Inseguridad alimentaria: el mundo se podría enfrentar a otra catástrofe

22 de Diciembre de 2024

Simón Vargas
Simón Vargas

Inseguridad alimentaria: el mundo se podría enfrentar a otra catástrofe

“El doctor del futuro no tratará más al ser humano con drogas; curará y prevendrá las enfermedades con la nutrición.”
Thomas Alva Edison

Es casi impensable que en pleno siglo XXI cuando ya se tiene registro de la construcción de corazones artificiales por medio de impresoras 3D, del desarrollo de automóviles de conducción automática, de la creación de exoesqueletos hidráulicos, la reprogramación celular o la implementación de nanotecnología, aún de acuerdo a información del Programa Mundial de Alimentos para Naciones Unidas (PMA) se estima que el año pasado alrededor de 135 millones de personas se enfrentaron a inseguridad alimentaria, número que podría ser duplicado como resultado de la crisis sanitaria originada por el virus Covid-19.

El término seguridad alimentaria no hace referencia solamente a no consumir alimentos dañinos para el cuerpo humano, sino que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) asegura que ésta se da cuando las personas tienen acceso físico, social y económico permanente a alimentos seguros, nutritivos y en cantidad suficiente para satisfacer sus requerimientos nutricionales y preferencias alimentarias, para así poder llevar una vida activa y saludable.

De acuerdo a esta misma institución, existen tres tipos de inseguridad alimentaria: crónica, es a largo plazo y generalmente por falta de acceso a recursos productivos o financieros; estacional, tiene una duración limitada y se suscita cuando existe falta de disponibilidad y ausencia de los alimentos, y finalmente, la transitoria, es a corto plazo y puede ser ocasionada por la pérdida repentina de ingresos lo que dificulta la producción y el acceso a comida.

El hambre y la desnutrición son dos caras de una misma moneda que afectan significativamente las diversas áreas de quién las padece, ya que la carencia alimentaria hace que las personas sean menos productivas, más propensa a contraer enfermedades e incluso en los niños obstaculiza el aprendizaje y produce el desarrollo de afecciones como el retraso del crecimiento.

Desde hace tres años la inseguridad alimentaria ha ido en aumento, y a pesar de que desde 2015 a través de los Objetivos de Desarrollo Sostenible el mundo se comprometió a poner fin a este problema, se continúa sin progresos suficientes que permitan que se alcance el propósito en 2030.

La escasez de alimentos, la desnutrición, la obesidad y la malnutrición, aunados a los conflictos bélicos, los fenómenos meteorológicos y el cambio climático están minando los esfuerzos que se han realizado. De acuerdo al informe “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2020” emitido por la FAO, la UNICEF, el WFP, el FIDA y la OMS se afirma que sumado a la pandemia que se vivió este año, los brotes sin precedentes de langosta del desierto en África oriental y las sequías, están empeorando las perspectivas económicas mundiales de un modo que nadie podría haber anticipado.

Este mismo documento afirma que es inaceptable que en un mundo que produce comida suficiente para alimentar a toda su población, más de 1,500

millones de personas no se puedan permitir una dieta que cumpla los niveles necesarios de nutrientes esenciales y más de 3,000

millones ni siquiera puedan acceder al régimen alimentario saludable más barato.

Y es que una dieta con un valor nutrimental adecuado cuesta alrededor de 4 dólares, es decir 90 pesos por persona, cuando, en nuestro país, por ejemplo, el salario mínimo apenas es de 123 pesos, lo que ha conllevado a tener una subnutrición del 12.3%, es decir, un incremento del 7.1% de 2017 a 2019; además de que en México un 75% de la población padece obesidad y sobrepeso.

Además de lo anterior, la situación derivada por la pandemia situó a muchos mexicanos en un contexto complicado ya que en datos de la Encuesta nacional de características de la población durante la epidemia (ENSARS-CoV-2) realizada por el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), se informó que alrededor del 90% de personas encuestadas ha tenido alguna experiencia de inseguridad alimentaria durante la emergencia sanitaria, situación adjudicada principalmente a la falta de dinero o al confinamiento; dicha condición en ningún momento fue severa, sin embargo, muchos de los integrantes del hogar redujeron la ingesta de alimentos.

A pesar de que el escenario es complicado aún pudiera llegar a cumplirse el objetivo planteado, esto podría lograrse a través de una mejor distribución de los alimentos y enmendando uno de los rubros que el Council on Foreign Relations en el artículo Rising Hunger: Facing a Food-Insecure World considera de vital importancia: la mala gobernanza.

Si no se reconoce que la gobernanza juega un papel primordial en este problema no podrán plantearse soluciones que lo erradiquen; las políticas y programas de seguridad alimentaria no deben estar sólo enfocados a la creación de programas asistencialistas sino promover soluciones reales y técnicas, además de encaminarse hacia un rubro importante: la inversión y el desarrollo económico.

Esta perspectiva permitirá establecer directrices que centren la inversión en actividades y proyectos productivos para mejorar los ingresos de la población y sus medios de subsistencia; lo que paralelamente impulsará el acceso a empleos, servicios adecuados y la disminución de la pobreza.

Debemos enfocarnos en la disponibilidad, la estabilidad del suministro, el acceso y la utilización de alimentos, porque si no se actúa de inmediato en poco tiempo nos estaremos enfrentado a una nueva catástrofe.

*Analista en temas de Seguridad, Justicia, Política y Educación.

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