Estudiantes en crisis, el bazar que les permite sobrevivir
En las FES y una decena de facultades de la UNAM hay bazares improvisados que están en aumento, y en los que alumnos ofertan libros, ropa, regalos y comida; es el reflejo del deterioro económico de la vida familiar
Es de tarde, poco falta para terminar el semestre, y Bad Bunny suena de fondo, mientras Leslie y Gael, ambos de 18 años, traspasan un pequeño puesto de una mesa a otra, pues el sol está apuntando directamente hacía su ubicación, obligándolos a buscar refugio bajo la sombra y así cuidar su mercancía.
El ruido en la explanada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (FCPyS) es una mezcla de risas, música que viene y va en todas direcciones, y conversaciones por doquier. El bullicio es mayor, ahora que estudiantes y maestros, y uno que otro externo, la frecuentan para consumir.
Leslie ingresó a primer semestre de 2022, por lo que su llegada a la facultad —también conocida como Polakas por los universitarios— coincidió con el nacimiento del “bazar polakeño”, que comenzó justo cuando las clases se volvieron presenciales en su totalidad tras la pandemia. Y sí, muchos estudiantes de la facultad ya no fueron los mismos al regresar, la crisis económica había golpeado a sus familias.
Así, el grisáceo piso de la facultad, semana a semana, se ha ido llenando de pequeños plásticos y telas en los que más de una veintena de estudiantes ofrecen sus productos.
También los hay quienes entre las mesas de cemento, construidas para charlar, jugar algún juego de mesa o simplemente pasar el rato, ahora colocan la comida que ofertan. Y todo, para ayudarse económicamente y con ello a sus familias.
Entre esos puestos extendidos, las y los jóvenes se las ingenian para ofrecer toda clase de productos.
Leslie, por ejemplo, acomoda los productos que ha traído por primera vez para vender: cigarros, cacahuates y gomitas en pequeñas bolsas de plástico, y lo que más llama la atención, una caja de pizza que sobresale sobre todo lo demás: el alimento ideal para aquellos estudiantes que solo cuentan con un par de minutos para llenar el hueco en sus estómagos.
Pero no es la única, decenas de alumnas y alumnos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, y algunos colados externos, han comenzado a trabajar al tiempo que cursan una carrera universitaria. Y es la explanada baja de esta facultad, ubicada frente al edificio “D”, la que se ha vuelto su espacio de trabajo, que sin importar la hora, siempre está viva.
Lo que hace dos semestres no se veía, este último de 2022 se convirtió en el escenario común de los lunes y los jueves, pero sobre todo de los viernes. Al menos una docena de puestos que ofertan distintas mercancías, como en los tianguis de cualquier colonia, sólo que más pequeño, se extiende a lo largo de esta zona. Se puede encontrar ropa de segundo uso, joyería, artículos de papelería, dulces, comida rápida y alimentos más elaborados.
Sí, este ‘bazar polakeño’ no es exactamente una verbena, es más bien una forma de sobrevivencia ante la precarización de la vida familiar, de la vida de los estudiantes. No es el único. Otras facultades también se han organizado para realizar bazares en épocas especiales, mientras que otros tantos lo hacen semanalmente.
Destaca la Facultad de Ciencias Políticas, pero también la de Filosofía y Letras, ubicada en el corazón de Ciudad Universitaria, con un bazar que, de igual manera, creció con gran rapidez durante este semestre. La Facultad de Ingeniería y la mayoría de las Facultades de Estudios Superiores (FES) tampoco se quedan atrás: Aragón, Acatlán, Iztacala y Cuautitlán se han unido.
Esa es la micro realidad que refleja la crisis de una ciudad y hasta del país…
El dinero escasea
Leslie lleva poco tiempo administrando este pequeño negocio en la universidad. Comenzó vendiendo ropa que una vecina mayor le regaló. “Me costó seis días. Sí fue complicado porque era mucha ropa y la transporté del metro hasta acá”, relató.
