TOCHIMILCO, Pue.- La gente de Alpanocan describe a su pueblo como “un lugar olvidado por Dios y el gobierno”. Cinco días después del terremoto del 19 de septiembre el ejército y el gobierno del estado se presentaron en la comarca pero fueron rechazados. La desconfianza de los lugareños y la falta de supervisión de la autoridad provocó que la ayuda se dispersara y una persona muriera electrocutada en plena emergencia. A doce kilómetros del volcán Popocatépetl, el pueblo que creció entre cerros ahora es un montón de escombro. Sólo nueve por ciento de sus casas no presentan daños. Aunque muchas familias se dedican a la artesanía, la desgracia los convirtió a todos en maestros de obra para levantar su patrimonio. De las 459 casas que estiman las pobladores locales había, 300 fueron pérdida total y 120 se consideran con daños severos en su estructura.
Nomás 20 o 30 casas se salvaron, de veras”, dicen en coro los cargadores de escombro.
La avenida Lázaro Cárdenas, la principal, ahora es una obra negra gigante. Hay gritos y cubetas llenas de tierra por doquier; palas y picos son la principal herramienta de locales y fuereños que han llegado a apoyarlos. El terremoto de magnitud 7.1 del 19 de septiembre tomó por sorpresa a los alpanoquenses mientras laboraban en sus talleres. Se dedican por familias la confección de canastas de mimbre para arreglos florales, pan o para el mandado. Aquella tarde todos salieron corriendo.
Pues nomás vibró la tierra y todo se cayó. Un tlalolin (temblor de tierra en náhuatl) gigante”, dice Juan.
En Alpanocan las tradiciones indígenas y el credo católico conviven en armonía. Se sincretizan. De sus casi cuatro mil habitantes, el sesenta por ciento es indígena y habla la lengua náhuatl. En este lugar, del que pocos saben que existe y menos de sus daños, sus habitantes además de estar al pendiente de las fumarolas del volcán que históricamente obligan a evacuar el pueblo, ahora viven también al pendiente de los sismos.
Ni de aquí, ni de allá
En la capital del estado, en Puebla, pocos saben de la existencia de Alpanocan, que es una Junta Auxiliar del municipio de Tochimilco. Es más, no saben que el 91 por ciento de las viviendas resultaron dañadas tras el terremoto.
¿Perdón? ¿Alpanocan? No, la verdad desconozco, pero pregunte en otra ventanilla”, responden en la terminal de autobuses.
Para llegar hasta el pueblo el viaje desde allí es de tres horas y media y hay que transbordar en Atlixco, en autobuses locales que suben los cerros serpenteando, como gusanos que se sujetan lentamente de las ramas de los árboles. Es más fácil llegar desde Morelos que de Puebla. Las carreteras poblanas son angostas y muchas deslavadas por las lluvias de la temporada. Al llegar lo primero que se escucha es el perifoneo de voluntarios que ofrece “asistencia psicológica para niñas posterior al sismo”. En sus calles, empinadas, construidas sobre los cerros, la gente baja y sube para revisar los hogares y sus daños. Van de aquí para allá.
Ayuda sin control y con rumores
Aquí todo se maneja en comunidad. Esta junta auxiliar se rige bajo los usos y costumbres y es el pueblo el que nombra a las autoridades, administra las fiestas, los gastos de la iglesia, la escuela, gestiona la pavimentación de las calles e impulsa la radio local que lanza su señal. Los hermanos Magda e Ismael Pérez Rojas son fundadores de la radio que se transmite por el 94.3 de frecuencia modulada (FM). El servicio principal es ofrecer música autóctona, comercial y ser el canal informativo para la población. Ahora se sumó a hacer servicio comunitario.
La radio ha servido para solicitar y canalizar apoyo para los compañeros damnificados. Se ha hecho de manera ordenada y lo que queremos es que nuestro pueblo salga adelante. Estamos más amolados que antes”, dice Ismael, un hombre de piel morena y labios cuarteados por el frío de la temporada.
Sin embargo, un día llegó un joven que grabó un video para redes sociales asegurando que una marca con plumón en la mano “era para que no se les vuelva a dar el apoyo, pero no. Varios compañeros ponían esa marca para saber quiénes sí y quiénes no han recibido”, agrega el locutor.
Todas las mañanas, a las nueve, entregamos un costal lleno de comida, ropa, medicinas, cosas de limpieza y mucha agua”.
Una serie de rumores comenzaron a llegar a varias brigadas. Había desconfianza entre propios y extraños, pues los comentarios iban desde que “los voluntarios se quedan con la comida y se la daban al ayuntamiento, cuando nosotros ni ayuntamiento somos. La alcaldesa ni viene para acá”.
Hay rumores e información falsa. De un momento para otro, los activistas comenzaron a llegar y ya no querían llegar a la central donde se tiene todo. Nos decían: ‘no, nosotros acá entregamos nuestras cosas’”, dice Magda.
