El Zócalo se fue llenando poco a poco. Al final 150 mil personas atestiguaron una fiesta que, a pesar de tuvo que esperar 12 años, fue un festival de emoción y de esperanza. El escenario era perfecto. El cielo se pinto con un azul celestial, la alegría desbordada, todo ese sentimiento era generado por la esperanza que Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, representa para el pueblo de México, quien atestiguo como los globos blancos indicaban su llegada. En el escenario suena la música, entre los ritmos tradicionales del son jarocho y del danzón, el Zócalo vibra, resuena el murmureo de la gente que pacientemente espera a López Obrador, el hombre de Macuspana, quien después de un largo camino ha llegado a la presidencia de México. Es su momento. Después de un largo andar en el cual recorrió el país de punta de punta, en el cual una y otra vez reitero que la crisis en la que vive es México es parte de la corrupción, este sábado miles de personas que han puesto su fe en él lo esperaron. Sin prisa, saluda a todos, recibe papeles, abraza a la gente, habla con ellos. El Zócalo palpita en un sola voz “¡No nos vayas a fallar!”, “¡Estamos contigo!”, “¡Presidente, Presidente!”, “es un honor estar con Obrador”, “sí se pudo”. Una y otra vez se reitera.
De pronto se hace el silencio, el humo de copal se eleva frente a su rostro, el semblante de Andrés Manuel cambia, frente a los pueblos originarios se ve solemne, mientras aquella nube de incienso va rodeando todo su cuerpo en una ceremonia que recuerda que las raíces prehispánicas de México están vivas. Con la mano extendida al este donde sale el sol, la multitud se une a la ceremonia, suenan de nuevo las caracolas, después al oeste, donde los últimos rayos de sol se reflejan entre las ventanas. Suena la caracola: viento del norte, suena la caracola: viento del sur, los cuatro puntos cardinales y después de rodillas para saludar a la madre tierra. Los pueblos indígenas le hacen entrega del bastón de mando y lo alza ante los miles de asistentes frente a él, la gente grita de nuevo, ondea sus banderas, aplauden, corean su nombre “Obrador... Obrador...”, “Presidente... Presidente”, “No estas solo, no estas solo”, después le dan una bandera de los 500 pueblos indígenas de Norteamérica. Por fin toma el micrófono, “reafirmó mi compromiso de no mentir, no robar y no traicionar al pueblo de México”, la gente enloquece, asegura que trabajará por “una modernidad forjada desde abajo y para todos”, y para lograr la purificación de la vida pública de México. Habla lento, como de costumbre, los asistentes lo escuchan atentos, algunos ya llevan horas esperando oír su voz, otros han venido desde lejos para ver un hecho que consideran “histórico”, seguidores que estuvieron con él en las plazas o que lo han seguido desde que era jefe de Gobierno de la Ciudad de México.
Entre ellos está Don Ignacio, lo escucha atento, no le importa el cansancio de ocho horas que hizo desde Tlapa, Guerrero. Cuenta que lo conoció hace años, en su primera campaña, cuando visitó su municipio, desde entonces lo ha visto dos más, dice que es el único que ha recorrido todo el país, que se preocupa por las personas más pobres. En el escenario sigue con los cien puntos que impulsará en su gobierno, plantar árboles, apoyo a agricultores, pescadores, rescatar la pequeña propiedad, los ejidos, el campo, créditos a la palabra, rescatar a Pemex como los hizo Lázaro Cárdenas, y a la Comisión Federal de Electricidad, además que una vez que rehabilite las refinerías y se construya la de Dos Bocas, bajarán los precios de las gasolinas. Fue un discurso largo, en el Zócalo se hizo de noche, al final más aplausos, “les invito a que ayudemos todos a convertir en realidad estos compromisos”, pero su camino por México seguirá.
No dejemos de encontrarnos”, ya que seguirá recorriendo el país “no habrá divorcio entre pueblo y gobierno... los necesito”, “Cuando gobernantes revolucionarios cometen el error de separarse del pueblo, no les va nada bien”.
Al final, en el Zócalo retiembla el Himno Nacional en su gargantas, para decirle adiós a ese hombre de pelo cano y voz pausada que ha encontrado en millones de mexicanos eco en sus voces, al discrepante, al nuevo presidente, a Andrés Manuel López Obrador. Después la fiesta, la voz de Regina Orozco retumba entre los muros de cantera.
Vamos a rescatar a México, como se pueda, con lo que se pueda, hasta donde se pueda”, la Orquesta Sinfónica resuena, la gente corea, han sido largas horas y serán aún más para seguir la celebración de un acontecimiento histórico en la vida de México.
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