“Nunca quise ser un american citizen”: Héctor Bonilla
A sus 80 años, con una larga carrera a sus espaldas, incluidos dos premios recientes, el intérprete se considera satisfecho; tal vez lo único que puede quedarse en el tintero fue ganar un Oscar, aunque nunca ha sido su objetivo
La congruencia es una palabra que él no menciona, pero cuyo significado lo ha acompañado a lo largo de su carrera como creador de personajes, de universos en el teatro y la televisión, además de la composición. Pero también al momento de escoger sus proyectos, de los que tiene muy claros sus alcances y limitaciones.
Alumno en el teatro de Ignacio López Tarso, Augusto Benedico, Pepe Gálvez, María Tereza Rivas, Ofelia Guilmáin y Alejandro Jodorowsky, a este último le reconoce como el mayor de sus maestros y “uno de los mejores directores de teatro”, pues le aprendió la capacidad de dudar de todo, hasta de lo más elemental para sacar la esencia de los personajes.
›A sus 80 años de vida y más de 30 de carrera, la fama y el dinero, dice, no es lo que lo ha movido para seguir vigente, sino la convivencia y la creación.
Sobre su faceta como compositor, Héctor Bonilla asegura que se desarrolló de manera más “críptica”, sin el afán de vender sus obras, pues le ha compuesto muchas canciones dirigidas a los miembros de su familia y a sus amigos más cercanos. Incluso llegó a grabar un disco al que tituló Para los cuates.
Aunque una figura que le representa mucho cariño es el equipo de beisbol que lo acompañó desde su infancia: los Diablos Rojos del México, a quien el actor le compuso un himno con música y letra de él, con arreglos de Leonardo Soqui, pieza musical que envió a su propietario, el empresario Alfredo Harp Helú.
Play ball
La actuación y los proyectos que la rodean no son las únicas pasiones que han llegado a Héctor Bonilla. Los deportes, especialmente el futbol americano y el beisbol, se convirtieron en arenas de conocimiento y de enseñanza, aunque “decir que algún deporte puede servir para aplicarlo a una situación específica de la vida es un lugar común; lo que rige nuestra vida es aplicable o no a cualquier disciplina. Al deporte hay que verlo como lo que es”.
Al respecto, asegura que observar un juego de beisbol es adentrarse a un intercambio de inteligencias. “El planteamiento del beisbol desde la serie de jugadas que se planean, que se presumen, las señales con las que se comunica cada elemento del equipo con el catcher, con el pitcher, me parece muy atractivo, es decir, como van estudiando el desarrollo del juego. No solamente es arranarse a ver cómo le pegan a la pelota”, explica.
A los ocho años, Héctor Bonilla vio por primera vez un partido de beisbol. “Me emocionó profundamente ver ese partido. No recuerdo la fecha exacta. Eran unos juegos panamericanos y México estaba jugando contra Estados Unidos. Nos estaban poniendo la barrida de nuestras vidas, entonces, se compuso el marcador. Era la locura. Ganamos”. Pero su admiración por los Diablos Rojos Tiene 16 campeonatos acumulados, además de su rivalidad con los Tigres y el Monterrey. “Eso me ha tocado verlo”.
Pero el futbol americano también es uno de los deportes que han sido decisivos para su formación, pues desde su adolescencia lo practicó en las filas de Pumas.
Actuar es jugar
Actor de varias tablas —como el doblaje en las películas Ratatoiulle, El libro de la Selva y Coco—, Bonilla se mantiene vigente en el escenario, como su actor favorito, el legendario histrión del cine europeo y consentido de Ingmar Bergman, Max von Sydow, a quien admira por su capacidad para representar todos los aspectos humanos, desde los más despreciables hasta los más sublimes.
Von Sydow es uno de los actores que ha dejado una huella por su trabajo y la muestra está en la película El Rostro, en la que Bergman exigió que estuviera totalmente depilado hasta las cejas, es decir, que fuera semejante a un maniquí, despojado de cualquier elemento y preparado para actuar.
