Hasta finales del año pasado, Claudine Gay era identificada no sólo como presidenta de la Universidad de Harvard, sino como la primera mujer afrodescendiente en ocupar el cargo, así como una destacada politóloga. Pero el pasado 5 de diciembre comenzó a fraguarse su caída académica.
Un comité de educación del Congreso de Estados Unidos, pensado para abordar cuestiones y soluciones relativas al antisemitismo en los campus de varias universidades, fue el escenario en el que Gay cometió un error. Así lo admitió ella misma en una columna de opinión publicada en el diario The New York Times: “Caí en una trampa. Omití articular claramente que los llamamientos al genocidio del pueblo judío son aborrecibles e inaceptables y que utilizaría todas las herramientas a mi disposición para proteger a los estudiantes de ese tipo de odio”, explica en el texto, titulado “Lo que acaba de ocurrir en Harvard es más grande que yo”.
Y es que Gay no se limita al evento en el Congreso. Cabe recordar que poco después de dicho evento, la politóloga fue acusada de plagio por Christopher Ferguson Rufo, un activista conservador que la señaló del “uso de material de otras fuentes sin la atribución adecuada en su disertación y aproximadamente la mitad de los 11 artículos de revistas enumerados en su currículum”. Y aunque casi de inmediato, se apresuró a actualizar y revisar las publicaciones mencionadas, ya era demasiado tarde.
Ni su trabajo como becaria en el Centro de Estudios Avanzados en Ciencias del Comportamiento —donde realizó investigaciones sobre el comportamiento político estadounidense, incluida la participación electoral y las políticas de raza e identidad en 2003-2004—, ni su gestión como Decana de Estudios Sociales de la Facultad de Artes y Ciencias de Harvard en 2015 fueron suficientes contra la inmensa presión mediática, de donadores, empresarios y cuerpo académico de la Universidad.
En su disertación en el New York Times, Gay no señala específicamente una corriente política o ideológica como responsable de su dimisión, pero sí menciona responsables, a los que acusa de que su objetivo no era únicamente Harvard ni su presidenta. “Instituciones confiables de todo tipo (desde agencias de salud pública hasta organizaciones de noticias) seguirán siendo víctimas de intentos coordinados de socavar su legitimidad y arruinar la credibilidad de sus líderes. Para los oportunistas que impulsan el cinismo sobre nuestras instituciones, ninguna victoria ni líder derrocado agota su celo”, asegura.
Efectivamente, lo que denuncia la expresidenta de la institución de educación superior más antigua y prestigiosa de Estados Unidos, es más grande que este único caso. Se trata, afirma, del futuro de las universidades del país, un futuro que describe como un espacio de aprendizaje y donde el conocimiento se comparte, pero que ahora está en riesgo gracias a “batallas por el poder y la grandilocuencia política”.
El propio origen de Claudine fue parte de los ataques. Apelativos de “nigger” (palabra ofensiva en Estados Unidos) y otros estereotipos raciales ocupan gran parte de los mensajes que ha recibido desde aquel 5 de diciembre, en que su posicionamiento ante la ofensiva de Israel en Gaza fue considerado, en el mejor de los casos, “tibia”, y en el peor, como “simpatizante de los terroristas”.
Voces de apoyo
La expresidenta de Harvard no está sola en su creencia de la lucha de poder en las universidades. El periodista Charles M. Blow es de una opinión parecida. Por medio del mismo New York Times, opinó que su cese como presidenta de la universidad obedece a “fuerzas políticas más allá de la academia y hostiles a ella”.
A diferencia de Gay, Blow si señala de forma más clara los responsables, a los que ubica como miembros de “la derecha política” de su país. El objetivo: la diversidad, la equidad y la inclusión.
En su respectiva disertación, el también columnista recuerda una entrevista con Kimberlé Crenshaw, profesora de Derecho de Universidad de California y de la Facultad de Derecho de Columbia, y cita: “Esto es sólo una escaramuza en una batalla cada vez más amplia (...) para contener el poder de los negros, los queer, las mujeres y prácticamente todos los demás que no están de acuerdo con la agenda de recuperación de este país que reivindica el grupo MAGA”.
Asimismo, recordó las acusaciones del expresidente Donald Trump sobre la ciudadanía de Barack Obama (nacido en Hawai) y de la actual vicepresidenta Kamala Harris (de California), con lo que estableció un patrón entre el color de piel de Claudine Gay y los recientes ataques y presiones a los que se vio sometida.
Entre quienes ponen el foco en esta cuestión también se encuentra el Boston Globe, un diario de gran trayectoria considerado progresista. En una de sus más recientes notas, dos de sus periodistas retoman la publicación de Gay en el New York Times, y por medio de varias fuentes, dan cuenta de la presión política dentro de los campus.
Y es que las universidades en este país se mantienen en gran parte gracias a las donaciones de fundaciones, empresas y organizaciones diversas, las cuales, a su vez, responden a sus propios intereses. Políticos y personalidades forman parte de los benefactores, y ya sea de forma explícita o no, los recintos educativos siguen directrices de dichos donantes.
De esta forma, las universidades estadounidenses, el semillero de muchos de los futuros líderes y dirigentes del país, son el nuevo campo de batalla político. En pleno fervor por las campañas presidenciales, el señalamiento es digno de ser tomado en cuenta.
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