En los próximos meses, cuando arrecie la sequía que se ha formado a lo largo de tres años, luego de que se hayan retirado las bajas temperaturas de un invierno que se consideró preliminarmente por los meteorólogos como un “invierno caliente”, la falta de agua seguirá esperando a México –como a buena parte de América del Norte– para generar un déficit en la producción de granos básicos y azúcar como no se había visto desde hace 60 años; ello obligará a grandes importaciones de maíz, frijol, soya y eventualmente azúcar y, por lo tanto, a una reducción notable de la autosuficiencia alimentaria… otra de las tantas banderas políticas de actual régimen.
No se trata solamente de una catástrofe natural a la que se enfrente la autodenominada Cuarta Transformación; la falta de agua en todo el territorio nacional deriva de un crecimiento urbano desordenado y altamente concentrado en algunas ciudades –como el que prometió terminar el presidente saliente con un programa de descentralización que nunca cuajó más allá de los discursos– y de la falta de capacidad de inversión y ejecución de la Comisión Nacional del Agua, a cargo de Germán Martínez, cuando aún había margen de maniobra para mitigar el alcance del cambio climático global.
Una sequía de esa magnitud tendría efectos tan adversos como el Huracán Otis… pero extendido a nivel nacional.
Pese a las muchas advertencias que por lustros se han dado sobre la deshidratación del territorio nacional, y como sucediera en una de las primeras novelas de Martín Moreno donde el gobierno tiene que enfrentar el shock de una sequía largamente anunciada es el que desdeña medidas preventivas e incluso precipita la dramática sequía, la administración obradorista está más confiada a los eventos climáticos –lluvias o fríos– que proclive a utilizar la ciencia y la tecnología para contener los efectos de la falta de agua para campo y ciudad.
Pero con un suministro en las grandes presas de todo el país –conforme a las cifras de CONAGUA– con una reserva que disminuyó 22.8% por debajo de lo captado en 2022, la sequía en la gran mayoría del territorio nacional resulta inminente. Si bien las bajas temperaturas de invierno evitaron mayor evaporación y en algunas regiones altas favorecieron los escurrimientos hacia arroyos y riachuelos, la capacidad almacenada de 68,381 millones de litros resulta insuficiente para atender toda la demanda urbana y sobre todo la agropecuaria al llenarse sólo a la mitad los embalses con los que cuenta el país.
El impacto urbano en grandes concentraciones como es el Valle de México ha sido manejado con “bajo perfil” por los gobiernos de la Ciudad de México y el Estado de México. Pero la reducción del caudal de sistema Cutzamala es evidente y el racionamiento ya comenzó. Conforme a lo expresado por José Luis Luege, ex director de la CONAGUA, ambas administraciones estatales parecen esperar a que transcurran las elecciones presidenciales de junio próximo para tomar medidas más radicales de racionamiento dado el efecto negativo que ello tendría sobre la aceptación social de las candidaturas de Morena.
Sin embargo, un incremento sustancial de las temperaturas en marzo entrante agotaría el margen de maniobra en una de las zonas urbanas más concentradas del mundo.
Impacto en la mesa
La sequía y la reducción de superficies de cultivos tendrá como consecuencia que la producción en 2024 será la menor desde el 2015. Esto, considerando una producción en 2023 de 26.7 millones de toneladas métricas, y que en 2024 se esperan 24.9 millones de toneladas métricas del grano nacional conforme las estimaciones del Grupo Consultor de Mercados Agrícolas que lleva Juan Carlos Anaya.
Paradójicamente, México será uno de los países productores de maíz que verá reducirse su generación mientras en Estados Unidos, Argentina y Sudáfrica las cosechas tienden a aumentar y a bajar los precios spot.
Ambos efectos provocarán que las importaciones crezcan de 19.6 a 21 millones de toneladas métricas, todo un récord histórico que, en consecuencia, reducirá el Índice de Autosufiencia Alimentaria de 57.7% a 54.3%. Lejos de la promesa de Andrés Manuel López Obrador de un sexenio de autosuficiencia, la dependencia de maíz extranjero se habrá incrementado.
Y en paralelo, la estrategia de “empujar desde abajo” la producción nacional con programas de subsidios a fertilizantes y “apoyos sociales” –pero eliminando los apoyos a la comercialización, seguros y paquete tecnológico a los productores de tamaño medio y grande– mostró su fracaso al reportarse rendimientos de 3.6 toneladas métricas por hectárea, el rendimiento más bajo desde 2016.
Sin agua suficiente y sin una estrategia eficaz para producir suficientes alimentos, 2024 sería un año muy caliente más allá de lo electoral.
@mfloresarellano
floresarellanomauricio@gmail.com