Desde el inicio de la epidemia por Sars-cov2 en nuestro país, la comunicación del gobierno ha puesto el acento en lo que han llamado “mitigación de la epidemia”. La traducción en términos prácticos es que los casos que ameritan hospitalización se prolonguen en el tiempo.
El peor escenario es que se presenten todos al mismo tiempo porque no existe sistema sanitario que soporte una carga de tales dimensiones, entonces se trata francamente de administrar la epidemia en dosis.
El distanciamiento social ha demostrado parcialmente un buen efecto en la consecución de ese objetivo central, pero la mala noticia es que el asunto no tendrá fin a corto ni mediano plazo. Es decir, con el curso del tiempo, a pesar de esas medidas, todo parece indicar que en todo el planeta se van a infectar todos los susceptibles y probablemente van a morir todos los que se encuentren en una condición propicia.
Los escándalos de número de ventiladores, número de pruebas, confinamiento estricto, exámenes serológicos y los interminables argumentos de todos los que ahora son expertos en epidemiología se quedan miopes en extremo.
La cruda y absoluta verdad es que sin vacuna ni tratamiento efectivo, son muy pocos a los que la ciencia médica va a salvar.
Solamente quienes se encuentren en esa delgada línea entre la capacidad de respuesta de su propio sistema inmune y que requiere un apoyo mínimo para salir adelante, pero parecen ser muy pocos. La medicina mas sofisticada en los países de alto desarrollo no ha podido cambiar esa clara y contundente realidad.
En un país como México, con unas desigualdades históricas y un sistema sanitario precario en la mayor parte del territorio nacional tiene aún menores posibilidades de sacar adelante la vida de esos pocos.
El virus es poco letal; la mayoría de las personas que lo padecen lo eliminan rápidamente, pero cuando una persona se complica, poco se puede hacer.
La administración de la epidemia en un país con pobreza generalizada queda entonces entre la espada y la pared.
Por un lado detener al país implica orillar a la pobreza a millones de ciudadanos y por el otro dejar correr la epidemia sin control abarrotaría los hospitales hasta un nivel en el que veríamos cadáveres en las banquetas; como hemos visto en otras latitudes.
La verdad es que apreciar las acaloradas discusiones entre miles de personas que insultan a las autoridades sanitarias, agrediendo como si se tratara de provocar la muerte es no solo absurdo, sino raya en el ridículo, francamente representa una faceta mas de nuestra incultura y carencia total de civilidad.
Ningún médico desea la muerte de su paciente y ningún salubrista (que también es médico) desea el fallecimiento de los ciudadanos. Pueden criticar las estrategias, el corte de las decisiones, pero afirmar que detrás de cada persona en la Secretaría de Salud se esconde un malsano deseo de que todos mueran es francamente una idiotez.
Por supuesto existe el subregistro tanto de diagnósticos como de personas fallecidas por la enfermedad, eso ocurre en todos los países del mundo por razones complicadas de explicar, pero de ninguna manera quiere decir eso que absolutamente todo lo que se ha hecho está mal.
Cada país ha escogido su manera de abordar el problema porque las diferencias sociales, culturales y de desarrollo humano son muy profundas. No existen soluciones mágicas, ni remedios por brujería.
El responsable de la muerte de todos quienes han perdido la vida es solamente el virus. Nadie mas. Espero que las lecciones sociales posteriores a la epidemia incluyan que se debe invertir mucho mas dinero en ciencia, en tecnología y en medicina; y que los médicos no estamos solo para ser objetos de manipulación y mucho menos de maltrato.
En alguna lectura reciente, el autor afirmaba que en éstos tiempos el poder político se ve subsumido al poder que tenemos los médicos. Ojalá la sociedad entienda.