Luego de días de regateo de sus compradores, especialmente estudiantes, logró conseguir el dinero para invertirlo en comida, una mejor apuesta para vender. “Invertí en caja de pizza, me preocupaba que no se vendiera porque se enfría, pero pues sí la compran”, agregó.
La familia de Leslie se integra por cuatro personas (incluyéndola), y una sola persona es económicamente activa: su papá. “Él recibe como cuatro mil al mes y pues no alcanza”, detalló.
La joven estudiante, que tiene intención de convertirse en periodista, decidió comenzar a vender en la facultad a raíz de la escasez de dinero en su hogar, pues se invierten cerca de 600 pesos al mes para sus estudios, sin contar los gastos académicos de su hermana.
Pero Leslie es uno de decenas de casos en la metrópoli y en el país, y lo que se vive en la UNAM es sólo un ejemplo.
Ella forma parte de los 229 mil 268 alumnos que la máxima casa de estudios registró durante el ciclo escolar 2021-2022, en todo tipo de carreras y en sus distintas facultades.
También forma parte de este círculo de estudiantes que ha decidido dividir su tiempo entre escuela y trabajo informal para generar ingresos y poder continuar estudiando.
Las cosas no siempre han sido así en la facultad. Antes de la pandemia por Covid-19, el patio era un espacio para la reunión más para los grupos de amigos o para aquellos compañeros que necesitaban de un lugar para terminar su tarea o estudiar.
Ahora, en un día tranquilo la explanada vislumbra una veintena de puestos; mientras unos llegan, otros se van. Sin embargo, este espacio se vuelve un verdadero tianguis los días viernes, pues todas las mesas son ocupadas al igual que algunos espacios en el piso, que dificultan el tránsito de las y los curiosos.
Algunos estudiantes se animan más que otros durante la venta de sus productos. Hay quienes los ofertan en voz alta y con carteles llamativos, mientras otros colocan una bocina a alto volumen para llamar la atención de los transeúntes. Otros simplemente esperan la llegada de los clientes en silencio, mientras adelantan tareas, leen o platican con algún conocido.
Entre el mar de jóvenes que vende y compra en este bazar sobresale un par de personas adultas, que han comenzado a ayudar a sus hijos o hermanos para que estos puedan asistir a sus clases. Joselin, de 28 años de edad, es una de ellas. “Yo los días que puedo apoyarla, que son por regular martes y jueves, vengo y ayudo a vender. Solo entregó cuentas”, dice entre risas.
La vida cambia
En el caso de Leslie su itinerario de actividades se vio modificado cuando comenzó con su puesto. Antes, su estancia en la facultad solamente era para estudiar en el turno vespertino: de 15:00 a 21:00 horas. Ahora sumó cerca de tres horas para vender sus productos, sin contar el tiempo que ocupa para ir a comprarlos.
“No pretendo dejar de lado la escuela por esto, porque si trabajo es para estudiar, entonces no tendría mucho sentido. Cuando vengo son como tres horas, dos veces a la semana”, explicó.
Un gran porcentaje de los alumnos que decidieron iniciar ventas en la facultad coincidieron en que están preocupados por sus ingresos familiares e individuales. Sin embargo, este factor solamente se agudizó con la pandemia, misma que incrementó la deserción escolar y que responde en gran medida a la disminución de la economía familiar.
En septiembre de 2020, primer año de la pandemia, la máxima casa de estudios advirtió que 72 mil alumnos en todos sus niveles estaban en peligro de abandonar sus estudios.
Pero no es sólo la UNAM. De acuerdo a la Encuesta para la Medición del Impacto Covid-19 en la Educación (ECOVID-ED) elaborada por el Inegi, de un total de 33.6 millones de estudiantes inscritos en el ciclo 2019-2020 alrededor de todo el país, 738.4 mil no lo concluyeron, 181.3 mil correspondieron a la educación media y 89.9 mil al nivel superior.
