Política o extorsión

2 de Noviembre de 2024

Miguel González Compeán
Miguel González Compeán

Política o extorsión

Me preguntan con frecuencia, porqué es que me ha gustado la política. La respuesta es sencilla y complicada, pues habla de mí y de los políticos que he conocido a lo largo de mi vida. Les digo dos cosas: la política es un cochinero, como hacer salchichas (comparación muy socorrida entre articulistas esta semana), pero buen símil. Ver hacer salchichas y ver hacer política es de dudoso deleite, aunque supieran buenas, aunque resolvieran cosas al final.

La segunda cosa: en política después de más de 40 años, siempre aparecen dos cosas: o sábanas o dinero, lo cual es lamentable. Pero pienso también, que sólo en el reconocimiento de que esta realidad está ahí, es que la política se convierte en un arte de mantener principios, voluntad, ideales y la búsqueda del bien colectivo y es donde la política adquiere visos de maestría, de arte, de edificante satisfacción colectiva y personal.

Precisamente por ello, es que notoriamente en los congresos de Estados Unidos y en el Inglés, (aunque existen en todo el mundo) hay unos personajes miembros de la bancada de cada partido a los que se les llama: “The Wip” (el látigo). Estos congresistas se encargan de estar recordándole a sus pares del mismo partido y el de los contrarios, qué cosas de dudosa moralidad o legalidad han hecho en el pasado, que podrían afectar su imagen o futuro presente. Con ello aseguran el voto de sus pares para las propuestas de su propio partido y con ello presionan a otros para ver si logran que voten por alguna propuesta de su partido o no propia.

Todo esto, sin embargo, se hace en los pasillos y la intimidad del congreso, no es motivo de publicidad, ni de orgullo. Son las pequeñas marrullerías que desde siempre han existido en los congresos y en las que la política se ve involucrada todo el tiempo. Muchos dirán qué feo es eso, pero la realidad es que sabiendo los seres humanos de nuestra propia mezquindad, sólo la podemos combatir con un poco de otra mezquindad y astucia. En la guerra y el amor, todo se vale.

Es un juego en favor de todos, dirían unos; es una mecánica de lograr consensos dirían otros; es una realidad que hay que combatir diríamos otros más, pero ahí está, nos dibuja de cuerpo entero todos los días, en todos los niveles y en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana.

Se vuelve buena y edificante política, sin embargo, si es lo menos visible y si se da la apariencia de que se han logrado consensos, de que estamos de acuerdo, de que se ha llegado a una negociación aceptable para todos, si frente a una propuesta todo el mundo se siente de una u otra manera incluido o cómodo (mínimamente) con el resultado para la población en general.

Si, en cambio, se usan estos mecanismos del uso de la justicia selectiva, la información secreta de cada uno, los fantasmas del pasado y los yerros de juventud y se hacen públicos de una u otra manera, lo que hacemos es acabar con la política y denostarla, a tal punto, que sólo quedan los timoratos o los vestidos de monjes puros, que son aún peores que los que criticamos.

En el intento de aprobar la reforma constitucional para tener al Ejército en las calles hasta 2028, se vieron militares vestidos de olivo (sin que hubiera petición del presidente del senado para su presencia) amenazas de cárcel a parientes, puesto ofrecidos, favores y dinero para lograr la aprobación de dicha propuesta que sólo parece capricho de AMLO, pues nada resolverá de la seguridad. Se filtraron, además, muchas de las razones por las cuales se “doblaron” algunos senadores, lo que convirtió el asunto, no en política, sino en extorsión. Hasta para hacer un cochinero hay reglas. Nada más, pero nada menos también.

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