A pesar de que es un pueblo alejado de las ciudades centrales de Puebla y Morelos, la señal telefónica no falla y los rumores en redes sociales han provocado desconfianza del pueblo en los conocidos. Durante el fin de semana, caravanas completas llegaron para apoyar, y con la mejor voluntad, cada quien se fue por su lado. El domingo el tráfico era tal que no había paso en los pueblos. Los consejos ejidales se convertían en agentes de tránsito y vialidad. Sin protección, a veces hasta sin herramientas, llegaban para apoyar a los damnificados. [gallery ids="797315,797317,797319,797320"]
La víctima del caos
Mario, que llegó de Ocuituco, Morelos, fue la víctima del desorden. Intentó sacar unos tubos de acero de un techado; no midió la distancia con los cables de alta tensión y murió electrocutado. Marcelino, amigo de Mario, resultó lesionado pero logró llegar a la clínica de Tetela del Volcán, en Morelos, donde aún permanece internado. Por todo el pueblo se pusieron carteles de agradecimiento a los voluntarios y asociaciones que llevaron ayuda. Después de la muerte también se pusieron anuncios donde se pedía “llevar equipo necesario y no trabajar sin grupo”.
Tlasojkamati velmatiak a noxtin to…Yolkniuan tlen techpaleua (Muchas gracias a todos nuestros hermanos del alma… Que nos apoyan)”, dice un cártel en náhuatl.
Medicamentos, agua embotellada, comida enlatada llega y se ordena en casas particulares o en el centro de la ciudad. Caso especial es el de la ropa que está apilada en el suelo, en pequeños montículos abandonados, que acumulan tierra y humedad.
Pos la gente solo llega, escoge lo que le sirve y ahí deja y se va. Ahora con las croquetas, pues los perros nunca habían comida de esa cosa. Como trajeron mucha y les gustó, pues les agarró diarrea. Mira que siempre comían tortillas frías con frijol o chile”, agrega Ismael sentado frente a un dispensador público para alimento.
Un ríspida relación
El domingo, después del accidente, el gobierno municipal y el estatal intentaron “ordenar” el apoyo, pero solo recibieron vituperios y reclamos por parte de los pobladores. Alpanocan y el ayuntamiento de Tochimilco al que pertenecen no tienen la mejor relación. La presidenta municipal, Albertana Calyeca Amelco, llegó al día siguiente del sismo para valorar los daños. El sistema comercial colapsó y la gente dormía bajo techados, no había qué comer. Desesperados creyeron en la promesa de una cocina comunitaria que no llegó. El pueblo discutió con la alcaldesa y la gente muy molesta reventó las llantas de su camioneta. Dos representantes de la Secretaría de Turismo estatal llegaron en pos de poner orden. Los acompañó el presidente auxiliar de Alpanocan, Juan España, pero el coraje de la turba los orilló a levantar escombro con pala y cubetas.
Fuera el gobierno. Gracias personas civiles”, reza una cartulina a la entrada del lugar.
Llorarle a la Iglesia
No queda más que recuperar el mimbre, el carrizo y las herramientas para seguir construyendo artesanías. El principal sustento de la región es la creación de esos productos; la agricultura queda en segundo término. Las mujeres salen de ayudar en el jornal y corren al rosario de las doce del día. Con los rebozos se enjugan las lágrimas al ver la iglesia a San Antonio de Padua en añicos. El padre Darío Varela, un argentino de la orden secular, ya no piensa en oficiar la misa en latín, quiere saber dónde acomodará la veintena de santos que se rescataron del templo.
Nosotros no sabemos qué vendrá. Tenemos que tener cuidado con la higiene, no hay suministro del agua y nos bañamos con agua embotellada. Cuánto nos podrán durar las donaciones, una semana, un mes. Hay que ver qué hacer con las casas”, dice afligido.
El padre no descansa. Quiere su templo listo para antes de que comience la lluvia. Luego verá las campanas de la Iglesia que están bajo un árbol. Al preguntarle dónde dormirá, él responde sonriente: “ahí cobijado por los santos y por las flores de este templo”. [gallery size="medium” ids="797565,797318"] Una cuadra delante de la iglesia tiene su taller Porfirio, un hombre cincuentón de pelo cano, que tiene la seguridad que poco a poco todo regresará a la normalidad.
Sí, yo sí lo creo. Que pronto, como en cuatro meses, nos levantaremos. Pero sin la ayuda del gobierno. Ellos apenas llegaron, todos vienen al video o a la foto, nosotros nos quedaremos aquí para reponernos”, menciona Porfirio.
El pueblo es un jornal gigante. No hay albergues, limpian sus predios para instalar casas de campaña. Todos levantan y recogen escombro, con la esperanza de reponerse del embate del diecinueve de septiembre. Por lo pronto la sociedad se entreteje como las canastas que ahí crean para exportar. (Fotos: Jair Ávalos) [gallery ids="797321,797322,797323"]