La fórmula para entender la marcha del próximo domingo es muy simple y está a la vista de todos los ojos. Hay que revisar la mañanera y analizar todas aquellas acciones que ha tomado como ejemplo el presidente Andrés Manuel López Obrador para señalar que sus opositores están muy enojados porque las cosas le están saliendo bien. Hay que escuchar lo que presume de sus megaobras y lo que todos los miércoles trata de desmentir. Una vez que usted enumere invierta su valor: lo que diga el presidente que va muy bien, es que en realidad va muy mal. La marcha ciudadana del 13 de noviembre, que sintetizó esas deficiencias y fracasos lo exasperó, porque sin proponérselo lo arrinconó y obligó a reaccionar.
El presidente tuvo una encerrona con su jefe de propaganda, Jesús Ramírez Cuevas, y el coordinador de asesores, Lázaro Cárdenas, donde manifestaba, dijeron funcionarios que conocen del encuentro, su desesperación al no encontrar salidas a los problemas que lo están desgastando aceleradamente, y que se están volviendo más difíciles de resolver. La Presidencia lo rebasó; los problemas también. La marcha ciudadana lo desesperó, y en las reuniones que sostuvo se quejó de que lo dejen solo para defender sus proyectos y decisiones.
López Obrador no ha dado señales de saber cómo resolver la problemática que tiene enfrente, pero sí ha mostrado una brújula perdida. En esa reunión, como catarsis, se remontó al pasado quejándose que nadie salió a respaldarlo cuando canceló el aeropuerto de Texcoco, que no ha dejado de ser una decisión cuestionada y bajo litigio político interminable. No ha podido neutralizar las críticas ni descalificar las analogías con el aeropuerto “Felipe Ángeles”, convertido hoy en el elefante blanco más grande en la memoria.
La crisis personal que estaba engullendo al presidente se frenó cuando Ramírez Cuevas, que lo tiene controlado y manipulado, le dio el dulce que buscaba su boca. Si propios y extraños reconocen que lo que mejor hace es campaña, ¿por qué no responder la marcha con una movilización? Después de todo, como le dijo, la mejor forma que ha tenido de defenderse de las críticas es tomar las calles y alimentar la protesta social. De qué tamaño debe ser la debilidad que siente López Obrador, que cuando aprobó la idea de su vocero, también ignoró que aquello era desde la oposición, y ahora es Presidente.
López Obrador puso toda la operación del 27N en movimiento, que es lo único que ha sido de importancia en Palacio Nacional desde el martes de la semana pasada. ¿De qué tamaño querían la marcha? Ramírez Cuevas y Cárdenas propusieron que fuera cuatro veces más grande que la de los ciudadanos, y que se buscara movilizar a muchas personas de perfil socioeconómico similar al de la marcha ciudadana, para contrarrestar la idea de que López Obrador perdió a las clases medias. Pese a ello, de acuerdo con los primeros preparativos, será una movilización corporativa y clientelar.
La tarea enfocada en los perfiles socioeconómicos se le encargó al gabinete, salvo a la Secretaría del Bienestar, a la que responsabilizaron de movilizar a los adultos mayores, a los jóvenes reconstruyendo el futuro y a todos aquellos beneficiarios de programas sociales. Al secretario de Gobernación, Adán Augusto López, le encargaron que pidiera a los gobernadores de Morena y a los líderes del partido en donde son oposición, cuotas de participación para la marcha del próximo domingo, y que también realicen movilizaciones ese mismo día para poder vestir el día como un gran acto popular nacional. López Obrador quiere mostrar que tiene gravitas para trascender históricamente, su única obsesión.
Desde la semana pasada se pidió a los gobernadores y funcionarios que fueran discretos, para evitar filtraciones sobre el uso de dinero público para la movilización. Sin embargo, las cosas no salieron como se había pedido porque se han dado resistencias a una movilización forzada y bajo amenazas de perder empleos o programas sociales, que están siendo respondidas con filtraciones a la prensa de las acciones para el acarreo.
La marcha no va a ser en el fondo una demostración de fortaleza, sino distracción de debilidad. En la mañanera han ido apareciendo las críticas que más le duelen.
Por ejemplo, presume lo que están haciendo en salud y todavía dijo hace poco que, aunque se burlen de él, al terminar el sexenio el sistema va a ser similar al de Dinamarca. Pero el sistema de salud que promueve es inexistente. No hay medicinas en muchos hospitales, ni tampoco instrumentos. Hay clínicas donde doctoras y administradoras urgen a quienes llegan con emergencias, que se lleven a sus pacientes a hospitales privados, porque saben que no pueden atenderlos y tampoco quieren que se mueran ahí.
Es falso que no aumenten los combustibles, y los alimentos, y los servicios básicos. Es mentira que la economía va por buen camino. Es falso que la seguridad mejorará. Al final del sexenio, ya se está previendo, los indicadores generales serán peores que aquellos con los que recibió el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. Peor aún, sus megaobras se quedarán en monumentos a la incompetencia, como el aeropuerto “Felipe Ángeles”, imposible de hacerlo funcional si carece de conectividad terrestre. El Tren Maya, probablemente ni siquiera quedará concluido en su ruta original. La refinería de Dos Bocas quizás no va a poder producir un barril de petróleo en este sexenio.
López Obrador ya se dio cuenta que gobernar no es fácil, y que la incompetencia de su equipo ya se convirtió en un lastre porque él solo, en la mañanera, no puede revertir el rumbo de sexenio que avanza aceleradamente a ser perdido. La concentración en el Zócalo buscará darle combustible y recuperar la retórica de que su movimiento es popular, que busca desterrar los privilegios y combatir la corrupción. En la práctica, esto también es falso, pero esta semana su equipo preparará el mensaje, la narrativa y la campaña mediática para seguir ocultando el fracaso de su administración.
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Nota: Esta columna se va unos días de vacaciones.