El documentalista Everardo González no se limita a ser un mero observador; más bien, se erige como un crítico consciente que desafía la complacencia, exigiendo una mirada directa a los problemas fundamentales que afectan a la juventud mexicana.
Tiene una dosis de provocación en sus frases y también de revelación, en esta entrevista con ejecentral, en ella, el cineasta mexicano explora las complejidades de su obra más reciente, Una jauría llamada Ernesto, y ahondando en sus inquietudes respecto a la situación política, social y el futuro incierto de los jóvenes en México.
González, conocido por su enfoque crítico en su labor como documentalista, comparte su experiencia en la proyección de su reciente trabajo en el llamado Barrio bravo de Tepito, describiéndola como “muy agradable”.
Aborda con franqueza la falta de perspectivas futuras para los jóvenes en México, criticando abiertamente la toxicidad de las redes sociales.
Advierte sobre la ausencia de un verdadero debate y la construcción de una realidad distorsionada. Su llamado a desconectarse de estas plataformas resuena como una alerta más que una simple sugerencia.
Su expresión de frustración frente a la presunción de remesas y la escasez de oportunidades para los habitantes del territorio nacional palpita en cada palabra, destacando la urgencia de abordar estos problemas de manera seria y reflexiva.
¿Sobre Una jauría llamada Ernesto, qué mensaje te gustaría transmitir a la audiencia?
Eso es muy difícil; no es propiamente una película que lleva un mensaje, aunque siempre se dice que la última escena es el mensaje real de los directores y las directoras de una película. En este caso, la última escena relata que el futuro de un joven armado difícilmente va a cambiar, se va a morir armado y eso es un poco lo que yo quiero apuntar: que no hay futuro en un joven armado, definitivamente. Verlo de otra manera sería una ficción, una mentira. Es una píldora amarga.
¿Qué tal le fue al documental en su proyección en Casa Barrio Tepito?
Fue muy agradable tener un público joven viendo una película de jóvenes, además con gente que incluso participó con su testimonio en la película y después una reflexión interesante, porque era una reflexión en verso. Una reflexión en freestyle, rap, reflexionan en torno al tema que se está retratando, que es la tenencia de las armas en manos adolescentes. Normalmente esas manifestaciones se expresan en una mesa o en un conversatorio etcétera y no a partir de los versos que provocaron. Lo disfruté muchísimo, le da mucho sentido al trabajo que yo hago.
¿Qué tipo de reflexiones surgieron entre los asistentes después de ver esta película?
Muchas. Llegó gente de barrios complicados: Ecatepec, Chalco; también de colonias complicadas en alcaldías como Iztapalapa, además de la gente del mismo Tepito, además de madres de familia e hijos que están en las pandillas. Entre la reflexión hubo un poco de gratitud porque hay un retrato de la crudeza que viven todos los días. Entre las reflexiones destacó el deseo de que las cosas sean diferentes. Eso me pareció fuerte. Los jóvenes quieren que la realidad sea distinta y no encuentran caminos por dónde (caminar). Mucho ataque al gobierno, mucha discusión sobre las traiciones internas a partir de la poca oportunidad que se tiene viviendo de un barrio. La desigualdad, la violencia desde la niñe, el acceso inmediato a las armas, la corrupción policiaca. De todo eso se habló.
¿El cine y la música pueden servir como herramientas para fomentar un diálogo nacional sobre la violencia armada entre la juventud mexicana?
Por supuesto que el arte en general es un gran pacificador. Es un gran es un pivote de fuga, de tensión. Es algo que calma el espíritu, definitivamente; pero para entrarle hay que tener voluntad, pero también tendría que ser importante, no en términos de demagogia, entender que la cultura y el arte son importantes para la construcción de la identidad de los países y eso está lejos de ocurrir en México. Siempre vamos a contracorriente. Somos absolutamente prescindibles para las políticas, cuando deberíamos ser protagonistas de los posibles procesos de pacificación del país.
Como documentalista, ¿qué cambios culturales y sociales consideras que son necesarios para crear una sociedad más pacífica y segura para las generaciones futuras, y cómo se pueden promover estos cambios a través del cine y la cultura?
