Luisito Comunica y el NAIM

1 de Diciembre de 2024

Mauricio Flores
Mauricio Flores

Luisito Comunica y el NAIM

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A casi cinco años de haber sido cancelado, el Nuevo Aeropuerto Internacional de México es como Rodrigo Díaz de Vivar: un muerto que gana las batallas pues se encuentra al centro del debate nacional, convirtiéndose en el estereotipo de las políticas económicas de todo un símbolo de resistencia para los opositores al actual régimen.

Esa conversión del NAIM a símbolo de “le resistance” es exactamente lo que no quería Andrés Manuel López Obrador pues al decidir unilateralmente su cancelación, lo hizo en aras de su propia simbología del poder: al igual que el avión presidencial o el Seguro Popular, el aeropuerto de Texcoco tenía que ser expulsado, como el Caín que mató a Abel, del paraíso de un gobierno que prometió a sus seguidores acabar con la ostentación, los lujos faraónicos plagados de corrupción y aspiraciones primermundistas que tanto ofendieron en el período neoliberal.

Sin embargo, el NAIM es un muerto muy necio en morir, al punto que el actual gobierno federal ha tenido que apoyarse en influencers y youtuberos para impulsar su aeropuerto alternativo, el Felipe Ángeles, y así animar a turistas y viajeros de negocios a usarlo. Es tal la necesidad de hacer promoción al nuevo aeródromo para presentarse como una victoria contundente sobre el neoliberal NAIM, que se han efectuado ridículos monumentales como el de Luis Arturo Villar, conocido como “Luisito Comunica”, quien se dijo maravillado por encontrar en el Felipe Ángeles una cafetería Starbucks y una tienda de calzado Crocs. Ya no se diga el video hecho con Sabrina Sabrok, que resultó un anticomercial cuando la modelo argentina recomendó usar el aeropuerto de Santa Lucía porque “hay poquita gente”.

Para poner en comparación los datos, el modelo NAIM suponía que para 2023 atendería 70 millones de pasajeros pues sería cancelado el Actual Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) y atraería vuelos de todo el mundo; el AIFA, registrará en su primer año de operación -muy probablemente- con 1.4 millones de pasajeros en tanto que el AICM habrá atendido en igual período poco más de 50 millones de pasajeros.

Es decir que la actual solución para la conectividad aérea de la Cuarta Transformación tiene inicialmente 27% menos capacidad de mover viajeros que la solución planteada por el gobierno de Enrique Peña Nieto.

Las raíces del odio del NAIM

La decisión de López Obrador de cancelar el NAIM fue personal en aras de la simbología política ante sus votantes, y para dar “un golpe en la mesa” ante las decenas de empresas y empresarios que participaban en su construcción. Según las propias palabras presidenciales, fue una decisión propia, ignorando las recomendaciones de seguir adelante con el proyecto hechas por su gabinete cercano: el entonces secretario de hacienda Carlos Urzúa, Javier Jiménez Espriú y de su consejero en asuntos empresariales Alfonso Romo.

Al parecer sólo escuchó la voz de su amigo y contratista, José María Riobóo, que mucho insistió en la cancelación precisamente por el “costo político” que tendría no cumplir con una de sus promesas de campaña, la de acabar con los lujos -en este caso un aeropuerto diseñado por Norman Foster y perfilado para ser más importante de América Latina- que tanto humillaban la pobreza del pueblo.

Ese precepto político-ideológico fue suficiente para mandar también por un tubo la opinión a favor de continuar con el NAIM que 18 colegios profesionales, asociaciones y cámaras empresariales entregaron por escrito a Jiménez Espriú. De hecho, la confesión de López Obrador sobre su autoría en la cancelación del proyecto en Texcoco deja en ridículo a Jiménez Espriú quien escribió un libro donde afirma que siempre quiso cancelar esa obra.

Sin embargo, el encono contra un “proyecto neoliberal” impidió desarrollar inversiones que habrían beneficiado a 5 millones de personas que viven en torno al polígono desierto e inundado de lo que sería el NAIM… y derivó en la cancelación de un centro logístico estratégico hoy sería el delirio de los inversionistas interesados en el nearshorig.