Claudia Sheinbaum: Entre la esperanza y la incertidumbre de un momento histórico

2 de Octubre de 2024

Jimena Villicaña
Jimena Villicaña

Claudia Sheinbaum: Entre la esperanza y la incertidumbre de un momento histórico

Hija de mi padre

La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia de México es un hito que despierta emociones profundas, un logro que resuena con una mezcla de nostalgia y esperanza. Por primera vez en nuestra historia, una mujer ocupa el cargo más alto de la nación, y ese simple hecho ya es motivo de celebración. Es el cumplimiento del sueño de incontables generaciones de mujeres que lucharon, a menudo en silencio, a veces desde la sombra, pero siempre con la valentía de exigir igualdad y justicia, para romper con la idea de que las mujeres solo podíamos ser “la otredad”, la sombra al margen de lo eminentemente masculino.

Ver a una mujer en la presidencia es el testimonio vivo de cómo la lucha feminista ha trazado un camino que muchas transitamos con sacrificios inimaginables. Miles de mujeres se dejaron el alma en el esfuerzo por construir un México donde la libertad, la justicia y la equidad fueran no solo un ideal, sino una realidad palpable. Al ver a Claudia en Palacio Nacional, surge el anhelo de que ella sea la personificación de esos valores, el reflejo de la libertad y emancipación que tantas de nuestras abuelas, madres y hermanas no llegaron a ver, pero por el que nunca dejaron de luchar.

Y sin embargo, mientras celebramos este momento histórico, también nos envuelve una sombra de duda. Porque lo que debería ser un triunfo irrefutable, una victoria para todas nosotras, se encuentra empañado por la realidad de las decisiones políticas que acompañan su gobierno. La presidencia de Claudia Sheinbaum, que podría haberse erigido como un faro de esperanza para las mujeres de México, también está marcada por la incertidumbre. El futuro que se vislumbra no es el que muchas de nosotras soñamos.

Es doloroso reconocer que, bajo su liderazgo, se están tomando decisiones que amenazan con erosionar los mismos principios por los que tantas mujeres lucharon. La militarización del país, una de las políticas más alarmantes de este gobierno, es un golpe directo a las comunidades, y especialmente a las mujeres, quienes soportan de manera desproporcionada las consecuencias de la violencia. La militarización perpetúa un ciclo de miedo y represión que afecta a las más vulnerables, aquellas que ya viven en condiciones de marginación y riesgo.

Es imposible no sentir una punzada de angustia al ver cómo las instituciones democráticas que hemos construido con tanto esfuerzo, aquellas que son nuestra única defensa ante los abusos de poder, están siendo debilitadas. El poder judicial, los organismos autónomos que velan por la transparencia y la rendición de cuentas, están en peligro de desmoronarse. Estos son los pilares que protegen a quienes más lo necesitan: a las mujeres que han sido históricamente silenciadas, a las comunidades que enfrentan día tras día la injusticia y la impunidad.

El retroceso en derechos fundamentales no es un simple asunto político; es un atentado contra la dignidad de quienes hemos luchado por vivir en un país más justo. La expansión de la prisión preventiva oficiosa es solo otro ejemplo de este retroceso, y las cifras hablan por sí solas. La mitad de las mujeres en prisión en México no han recibido una sentencia, y muchas de ellas, probablemente, están ahí de manera injusta. Esta medida no solo refuerza la desigualdad, sino que perpetúa un sistema que castiga de manera desproporcionada a las más débiles, a las más pobres, a las más invisibilizadas.

Es una amarga ironía que, en el mismo momento en que celebramos la llegada de una mujer a la presidencia, tengamos que enfrentarnos a la posibilidad de que nuestros derechos, nuestras libertades, y nuestras instituciones estén siendo socavadas. El feminismo, al fin y al cabo, no es solo la lucha por ocupar espacios de poder; es la lucha por garantizar que esos espacios se usen para promover la justicia, la igualdad y la libertad en todas sus formas. Es la lucha por un país donde las mujeres no solo tengamos voz, sino que esa voz sea escuchada, respetada y protegida.

Me encuentro en una profunda contradicción. Por un lado, siento un orgullo indescriptible al ver a una mujer en la presidencia. Es un logro que trasciende generaciones, un logro que nos pertenece a todas, a las que estamos aquí y a las que ya no están, pero que con su lucha abrieron el camino. Pero por otro lado, siento una preocupación creciente al ver cómo las decisiones políticas que se están tomando nos alejan de los ideales que tantas mujeres han defendido.

Este momento debería ser un triunfo absoluto, un estandarte de la libertad que las feministas hemos soñado durante tanto tiempo. Pero en lugar de avanzar hacia una nación más libre, más igualitaria, vemos cómo nuestras instituciones se debilitan, cómo nuestras libertades se erosionan, cómo el poder se concentra peligrosamente en unas pocas manos. Y no podemos quedarnos calladas ante eso. No debemos.

Quiero creer en Claudia Sheinbaum. Quiero creer que, a pesar de las decisiones equivocadas, aún puede corregir el rumbo. Porque su éxito no es solo el de ella, es el de todas nosotras. Le pido que recuerde el sacrificio de las mujeres que vinieron antes, que recuerde que su presidencia debe ser un reflejo de esa lucha por la igualdad, por la justicia, por la libertad. Que no olvide que, aunque ha llegado al poder, ese poder debe ser utilizado para servir a quienes más lo necesitan, para proteger los derechos de todas, especialmente de las más vulnerables.

Al final del día, lo que todas anhelamos es lo mismo: un México más justo, más libre, más igualitario. Un país donde ninguna mujer tenga que vivir con miedo, donde podamos al fin vivir en paz, sin temor a la violencia ni a la injusticia. Por el bien de todas nosotras, deseo de todo corazón que su presidencia sea un paso adelante en ese camino. Un paso hacia la libertad, hacia la equidad, hacia un México donde podamos ser verdaderamente libres y felices.