“Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro.” Platón
No podemos negar que la pandemia ha hecho más evidentes problemas a los que como comunidad, si bien no hemos ignorado, quizá sí hemos minimizado; la pobreza, la desigualdad, el desempleo, la impunidad, la injusticia o la educación de baja calidad, pero sobre todo la discriminación y la violencia contra la mujer, durante estos días, han mostrado su aspecto más despiadado.
Es por ello que ante actitudes cada vez más agresivas, el aumento de la inequidad e incluso el crecimiento sustancial del supremacismo, ver la inclusión como una opción para reducirlos o tal vez erradicarlos es fundamental para el futuro social.
Después de dos años donde la empatía, la solidaridad y la compasión retomaron espacios fundamentales en la agenda mundial, hoy también es necesario comenzar el año centrando la mirada en la inclusión; impulsando a que, desde cada uno de nuestros espacios se brinden las mismas posibilidades y oportunidades a cada uno de los individuos que nos rodean, independientemente de las características, habilidades, discapacidad, cultura o necesidades de atención médica.
En datos de La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, conocida abreviadamente como UNESCO, la inclusión es un enfoque que responde positivamente a la diversidad de las personas y a las diferencias individuales, entendiendo que la diversidad no es un problema, sino una oportunidad para el enriquecimiento de la sociedad a través de la activa participación en la vida familiar, en la educación, el trabajo y en general en todos los procesos sociales, culturales y en las comunidades.
Pero, además de mirar este valor como uno de los más relevantes, sobre todo ante la situación actual, también es necesario reconocer que en la diversidad está lo verdaderamente fundamental del desarrollo social, lo que a su vez también permite mejorar la cohesión en la comunidad, el crecimiento económico y el bienestar general en una sociedad.
Teniendo lo anterior como una línea clara, y siendo la escuela uno de los mayores componentes en nuestra formación, es que la UNESCO ha emitido el informe Inclusión en la atención y la educación de primera infancia donde se menciona que la inclusión debe comenzar en los primeros años, momento en el cual se sientan las bases para el aprendizaje permanente y se forman los valores y actitudes fundamentales. Es durante la primera infancia cuando surge la desigualdad en el aprendizaje y en otros aspectos del desarrollo infantil.
Basar la educación en la inclusión, implica entender que cada niño/a tiene características, intereses, capacidades y necesidades de aprendizaje distintos y deben ser los sistemas educativos los que están diseñados, para impulsar cada una de las características, bien lo diría el físico alemán Albert Einstein: “Si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, pensará toda la vida que es un inútil”.
Si la educación y la inclusión se convierten en puntos medulares, esto se traducirá en personas mejor preparadas para encontrar soluciones duraderas a problemas globales complejos, aumentando así la productividad y eficiencia de las diversas naciones. Por otro lado, los individuos inmersos en comunidades inclusivas desarrollan más empatía, tienen una visión del mundo enriquecida y una mejor comprensión de los demás.
Y es que en un mundo cada vez más globalizado, el entendimiento del prójimo se debe traducir en un sentimiento que nos permita unirnos, redireccionar nuestros esfuerzos hacia aquellos que más lo necesitan y apoyar lo más posible en las batallas individuales.