recientes se ha normalizado la visión de que la comunicación social es un instrumento al servicio del gobierno en turno: el gobierno difunde lo que a él le interesa. En la actual contingencia el gobierno ha sido generoso con la cantidad de información compartida, pero lo que transmite no necesariamente beneficia a la ciudadanía.
En su mejor versión, la comunicación social difunde información del interés de la población. Ahí están las campañas de vacunación, las inscripciones escolares y las invitaciones a obtener la credencial de elector. En estos casos, que representan cada vez un porcentaje menor del gasto en comunicación, el contenido está orientado a promover los derechos de la ciudadanía. Por ser una obligación esencial de todo gobierno, de pronto no le damos a estos esfuerzos el mérito correspondiente.
Hoy tenemos un reto mayor que pone en riesgo la vida, el bienestar o el futuro de las personas. Aquí la información pública debe apuntar al menos hacia tres objetivos: sensibilizar, motivar y mostrar el camino.
La sensibilización consiste en compartir toda la información disponible con la evidencia, transparencia, claridad y el lenguaje necesarios para que todos comprendan la dimensión del problema y los riesgos que presenta.
De esta sensibilización depende que los ciudadanos cobren conciencia y reaccionen ante la seriedad de las consecuencias. Por ello, Winston Churchill señaló al tomar posesión como primer ministro del Reino Unido, en los inicios de la Segunda Guerra Mundial, que no tenía nada que ofrecer salvo “sangre, sudor y lágrimas”. En educación, recordamos el “PISA Shock” que se generó en Alemania cuando se conocieron los resultados, en 2001, de la primera edición de la prueba PISA, que los mostraban por debajo del promedio de la OCDE y que en su momento utilizaron para promover reformas al sistema educativo. Y más recientemente, en la misma Alemania, escuchamos a la Canciller Merkel decirle a la población que la Covid-19 plantea el mayor reto para el país desde la Segunda Guerra Mundial. En estos casos los responsables apostaron a mostrar la realidad: compartieron su información y sus temores con toda transparencia.
La motivación debe seguir al diagnóstico crudo. Los grandes líderes suelen remarcar que, aún cuando se trate de un reto mayúsculo, hay capacidad para salir adelante si se hace lo correcto. Se suele enfatizar la importancia del esfuerzo de cada individuo y el de toda la sociedad como un equipo. “Prevaleceremos”, decía el Rey Jorge VI de Inglaterra a sus súbditos en 1939, en momentos en que Alemania parecía invencible. En nuestra historia, Cortés, Hidalgo y Juárez emprendieron luchas a las que el sentido común les daba muy pocas probabilidades de éxito, pero supieron motivar a quienes decidieron seguirlos. Ello contribuyó en gran medida a que pudieran conquistar un imperio con sólo 300 soldados; hacer triunfar un movimiento independentista contra una potencia mundial; y expulsar del país al ejército más poderoso del planeta.
A la sensibilización y la motivación debe seguir la orientación, para saber qué debe hacer cada quién. Si ya transmitimos que la situación es complicada y que tenemos confianza en sobreponernos, ahora debemos comunicar cómo lograrlo. Es aquí donde el líder y el político dejan el terreno para que técnicos y especialistas indiquen los mejores caminos a seguir.
Desde el inicio del problema, se ha señalado que la Covid-19 no representa un riesgo significativo.
Es nuestro país, afortunadamente, de los más preparados y con menos riesgos por la afectación de este virus (...) No debe de haber alarmas, se piensa que no es tan dañino, tan fatal (...) hay que abrazarse, no pasa nada…” son algunas de las frases del Presidente entre febrero y marzo de 2020 para minimizar la amenaza.
Y desde entonces, las decisiones gubernamentales en cuanto al manejo de la información pública han favorecido la propagación del virus:
• Un cálculo de casos con base en pruebas escasas y caras. Al no hacer la necesaria inferencia de las cifras reales a partir del muestreo que representan las pruebas, nos quedamos con cifras muy subestimadas. La amenaza aparece mucho menor de lo que es y la gente relaja su actitud.
• La estrategia de hablarle a la gente en todo momento de sus derechos, pero no referirse a sus obligaciones y evitar las malas noticias. Se insiste en el derecho a salir, a vacunarse y a una cama de un hospital público, pero las responsabilidades se quedan en sugerencias.
• El establecimiento de un semáforo que considera la disponibilidad de camas de hospital y las tendencias de contagio subestimadas por la falta de pruebas: “puedes arriesgarte en tanto haya dónde atenderte” parecen decirnos.
• Estimaciones de evolución de la pandemia sustentadas en lo deseable y no en lo técnicamente sustentable. El regreso a clases el 20 de abril y el tope de la pandemia el 8 de mayo fueron muestras de ello. Hay una obsesión por decirle a la gente lo que quiere oír, en vez de ajustarse a lo real.
• Comunicación ambigua y un ejemplo claramente contradictorio por parte de la autoridad. El cubrebocas fue desautorizado desde el inicio porque “crea una falsa sensación de seguridad”. Lo mismo podríamos decir del cinturón de seguridad en el auto, del candado en una puerta o de cualquier póliza de seguros. La sana distancia y las restricciones de movilidad son menospreciadas por parte de funcionarios que insisten en hacer reuniones presenciales diarias y viajar por cualquier razón no indispensable.
Necesitamos información para el bienestar a mediano y largo plazo: sensibilizar, motivar y mostrar el camino.
Tiempos extras
De continuar el incremento de contagios, el 2020 no habrá sido el año de la contingencia, sino uno de preparación.
La llamada urgente es a evitar la desvinculación de estudiantes y el rezago académico.