En septiembre de 1985, tras los sismos del día 19, la opinión pública y una buena parte de la sociedad civil le reclamaba al presidente Miguel de la Madrid por qué no había salido a las calles de manera inmediata para hacerse solidario con las víctimas de aquel desastre. Prudente como era, argumentaba a los suyos, que él estaba, en primer lugar, para coordinar las acciones que eran necesarias. Había que evaluar el tamaño del desastre en la ciudad, pero también fuera de ella. Había que hacer recuento de víctimas, echar a andar los hospitales que pudieran funcionar, las escuelas, había que ver que capacidades de respuesta tenía el gobierno de la ciudad y el gobierno federal. ¿Qué papel jugaría el ejército? No existía un centro de protección civil, no había celulares salvo para contadísimas personas, los teléfonos estaban obsoletos y las líneas saturadas. Los únicos con comunicaciones eran el Ejército y la Marina. Y añadía MMH, ¿por qué, habría yo de aprovechar esta tragedia para medrar políticamente y hacer parecer que todo está bajo control y yo estoy al frente, repartir abrazos y saludar a las víctimas? Algunos días después, MMH salió a las calles de la ciudad, cuando sabía dónde podía ir, dónde estaba lo más grave y, sobre todo, dónde no estorbaba.
La sociedad nunca lo perdonó y, algunos creen que derivado de ese abandono inicial, el PRI fue perdiendo la ciudad y un reclamo democrático empezó a permear la opinión pública y la vida política del país. Ciertamente de ahí surgieron personajes que ahora conocemos como Dolores Padierna y René Bejarano, por mencionar a dos, pero muchos más surgieron de los movimientos populares a propósito del temblor de aquel septiembre. El DF, sin embargo, al año estaba plenamente funcional, se había creado el Sistema Nacional de Protección Civil, habían cambiado los reglamentos de construcción y muchas otras medidas de las cuales ahora son beneficiarios los capitalinos.
Habiendo conocido lo que acabo de relatar, el presidente López Obrador se enteró de que lo de Otis y Acapulco era una tragedia y sin pensarlo, ni planearlo, como todo en la 4T, dio la orden: vámonos para Acapulco. Alguien le debió haber dicho que no se tenía evaluación de la carretera, que no era seguro viajar por avión o helicóptero, que esperara un poco para tomar una buena decisión y actuar de la mejor manera posible. Pero ya sabemos cómo actúa AMLO, así que, en un arrebato, debió haber dicho: no soy florero, nos vamos para Acapulco en este momento para estar con las víctimas
Así lo reporta La Razón: Fue toda una travesía la que inició ayer temprano (10:00 hrs) el presidente Andrés Manuel López Obrador con su salida a Acapulco para coordinar, de manera personal, los trabajos de evaluación y la ayuda que se brindará a la población damnificada por el impacto del huracán Otis en el puerto. Nos cuentan que el mandatario enfrentó múltiples dificultades para llegar vía terrestre a Acapulco, lo cual logró después de nueve horas por la carretera federal. Salió en una Suburban, luego se pasó a un Jeep de la Sedena que se atascó en el lodo, y tras caminar cuatro kilómetros junto con sus colaboradores, terminó llegando al puerto en una camioneta de redilas. Su agenda marcaba que regresaría a la Ciudad de México para realizar su conferencia de prensa este jueves en Palacio Nacional.
Por supuesto, no hay fotos de AMLO con las víctimas. Dada la hora nadie se enteró de que estuvo por allá. Se regresó sin un informe y sin una evaluación, pues no había manera de hacerla, esa sé la entregaron en la mañana de hoy. En fin, que contrario a MMH, AMLO si deseaba hacerse pasar por solidario, empático y medrar políticamente con las víctimas. La prisa, la falta de prudencia y planeación le dieron una cachetada de realidad. Nada más, pero nada menos, también.