El Presidente López Obrador, al inicio de su gobierno nos mostró claramente que era consciente de los riesgos implicados en el ejercicio del poder. La soberbia de muchos de los gobernantes previos, facilitada por asumir una postura casi monárquica, rodeados de lujos y de un ejército de personas aplaudiendo la genialidad de quien ocupaba la silla presidencial, han conducido en muchas ocasiones a que los presidentes dejen de ver y sentir lo que dice la gente. Paulatinamente se alejan de sus gobernados y toman decisiones a la distancia.
El actual gobierno se propuso deslindarse de aquellas formas para intentar una cercanía cotidiana y sensata con el pueblo de México; lo cual sin duda resulta francamente deseable.
Con el apoyo de enormes mayorías y un repudio muy patente de algunos sectores sociales han transcurrido un par de años de gobierno, con algunos resultados tangibles y sometido a una tensión inesperada por un virus de reciente aparición en el mundo para el que no existe cura. En este contexto los movimientos sociales no han desaparecido, quizá algunos se han transformado y gracias a las comunicaciones de hoy, se han universalizado; como el reciente movimiento femenino a favor de la equidad.
La historia reciente del mundo occidental ha estado marcado por progresos importantes en reconocimiento hacia las mujeres, pero que van dejando rezagos muy importantes, especialmente en regiones relativamente atrasadas como Latinoamérica.
México no se escapa a enormes rezagos, las cifras oficiales demuestran unas inaceptables diferencias en el ingreso por el mismo trabajo, cifras terribles de mujeres asesinadas en razón de género, una enorme cantidad de violaciones de mujeres que se quedan sin castigo, una prevalencia enorme de acoso sexual prácticamente en todos los ámbitos sociales y laborales.
Bajo estas condiciones de ninguna manera es de extrañarse que las mujeres mexicanas se adhieran a movimientos como la ola verde o el movimiento de las jóvenes que inició en Chile, países francamente semejantes y con el mismo idioma. Adicionalmente en el mundo desarrollado están vigentes movimientos sociales a favor de la igualdad, detonados por el asesinato de una persona a manos de la policía norteamericana.
Todo esto se inserta en una percepción cultural, cada vez más presente, a favor de los derechos humanos; entonces ser feminista es asumir una postura a favor de los derechos humanos de las mujeres, que parece no comprender el Presidente López Obrador. En repetidas ocasiones se ha deslindado del término “feminista” respondiendo que el es “humanista” como si fuera contradictorio o como si definirse como feminista fuera una afrenta a su virilidad y es todo lo contrario.
Para cualquier varón ser feminista nos hace mejores bajo cualquier punto de vista, nos identifica con una posición a favor del reconocimiento de las mujeres y su enorme contribución a la sociedad actual, nos coloca en una postura de defensa de los derechos humanos, en fin es por completo inexplicable que un presidente que se dice de izquierda le tenga tanto miedo al término.
Por otro lado es un hecho demostrado por muchas científicas sociales que cuando una mujer se atreve a denunciar una violación, prácticamente podemos entender que los hechos ocurrieron por una razón muy clara: la denuncia misma implica que esa mujer se exponga frente a la autoridad.
No existen denuncias por violación inventadas, como pretende el ejecutivo federal; no es un asunto político en su contra, o “politiquería” como el lo define. No señor Presidente, es prácticamente seguro que dichos delitos si existieron; pero bastaría con la sola sospecha de ser responsable de delitos tan graves, como para que su amigo “Félix” se retirara de la contienda electoral.
Si en el curso de los procesos penales “Félix” demuestra su inocencia, pues que contienda de nuevo. Eso de ninguna manera es mucho pedir; es de sentido común bajo una óptica de respeto y protección a las mujeres. Ese es uno de los mensajes que el Presidente se niega a escuchar, no está dispuesto a mover ni un ápice lo que ya decidió, no puede cambiar sus compromisos políticos aunque se trate de un personaje francamente impresentable.
Exactamente esos son los peligros de un poder tan importante como el que hoy ejerce López Obrador. No escucha y no hay forma de que cambie de opinión o acepte el debate de las ideas. El señor monarca ya decidió y su voz es la del pueblo, bajo su punto de vista. Se acerca peligrosamente a decir “El Estado Soy Yo”.
Tampoco se trata de un complot internacional de periodistas en su contra, como dijo en alguna de las recientes mañaneras; lo que reportan los medios del orbe son los hechos, en virtud del movimiento internacional de las mujeres que buscan su reivindicación y por supuesto apreciar a un gobierno que no las escucha, por supuesto resulta noticia.
Mientras el Presidente siga sin escuchar y sin cambiar de opinión, de poco valen sus expresiones en el sentido de contar con mujeres en su gabinete; eso es una repuesta francamente ramplona y carente de significado cuando lo urgente es la articulación de una política pública transversal en todos los niveles de gobierno, con programas y dinero para garantizar su eficacia, además de tomar distancia de políticos cuestionables