“El miedo es un sufrimiento que produce la espera de un mal” Aristóteles
Hace poco más de 20 años los narcotraficantes eran imágenes conocidas pero imprecisas y opacas, personas no gratas para la sociedad, maleantes dedicados al negocio de las drogas; sin embargo, con el transcurrir del tiempo nos hemos enfrascado en una apología del crimen, que ha logrado permear estereotipos y que gracias a las series de televisión, los libros y los medios masivos de comunicación ahora gozan en ciertos segmentos de la población de cualidades positivas. En los últimos años la violencia se ha exacerbado y los cárteles han ocupado medios cada vez menos convencionales para expresarse y paradójicamente se han convertido en un foco mediático; incluso el cinismo ha caracterizado sus acciones como la llamada realizada por la tuta al programa de noticias Voz y Solución en Michoacán. ¿Por qué de pronto existió la necesidad por parte de las células del crimen de verbalizar la violencia? ¿En qué momento decidieron hacer públicas sus ejecuciones? ¿En qué momento emerge entre los narcos la preocupación por la presencia de un espectador? Es difícil determinar el punto en que las narcomantas o los narcomensajes aparecieron en la vida pública, sin embargo, en septiembre de 2006 hubo un parteaguas en la forma de comunicación usada por los narcotraficantes; varios hombres armados irrumpieron en la pista de baile de un bar en Michoacán y lanzaron cinco cabezas dejando una cartulina fosforescente con el mensaje: “La familia no mata por paga, no mata mujeres, no mata inocentes, se muere quien debe morir, sépanlo toda la gente, eso es: Justicia divina”; éste abrió una brecha y alcanzó a los medios internacionales, los criminales buscaron explicarle a la sociedad el porqué de sus acciones y más allá de un esclarecimiento de actitudes trataron de exclamar una justificación. En estos mensajes la forma de las letras, las faltas de ortografía, los colores e incluso la posición espacial exceden en significado a las palabras contenidas, en las mantas puestas por los narcotraficantes no sólo se verbaliza la violencia, sino se explica; incluso la forma en que se acomoda el cuerpo del occiso se convierte en fuente de exponer para un público invisible, pero presente. La necesidad de las células criminales por hablar se ha convertido en una vía más de intimidación y el camino corto para sembrar miedo en la población; en los narcomensajes, todo es significante y significado; el cuerpo humano es utilizado como un tipo de metalenguaje y supone señales que deben ser entendidas por el público. Estos narcomensajes buscan explicar un mundo violento y despiadado, que sin ellos aparecería como lo que es, algo inexplicable; y algo que sólo es conocido por unos cuantos y que no tiene un concepto generalizado y arraigado en la sociedad tampoco engendra el terror requerido por estos criminales, es así que han buscado hablar ante un público, una audiencia que no existía y que fue creada justo en el momento exacto en que se dirigen a ella. Sorprendentemente las narcomantas se han convertido en un canal comunicativo eficiente para el crimen organizado, el estilo sardónico, la variación del uso de la voz y la utilización de pronombres son patrones recurrentes que tienen efectos particulares, no sólo en los cárteles enemigos sino en la sociedad en general. Las alusiones pronominales parecen un detalle sin importancia, pero en esos mensajes se han convertido en puntos cruciales por una sencilla y retorcida razón, se utiliza un discurso para establecer la distancia entre un “nosotros” y un “ustedes”, entre amigos y enemigos. Las mantas aludidas a los criminales, de forma generalizada son escritas en tonos negros y rojos, que reflejan la protesta y el enojo; suelen usarse letras mayúsculas que en el lenguaje escrito son asociadas a un incremento del tono de voz; son advertencias, amenazas de un futuro próximo; pero también han sido usadas como una forma demencial de publicidad criminal, etiquetas que se anexan a la evidencia física de la violencia para apropiarse e incrementar su valor. El nacimiento de esta forma de expresión ha servido para amenazar, pero también para hacer peticiones, exhibir venganzas, dar a conocer nuevos líderes, definir identidades, mostrar nexos o retar a la autoridad, son una forma de mostrar a la sociedad que el miedo en ellos no existe, pero sobre todo se han convertido en la manera práctica y eficiente de obtener reconocimiento por los hechos perpetrados, ya que los medios de comunicación las retoman como un manifestó de lo sucedido y en la era de las redes sociales la viralidad juega el papel de un excelente publicista. La violencia ha llegado a niveles difíciles de calcular, los cárteles de la droga han buscado la invención de un universo moral en el que no sólo ejecutan asesinatos y actos viles, sino que buscan en la agresión la pluma con la cual escriben enunciados a una sociedad atemorizada. En los narcomensajes no sólo vemos un cuerpo mutilado o una cartulina clavada con un enunciado corto pero contundente y canalizado, observamos un conjunto, una puesta en escena; porque en ellos como diría Marshal McLuhan “el medio es el mensaje”.