“La historia del Holocausto no se ha acabado. Su precedente es eterno y la lección aún no se ha aprendido”.
Timothy Snyder
Un 27 de enero de 1945, el Ejército Rojo liberó Aushwitz en donde se cree que fueron conducidos alrededor de 1.3 millones de prisioneros, el 90% asesinados casi de forma inmediata a su llegada; las atrocidades cometidas no solo en este campo de concentración sino en diversos ha hecho que el Holocausto sea uno de los mayores genocidios de la historia.
Mañana se conmemora el 78 aniversario, y la Organización de las Naciones Unidas desde el 2006 ha proclamado dicha fecha como el Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto, con el objetivo de crear mayor conciencia y rescatar la importancia de la memoria histórica como medio para evitar la repetición de los actos de terror que se cometieron.
Muchas son las razones por las que se debe analizar esta manifestación de discriminación y tormento, donde el miedo, la angustia y el desasosiego se apoderaron de millones de personas, sin embargo, quizá una de las más importantes es que varios líderes, entre ellos el máximo representante, Hitler, lograron la racionalización de la matanza, y con ayuda de la ciencia alemana argumentaron que los judíos eran una “raza inferior” y que estaban conspirando; lamentablemente aunado a ellos, también buscaron eliminar a gitanos, personas con discapacidad y homosexuales.
De acuerdo a datos de UNESCO la fecha tiene como principales objetivos: 1) Demostrar la fragilidad de todas las sociedades e instituciones llamadas a proteger la seguridad y los derechos de todos, 2) demostrar los peligros del prejuicio, de la discriminación y de la deshumanización, y 3) subrayar los esfuerzos realizados para hacer frente a los genocidios modernos; entre otros, por lo que la conmemoración, no se trata de ahondar en el dolor, sino más bien de encontrar en él nuevas alternativas, pero sobre todo no cometer los mismos errores.
Contrario a lo que podría pensarse, la matanza y sometimiento de miembros de grupos vulnerables y las lesiones graves a la integridad físicas o psicológica, no han parado de suceder: en 1975 los Jemeres Rojos se hicieron con el gobierno de Camboya y durante los siguientes cuatro años se calcula que murieron más de un millón de personas y en 1994 se desató lo que se conoce como el genocidio de Ruanda donde en 100 días se cobró la vida de 800,000 personas, el 75% de la comunidad Tutsi.
Tristemente, en 2014 el Estado Islámico atacó a la población yazidí en Irak, donde se ejecutaron a miles de personas, incluso en cifras proporcionadas por Amnistía Internacional se cree que alrededor de 11,000 mujeres y niñas fueron secuestradas y vendidas como esclavas sexuales. Y en 2017 se perpetró una persecución contra la minoría musulmana rohingya.
Frente a una humanidad azotada por la pandemia, la pobreza y con sectores polarizados, la xenofobia, el racismo, los crímenes de odio y la discriminación se han comenzado a usar como estandarte para ganar adeptos, es por ello que es urgente que se tomen medidas más severas, evitar el desinterés, pero sobre todo rehuir de los prejuicios e ideas preconcebidas.
De igual forma se tiene que repensar la forma en la que ayudamos a las víctimas, porque la violencia destruye el amor propio, destroza la capacidad para confiar en el prójimo, deshace la posibilidad de crecimiento, quebranta las ganas de continuar avanzando, y termina por fracturar el tejido social, ya que no solo afecta a una persona sino a quienes están a su alrededor.
*Analista en temas de seguridad, justicia, política, religión y educación.
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