“En la naturaleza no hay recompensas ni castigos, hay consecuencias”.
Bob Ingersoll
Desde hace décadas películas como: Contagio de Steven Soderbergh, 12 monos, de Terry Gilliam, Estallido, de Michael Ballhaus o incluso el podcast Caso 63, han propuesto un fin del mundo que dista de invasiones alienígenas y guerras, para centrarse en algo mucho más real y cercano: pandemias.
Desafortunadamente, estos eventos han marcado desde hace muchos años la historia de la humanidad, la influenza, el ébola, la peste negra, la rabia, el VIH y la gripe aviar, por mencionar algunas; han sido originadas por patógenos que proceden de los animales, ya sea por exposición directa o bien por el consumo de alimentos derivados de animales contagiados; incluso el Fondo Mundial para la Naturaleza(WWF por sus siglas en inglés),menciona que el 70% de las enfermedades humanas tienen origen zoonótico.
Y aunque la ciencia y la tecnología han sido herramientas importantes para detener su contagio, y en nuestra actualidad la disminución de la propagación del virus SARS-CoV-2 ha comenzado a ser efectiva, gracias a las medidas implementadas, una de las lecciones que ha quedado asentada es que se debe trabajar arduamente en detener la pérdida de la biodiversidad; de acuerdo a datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollola evidencia es sólida también con respecto a que el riesgo de cotagio de enfermedades infecciosas es mucho mayor cuando el contacto es con especies silvestres, especialmente aquellas cuyas poblaciones están siendo diezmadas por la caza, el tráfico ilegal y la pérdida de hábitat.
A pesar de que la evidencia que nos ha arrojado la destrucción directa de ambientes, la pérdida de biodiversidad y la intensificación agrícola y ganadera, sobre el incremento del riesgo de aparición y contagio de enfermedades infecciosas transmisibles, pareciera que estamos negados a hacer caso a aquello que la tierra nos expone incesantemente.
Es indiscutible que la biodiversidad impacta a los seres humanos, y es que contrario a lo que podría pensarse el balance en los ecosistemas depende de los seres microscópicos hasta las grandes especies; no solo se trata de analizar de qué forma la pérdida de plantas y animales puede poner en peligro a la humanidad, sino también analizar la manera en la que nos ayuda.
En información presentada por la Organización de las Naciones Unidas, la mayoría de las medicinas prescritas en los países industrializados proceden de compuestos naturales producidos por animales y plantas; muchas curas de la naturaleza son familiares: los analgésicos como la morfina derivan de las amapolas de opio, la quinina antipalúdica emana de la corteza del árbol cinchona de América del Sur o el antibiótico de la penicilina que generan unos hongos microscópicos; es decir, de alguna u otra forma tenemos que reconocer que vivimos en un laboratorio gigante que muta día con día, por lo que su preservación es indispensable.
E incluso el ámbito económico depende de la biodiversidad, en estimaciones del Foro Económico Mundial se menciona que la mitad del Producto Interior Bruto mundial, alrededor de unos 44 billones de dólares, dependen de la naturaleza, además a ello habrá que anexar los ingresos producidos por la industria farmacéutica.
El panorama actual no es sencillo, y como dice aquella frase: “El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”, es por eso que en momentos como los que vivimos debemos revalorar el vínculo que tenemos con la naturaleza y las especies ya que sin biodiversidad no hay salud, es imprescindible entenderlo.
*Analista en temas de seguridad, justicia, política, religión y educación.
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