Se pueden promover los cambios, pero difícilmente van a lograrse. Eso ocurrirá cuando las fuerzas del Estado dejen de ser tan corruptas; cuando dejemos de enterarnos de que miembros del ejército están metidos en la maña, que miembros de las policías, que miembros del Poder Judicial, del Legislativo… cuando todas las fuerzas del Estado dejen de ser corruptas, vamos a tener sociedades con menos acceso a la corrupción y a los ejercicios criminales. Entonces, las leyes se van a aplicar, se van a poner a trabajar por el bien de la población y sus ciudadanos y no para los intereses personales. Eso es lo que tiene que cambiar. Cambiando eso, viene el proceso de ir paliando la desigualdad, abrir un poco las dimensiones de futuro para los jóvenes, la posibilidad de tener mejor vejez para los adultos mayores, en fin, pues va a cambiar cuando este país deje de tener un Estado tan corrupto.
Esto que apuntas incluso sugiere una reingeniería en el ADN del mexicano promedio…
… Pero también de dejarnos de discursos demagógicos y realmente exigir que lo que se prometa se cumpla.
¿No te parece a veces frustrante que sabiendo que esa puede ser una vía para que las cosas transiten al bien común, la gente no lo aplique?
Justo ese proceso de frustración hace que alguien como yo haga estas películas que no sólo nacen de la inspiración, sino de la frustración.
¿Aparte de este aspecto, qué otra cosa te frustra?
Me frustran las promesas incumplidas. Me frustra la demagogia, la impunidad, la injusticia… todo eso que existe en este país me frustra. La falta de futuro para jóvenes y adultos. Me frustra ver viejos trabajando hasta los 90 años; me frustra que ser campesino no sea una opción, una condición de destino. Me frustra que se presuman las remesas; la discusión política, los pleitos en las Cámaras… todo eso, porque veo el país convulso. En San Luis (Potosí) hubo un diálogo con los jóvenes preguntando qué es lo que necesitaban para sentirse seguros y seguras. Decían que lo que necesitaban eran luminarias, es decir, no necesitan más policías, más armas, más ejército, porque incluso ven en los policías, el Ejército y las armas al potencial enemigo, el potencial opresor. Lo que necesitan son luces en las calles, vida social en la calle, gente caminando en la calle que les brinde negocios, conviviendo, sin pagos de extorsión. Gente caminando en las calles.
¿Y cuál es tu antídoto ante toda esta frustración?
Para mí, el cine.
¿Cuál podrías recomendarle a la gente que también siente esta frustración?
Que le apaguen a las redes. No les crean todo.
¿Crees que el contenido en redes, en sentido figurado, es un nuevo opio?
Totalmente. Es un espacio en donde no existe la discusión real, no hay debate. Hay juicios categóricos porque no hay diálogos, no hay conversación. Se ha vuelto un espacio perfecto para atacar o para sacar la frustración que detona tensión social no y que es el espacio perfecto para la construcción de mentiras, de falsas noticias, de falsas argumentaciones. Es bastante tóxico, aturdidor y es tan opiáceo que incluso nos adormece. Tan sólo en el mismo scrolleo podemos ver a niños masacrados en Gaza, un meme de perritos, dos noticias de Nueva York y luego volvemos a la guerra en Rusia y Ucrania y luego scrolleamos y volvemos a los niños en Gaza… y de nada de eso sentimos algo, simplemente es el opio.
Ahora que estás rememorando lo que se puede encontrar en un minuto en redes, ¿no te parece que esto causa un poco de ansiedad?
Y además se genera más frustración, porque te hace sentir que lo que los demás viven no lo vives tú y pareciera que la gente vive en el ensueño. Es como un mal álbum de familia. Nadie hace un retrato familiar en el momento del divorcio, de la muerte del tío, de la pérdida del empleo; los álbumes familiares están llenos de vacaciones en familia, cumpleaños, el nacimiento de los hijos, la boda, sonrisas… Así son las redes. Me encantaría ver un álbum fotográfico que muestre el día en que perdió el empleo, cuando alguien tuvo que enterrar a un ser querido, la firma del acta de divorcio. Sería más real. Esto sería la antired social y sería buenísimo. Estoy seguro que nos identificaríamos mucho más con esa red, pero no nos da aspiración, nos da realidad y eso no siempre gusta. Es poco popular.
Esto nos lleva a pensar que en los documentales y el quehacer de un documentalista es la contraparte a la edulcorada realidad de las redes…
Nosotros somos el reverso de esas fotos, así lo he pensado siempre. Somos la cara “B” del cine y eso está bien; por eso no es tan popular, por eso no tenemos alfombras rojas.
Y aún así son uno de los bastiones del streaming. Los documentales son muy populares en las plataformas.
Además, este país produce buenos documentalistas, ha tenido esa tradición en general: tenemos grandes fotógrafos, grandes periodistas, grandes cronistas. Es parte de nuestra construcción genética del arte.