“Actuar es jugar con rigor. Y así lo ilustra con los verbos en francés ‘Jouer’”, que para él adquiere un significado que va más allá de su traducción al castellano: “Jugar es sacar a tu niño a retozar, pero con los límites que se le deben poner para que lo haga dentro de las normas”.
Y eso también se extiende a otra vertiente de la preparación de un histrión, pues “un actor es mejor actor mientras más géneros toque y mientras más diferentes sean sus personajes entre sí, para que interprete todos los géneros con solvencia”, manifiesta.
Así, en el proceso de creación de un personaje se involucran varios elementos que para quien no estudió teatro parecieran intangibles, pero que en la práctica se van trabajando: “Puedes tener en tus manos un buen personaje, bien estructurado, pero al final de tu última representación encuentras al personaje y cómo debía ser interpretado”. De ahí es que la frase “el rigor es vital para el actor” sea uno de sus adagios, su lema de batalla para continuar con su trayectoria.
Los altibajos en el cine
En el cine, Bonilla debutó en una película dirigida por Fernando Cortés, llamada Jóvenes y Bellas, en 1962. “Una verdadera aberración que no tenía ni pies ni cabeza”. Posteriormente trabajó en el argumento de Meridiano 100, considerado por él como otro proyecto fallido.
Después llegaría María de mi corazón, uno de los mejores trabajos en los que se ha involucrado, asegura, y también de los que recuerda con más cariño por su director, Jaime Humberto Hermosillo, y por el argumentista, “un muchacho, muy talentoso, que tiene futuro: Gabriel García Márquez”.
“Es la historia de una mujer muy cándida, una maga que se queda varada en la carretera y al pedir aventón para llegar al teléfono más cercano, viaja en un camión con mujeres que ingresarían al hospital psiquiátrico, donde también encierran a este personaje interpretado María Rojo. Ahí comienza el infierno de esta mujer”.
El teatro y el cine han sido verdaderos espacios de creación para Bonilla, con Rojo Amanecer, el cual también representó un reto en su etapa final, no tanto como por la censura. Al tiempo, terminó encontrando financiamiento con el actor de películas de acción, Valentín Trujillo.
Otra anécdota que recuerda dentro del cine es que en 1970 grabó una película llamada Narda o el Verano, dirigida por Juan Guerrero y protagonizada por él, Enrique Álvarez Félix y Amadeé Chabot. “Si puedes encontrarla, te darás cuenta de que la historia es idéntica a otra película, pero esta sí muy bien lograda y que sirvió para dar a conocer mundialmente a Gael García y Diego Luna: Y tu mamá también”.
“La gente habla como le fue en la feria, hay quienes se les dio una oportunidad y la aprovecharon. Si no los hubiera encontrado esa película, quién sabe qué hubiera pasado con ellos. Afortunadamente son talentosos”.
De diablos y otros cuentos
De padre médico y madre profesora, siendo el menor de seis hermanos y con una condición de hiperquinesia, Héctor Bonilla tenía una actitud muy inquieta y descontrolada.
Aprendió a tocar el piano desde muy pequeño, pero la insistencia de su padre por que se aplicara lo mejor posible fue algo con lo que Héctor no quiso lidiar y acabó aborreciendo la clase, “le agarré tirria al piano”, comenta. En aquellos días de infancia, recuerda, cuando tenía seis años acudió a una festividad escolar en la que sus maestras lo vistieron de diablo, un disfraz perfecto para un niño con un espíritu tan alborotado como el de él. “Recuerdo que estaba muy feliz porque por primera vez las maestras no me regañaban, sino que aplaudían todo lo que hacía (…) Tal vez ese fue mi primer acercamiento a la actuación, a la caracterización, el germen de lo que terminé siendo”.
›Aunque el llamado a la actuación lo escuchó de manera más contundente en la Secundaria Diurna #15, ubicada en la calzada México-Tacuba.
“Una maestra a la que recuerdo con cariño, y a la que apodamos La Leona, me encomendó interpretar a un personaje en La tierra de jauja, de Lope de Rueda. Ahí me di cuenta de que tenía el poder de hacer que el público riera y dije: ‘De aquí soy’”, relató.
