“La prueba de nuestro progreso no es si agregamos más a la abundancia de aquellos que tienen mucho, es si brindamos lo suficiente para aquellos que tienen muy poco”. Franklin D. Roosevelt.
Pese al gran esfuerzo que se ha realizado en el último año, aún el crecimiento económico continúa estancado, y es que es indiscutible que la pandemia originada por el virus SARS-CoV-2 así como las medidas implementadas para limitar su propagación le dieron un duro golpe a casi todas las actividades alrededor del mundo.
Después de un 2020 donde el mundo quedó casi paralizado, el 2021 permitió visualizar una mejora en el desarrollo económico y poco a poco ciertas actividades volvieron (casi por completo) a la normalidad, sin embargo, para este 2022 los expertos prevén un declive en el crecimiento mundial.
Y es que de acuerdo a datos del Informe Perspectivas Económicas Mundiales publicado por el Banco Mundial la economía mundial está entrando en una pronunciada desaceleración en medio de las nuevas amenazas derivadas de las variantes de la COVID‑19 y el aumento de la inflación, la deuda y la desigualdad de ingresos, lo que podría poner en peligro la recuperación de las economías emergentes y en desarrollo.
Este mismo documento afirma que se espera que el crecimiento mundial se desacelere notablemente, del 5.5 % en 2021 al 4.1 % en 2022 y al 3.2 % en 2023, a medida que la demanda reprimida se disipe y vaya disminuyendo el nivel de apoyo fiscal y monetario en todo el mundo.
Desafortunadamente, no es la única institución que pronostica un escenario desalentador, la Organización De las Naciones Unidas apunta a un cuarteto de factores como los principales causantes de este descenso: las nuevas oleadas de infecciones por COVID-19, los persistentes retos del mercado laboral, los prolongados desafíos relacionados con las cadenas de suministros y las crecientes presiones inflacionistas.
Por su lado el Fondo Monetario Internacional menciona cifras similares a las predichas por el Banco Mundial e incluso afirma que se prevé que la inflación elevada continuará más de lo contemplado y que los cortes en las cadenas de suministro y los altos precios de la energía persistirán en 2022.
El COVID-19 no solo derrumbó muchos de los escenarios contemplados, sino que ha hecho que el miedo, la incertidumbre y la desconfianza poco a poco se abran paso en un panorama económico cada vez más complicado.
Hay dos rubros a los que se debe poner especial atención: el turismo y la baja en los salarios, según un informe de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y el Desarrollo la caída del turismo internacional debido a la pandemia del coronavirus causó una pérdida de más de cuatro billones de dólares en el PIB global durante los años 2020 y 2021.
Incluso se menciona que la reducción del turismo provoca un aumento promedio del 5,5% del desempleo de la mano de obra no cualificada, con una gran variación del 0% al 15%, según la importancia del turismo para la economía.
Por otro lado, y como consecuencia de la pérdida de empleos y de la caída en la economía, la Organización Internacional del Trabajo refiere en su Informe Mundial sobre Salarios 2020-21 en muchos países la reducción de las horas de trabajo ha afectado a las ocupaciones de baja calificación –en particular, las que suponen un trabajo básico– más que a los puestos directivos y profesionales mejor remunerados.
La crisis afectó muy especialmente a los trabajadores con salarios más bajos, y en consecuencia aumentó las desigualdades salariales. El COVID-19 ha evidenciado la fragilidad de muchos sistemas, sin embargo, ahora lo que más importa es hacer de la resiliencia una constante que nos permitirá superar las circunstancias adversas de la vida.