Ética: criterios para decidir nuestro destino

30 de Diciembre de 2024

Ética: criterios para decidir nuestro destino

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Covid-19 nos ha puesto en contacto con pasiones como el temor, el dolor, la esperanza. El filósofo Vicente Serrano nos lleva a reflexionar en ese laberinto

La ética “nos permite entender la combinatoria básica de nuestras emociones… Habla de lo más íntimo de nuestro ser: de la esperanza, del temor, de nuestras pasiones, y además nos da criterios para orientarnos en su laberinto”, me explicó en 2012, el filósofo Vicente Serrano con motivo de la publicación de su libro La herida de Spinoza.

Ahora en un mundo donde Covid-19 ha tomado el mando, requerimos de esa orientación y de entender nuestra relación con la naturaleza y “nuestro modo de vivir y de relacionarnos, tiene que ver con el cuidado de los otros y de nosotros mismos, con nuestra actitud ante la vida, la adversidad, la enfermedad y la muerte”, añade Serrano ocho años después, ahora para ejecentral desde su confinamiento en Madrid, España, en esta entrevista a la que hemos quitado las preguntas y editado un poco.

Biopolítica y la legitimidad del poder

La ética, es cierto que tiene una dimensión individual, lo que cada uno reconoce como valores o deberes, pero a la vez esa dimensión individual está impregnada de un modo colectivo de estar en el mundo, a veces inducido por los poderes.

En este punto yo distinguiría dos niveles: un primer nivel ético de los ciudadanos sin más, respecto de los cuales creo que en términos generales, lo que uno percibe es que cada quien ejerce constantemente la ética cuando nos enfrentamos a las emociones tan humanas como el temor o la compasión o la empatía, la generosidad, o en otros casos el egoísmo, que todos reconocemos.

Más preocupante es el otro nivel, el nivel del poder ya sea político o mediático, hoy ya casi indistinguibles, donde aflora un modo de estar en el mundo donde la ética y, por tanto, la gestión de las emociones, tiene que ver con lo que se llama biopolítica.

La biopolítica es una forma de gobierno y de poder que busca la gestión de las poblaciones y en la que la salud es sobre todo un capítulo de la economía, y va de la mano con ella en un modelo dirigido a dar seguridad al conjunto de la población para gobernarla. Esa seguridad es hoy la verdadera legitimidad de los poderes políticos.

Así, una pandemia como esta es vivida como una amenaza, la de la posibilidad de un fracaso gigantesco de la biopolítica, por tanto, de los gobiernos, de esa legitimidad de los poderes que depende en gran medida de su capacidad de dar seguridad y por tanto sanidad. Y ante un fracaso como ese, que además se prolongará en forma de crisis económica aguda, aparecen el peligro de recuperar actuaciones excesivas en ejercicio de soberanía y de estados de excepción permanente.

Donde fracasa la biopolítica aparece el riesgo de los totalitarismos.

El poder político está asustado en algunos casos y en distintos grados, eso depende de los países, incluso más asustado que los propios ciudadanos. Y el problema de fondo es un problema ético profundo; a saber, esa legitimidad desde la que actúa la biopolítica que ahora está fracasando, se basa en la idea de una cierta omnipotencia. Lo que la pandemia evidencia es que no hay tal, que el rey de la omnipotencia en que se basa nuestras vidas sigue desnudo, que la naturaleza nos muestra una vez más nuestros límites.

(Con “omnipotencia” se refiere a la idea de que los seres humanos dominamos a la naturaleza y esta es “esa especie de infinito almacén del que extraer recursos ilimitadamente para intentar una tarea imposible, que es la de satisfacer un deseo insaciable”).

Entonces el principal criterio ético es no dejarse arrastrar, es resistir, en la gestión de nuestros afectos, a los mensajes ampliados además por las nuevas tecnologías que sin duda le dan un matiz nuevo a esta pandemia respecto de las múltiples que ha vivido la humanidad a lo largo de la historia.

¿Cómo resistir?

La filosofía es una forma de resistir a un clima de propaganda, de recordarnos que somos mortales y nuestros límites, de resistir a un ruido constante, al miedo adicional o la falsa esperanza que nuestros políticos nos transmiten mediante sus medidas y su sobreactuación. No hay duda de que vivimos una tragedia profunda y terrible, a la que es preciso atender y en la que muchas personas pierden a sus seres queridos.

Pero si uno mantiene cierta distancia a ese ruido, en parte inducido por el posible fracaso de la biopolítica y los supuestos expertos que proliferan desorientados por los medios, uno debe reconocer que en muchas guerras a las que ni prestamos atención, porque las damos por asumidas, ha habido más muertes de las que habrá por esta pandemia. Y esa diferencia debe hacernos pensar en qué está pasando.

Es ahí donde está la ética en sentido profundo, en una cierta serenidad que nos haga redimensionar nuestras vidas, más allá del ruido del presente, gestionar los sentimientos, los afectos, la relación con la vida y la muerte, con el dolor, recuperar un cierto silencio frente al ruido mediático.

La filosofía, la mejor filosofía y la ética, siempre han tenido presente la muerte y la adversidad, y no sólo para temerla, pero sí para gestionar nuestra relación con ella, que es también nuestra relación con la vida.