Hoy no quiero hablar de los intrusos, sino del ejercicio de actividades profesionales por una persona no autorizada para ello, es decir, del intrusismo.
Todo empezó hace unos días cuando me reencontré en una fiesta con un buen amigo del pasado que me contó que próximamente… va a dirigir una película. Por supuesto, no es director de cine. No ha dirigido nada nunca ni ha estudiado nada relacionado con este sufrido oficio. Pero va a dirigir una película.
Tras escuchar estas palabras, algo ardió en mi interior. Una especie de furia salvaje que con gran esfuerzo conseguí disimular hasta que me deslicé cual comadreja herida hasta la puerta. ¿Será envidia? Este amigo va a dirigir una película y yo estoy en la banca desde hace tiempo. Quizá era por eso.
Le di vueltas al asunto repasando todos los posibles pecados capitales e indicadores freudianos que me ayudaran a entender el origen de mi cabreo. Veía en el intrusismo un ataque, un peligro para mi forma de vivir y de ser. De ahí mi reacción atávica.
Orson Wells, el mayor intruso de la historia, que con su primera película y sólo 24 años, nos regaló Citizen Kane (1941), considerada la mejor película de la historia, cuyo guión es, por cierto, de Herman J. Mankiewicz, quien venía de ser periodista. El cine es un arte joven de apenas algo más de un siglo. Es normal que viva de prestado de otras (p)artes. Pero, pasado un siglo, ¿es aceptable que siga nutriéndose de amateurs?
Si le preguntan al Director de la New York Film Academy, por supuesto les contestará que no. Y lo entiendo, no sólo porque se les va el negocio a todas las escuelas de cine, sino porque la dirección de cine es un oficio que se aprende, con un mind-set y skill-set particular. El nivel de complejidad que ha alcanzado nuestro noble arte tras un siglo de existencia dificulta que se pueda hacer un buen trabajo profesional si no se está especializado, lo que implica cierto grado de formación, sea formación oficial o no.
Entonces… ¿sólo debería dejarse acceder a aquellos que hayan estudiado?
Pues la verdad, yo que sí que he estudiado en una escuela de cine, tampoco diría eso.
Lo recomiendo, eso sí. Entonces… ¿sólo debería dejarse acceder a aquellos que hayan trabajado? Esa es la premisa de sindicatos como la Director´s Guild of America.
En este caso lo divertido es que para ser del sindicato tienes que haber dirigido una película, pero para trabajar en una película… tienes que estar en el Sindicato.
Paradójico. Si el cine le debe mucho a los intrusos, la formación oficial no marca la diferencia ni tampoco la pertenencia a un sindicato… ¿qué problema tengo con el intrusismo de mi amigo?
En su regla número 3 con el Arte de Ser Feliz, Schopenhauer dice: “Por eso el mero querer, y también poder, por sí mismos aún no bastan, sino que un hombre también debe saber lo que quiere, y debe saber lo que puede hacer. Sólo entonces puede realizar algo con logro.”
Entonces lo entendí. No me molesta el intrusismo per se. Me molesta que se pongan las manos encima de mi oficio sin el tiempo, el cariño, la formación y la sensibilización necesaria.
Me preocupa que se pongan las manos encima de la audiencia ofreciendo obras mediocres que sólo consiguen alimentar más el escepticismo por nuestro medio.
Me entristece que se considere dirigir una película como un proyecto más de una serie de proyectos fallidos. Sólo por el glamour. Muy del estilo de las estrellas que escriben novelas, dirigen películas, sacan una línea de perfumes o una cadena de restaurantes.
Doy la bienvenida a todo hijo de la tierra que quiera ser cineasta, con una sola condición: que tengan compromiso. Porque la falta de compromiso, como decía, pone en peligro este maravilloso oficio.
El resto es perdonable. @dany Cineasta y matemático.