El motivo principal fue la pandemia por Covid-19, ya que 22.4% manifestó que la fuente principal de ingresos se quedó sin trabajo —o estos se vieron reducidos drásticamente—, mientras que 17.7% no pudo continuar con sus estudios por la misma razón, pero en distinta manifestación: carecían de algún dispositivo móvil para tomar clases en línea o no contaban con conexión a internet.
“En la pandemia no alcanzaba, y ahorita con mi hermana y yo yendo a la escuela…son transportes y comidas”, enfatizó Leslie, “aquí andamos, juntando unos pesos para ayudar”.
Apropiación de los espacios
¿Pero cómo es posible que los estudiantes puedan simplemente poner su puesto y vender? En realidad no fue fácil ni rápido. La apropiación de la explanada baja se dio de manera gradual.
Si bien es cierto que varios alumnos ya vendían comida y productos mucho antes de la pandemia, no era común ver este espacio abarrotado de distintos puestos como comenzó a observarse en el semestre que comenzó el 8 de agosto de 2022.
Fue después de la kermés mexicana, la del 14 de septiembre del año pasado, cuando la comunidad estudiantil de Políticas fue apropiándose lentamente de este espacio para convertirlo en el “bazar”, en el que, incluso refieren los mismos alumnos, han ingresado a vender personas externas a la universidad, encontrando una oportunidad para ofertar sus mercancías sin tener que tramitar ningún permiso especial.
Leonardo, de 20 años de edad, es de los alumnos que lleva más tiempo vendiendo durante este semestre. Según recuerda, fue entre el 24 y 25 de agosto cuando comenzó a vender tortas veganas ante la necesidad de generar un ingreso económico propio.
Con los ingresos que obtiene diariamente ha podido empezar a ver por sus propias necesidades sin tener que depender de su familia, en el que es su tercer semestre escolar de un total de ocho. “Mi familia ya sabe que puedo ver por mi comida, por mi parte de la casa, de los víveres, el gas y todo eso”, comentó.
›Invierte un aproximado de 14 horas a la semana en la compra de los ingredientes y la preparación de los alimentos, además de las dos horas que utiliza tres días a la semana para vender las tortas, mientras espera que dé inicio su clase de las 15:00 horas. Pero, a diferencia de Leslie, Leonardo ha tenido dificultades para lograr separar sus tiempos escolares del trabajo. “Pasó mucho que, de la clase que yo tengo de 11 a 1, llegaba tarde porque se me dificultaba vender todas las tortas; prefería quedarme a venderlas. Muchas veces también se me dificultaba saber mis tiempos de preparación, entonces me comía los tiempos, salía tarde y ya no llegaba a mi clase”, relató.
En este bazar también hay personas que no tienen que organizar su agenda escolar diaria para vender algo en la facultad, como es el caso de Jazmín y Carolina, que vienen juntas a ofrecer ropa de segunda mano los jueves y viernes. Jazmín fue estudiante de la carrera de Antropología, pero se dio de baja durante la pandemia, mientras que Carolina no es ni fue estudiante de la UNAM; empezó a vender en la universidad por recomendación de su amiga.
Lo mismo sucede con Elena, de 28 años de edad, quien sólo acude una vez a la semana porque los demás días tiene un trabajo formal. Toma clases los días sábados, ya que está inscrita en el Sistema de Universidad Abierta y Educación a Distancia (SUAyED) de la facultad. Elena ya tiene experiencia en el comercio informal. Su mamá es comerciante desde hace 25 años y conoce cómo funciona la venta de artículos a través de internet, ya que ésta fue la principal fuente de ingresos de su familia durante la pandemia. “Ya cada ratito que tengo libre lo ocupo en vender”, comentó.
Elena pensaba que en la facultad estaba prohibido vender, pero, al inicio del semestre, vio que personas ofertaban sus productos y comida en el grupo estudiantil. “No sé como surgió todo esto, pero ha crecido. Es un ambiente muy seguro”, aseguró.