Si bien comenzó sus estudios en Derecho, también lo compaginó con su carrera teatral en la Escuela de Nacional de Teatro en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), donde vendrían pequeñas incursiones en el teatro experimental.
En esa época conocería a Alejandro Jodorowsky, a quien le reconoce como el mejor director de teatro que ha trabajado en México con obras como Así hablaba Zaratustra o El juego que todo jugamos.
Para Héctor Bonilla, la obra cumbre de la comedia es West side story, una adaptación de Romeo y Julieta que, en su opinión, fue muy bien lograda; pero en México, Bonilla apareció en una de las obras más exitosas, con más de 20 años de representación: El diluvio que viene. “Nada más y nada menos que de la mano de Manolo Fábregas”.
Pero si de dificultades en el trabajo actoral se trata, el monólogo Yo soy mi propia esposa es el más complicado de su carrera, pues en él interpretó a 35 personajes “con los que tenía que hacer de todo: cambiar de personaje a esa velocidad es muy agotador, un reto para cualquier actor, un verdadero tour de force, porque tenía que interpretar a mujeres, policías, niños. Algo muy pesado, ya que debía cambiar muchas personalidades”.
Entre sus andanzas, Héctor Bonilla hace una retrospectiva sobre los frutos de su trabajo, como sus recientes reconocimientos: el Ariel de Oro y el que le otorgó el Instituto Nacional de Bellas Artes, amén de otros que ha acumulado en otros años.
“Decidí ser un actor doméstico, nunca ambicioné un Oscar. Soy un acucioso estudioso de la historia y de nuestras relaciones con Estados Unidos, pero no me ha quedado mucho cariño o muchas ganas, nunca quise ser un american citizen”.
De México, asegura, ha tenido la fortuna de sacar muchos reconocimientos. Pero ¿hay algo que después de 50 años de trabajo se le haya quedado en el tintero? Quizá Europa, apunta. “No hice muchos intentos por moverme fuera del país. Estoy muy contento con el desarrollo de mi carrera aquí”.
32 películas ha protagoniza-do desde 1962, además de 34 telenovelas.
Un actor es mejor actor mientras más géneros toque y mientras más diferentes sean sus personajes entre sí, para que toque los géneros con solvencia”.
Héctor Bonilla, actor de teatro, cine y televisión.
¿Sabías que? La telenovela La casa al final de la calle significó la salida de Bonilla de Televisa, por diferencias creativas con sus directivos.
La comunicación epistolar en tiempos de redes sociales
En un momento en el que las redes sociales y de la mensajería instantánea son los nuevos canales de comunicación, el actor Héctor Bonilla y su esposa, la también actriz Sofía Álvarez, presentan la obra Cartas Marcadas que esta semana llega a final de temporada.
Está basada en la relación epistolar de varios personajes de la historia universal, como Elena Garro y Octavio Paz, Maximiliano y Benito Juárez.
Si bien Cartas Marcadas es una obra que hace seis años fue creada por Sofía Álvarez, quien hizo la selección de misivas, Bonilla refiere que la idea surgió para mostrar cuál era el tipo de comunicación que sostenían los jóvenes de otra época. “Ya nadie sabe cómo escribir una carta”, aseguró Bonilla, pero las que le escribía su esposa, sostiene, son cartas muy hermosas.
Aquí hay de todo: cartas trágicas, otras curiosas, reveladoras y divertidas o trágicas como la de la reina de Escocia, María Estuardo de la que muestran aquella misiva que escribió seis horas antes de su ejecución por orden de su prima, la reina Isabel I.
También las hay mucho más conmovedoras como como la de los niños de la Guerra Civil española, quienes a través de las cartas trataban de encontrar a sus padres.
Ajonjolí de todos los moles
En más de 50 años de carrera artística, Héctor Bonilla ha incursionado en géneros como las telenovelas, el cine, el teatro
y en la dirección de escena.
Telenovelas
La casa al final de la calle
La vida en el espejo
Director
Mónica y el profesor
Películas
Un padre no tan padre
María de mi corazón
Narda y el verano
Teatro
El diluvio que Viene
Cartas marcadas