La polarización en México tiene un nuevo caballo de batalla y un gran distractor, la estigmatización de legisladores de oposición, ambientalistas y periodistas como “traidores de la patria”. El grupo de “traidores” irá creciendo en la medida de las necesidades del presidente Andrés Manuel López Obrador para ocultar las realidades que lo acechan: la debacle en la estrategia de seguridad, la crisis económica que viene, y la corrupción rampante en su gobierno y entre sus cercanos, que cada vez se vuelve más evidente y cada vez se documenta de manera más amplia.
El efecto en el corto plazo del nuevo discurso es la violencia retórica que no tardará en desbordarse hacia lo físico, y en el largo, la construcción de condiciones irreversibles para que, en 2024, una vez que López Obrador termine su mandato como presidente, comience una larga noche de los cuchillos largos por los odios que están cosechando. Este momento no parece que el presidente, ni sus cercanos, ni sus incondicionales, están tomando en cuenta, pese al encono agravado que ha partido a la sociedad.
Una encuesta publicada ayer por
El Financiero
mostró que si bien el 60% de las personas estuvieron en desacuerdo con la etiqueta de “traidores de la patria”, al 33% les parece bien puesta. López Obrador, probablemente el presidente que más usa las encuestas para gobernar, debe pensar que los déficits y lastres que arrastra son tan grandes, que aun cuando tiene un apoyo minoritario en este tema, es menos costoso frente a la alternativa de no ocultar la realidad. Su carrera será contra el tiempo, lo que definirá si su estrategia fue la adecuada, pero más allá del éxito o el fracaso de ella, las consecuencias sociales serán irreversibles.
Para quienes se encuentren sorprendidos de lo que pasa, les ayudaría recordar Tabasco a mediados de los 90’s, cuando tras perder la gubernatura con Roberto Madrazo, López Obrador inició una campaña que dividió a la sociedad, que nunca logró restablecer su tejido. Quienes vivían en la Ciudad de México en el primer lustro de este siglo, saben que el proceso del desafuero lo volvió a colocar en la ruta de la polarización que fracturó a los capitalinos, sin que hayan terminado de restaurar las heridas. Su derrota en la elección presidencial de 2006, incrementó su rencor y sed de venganza.
La calidad de la polarización hoy en día es muy diferente, porque la alimenta desde la Presidencia, donde su capacidad para magnificar el discurso de odio es inmensa frente a las débiles barreras que cualquiera pueda oponerle. También, a diferencia de anteriores momentos donde utilizó ese recurso como arma política, el coro de los multiplicadores del mensaje tiene acceso a múltiples tribunas para expandir la consigna, utilizando un lenguaje violento.
Fusilarlos con una pluma, como dice el coordinador de Morena en la Cámara de Diputados, Ignacio Mier, o llevarlos al paredón y señalarlos, como plantea el líder de Morena, Mario Delgado, son palabras que evocan lo que hicieron los nazis con los triángulos amarillos para identificar a los judíos, o la estigmatización que condujo al genocidio en Ruanda. Si bien puede plantearse de manera objetiva que no hay condiciones análogas con la Alemania de los 40’s o aquella nación en el corazón verde de África en los 90’s, también se puede anticipar que la actitud pendenciera, amenazante e irracionalmente -porque no tiene ningún sustento real la acusación de “traición a la patria”- excluyente, va a tener consecuencias. Elevar el discurso político a una acción penal, como plantea Morena, lejos de intimidar, envalentonará a muchos que afilarán sus cuchillos.
Nada es para siempre en política, y los excesos que se están cometiendo hoy en día, tendrá secuelas. López Obrador termina su mandato presidencial el último día de septiembre de 2024, y se irá a Palenque. Se llevará con él su carisma, su talento manipulador, su discurso teológico y su capacidad para comunicar de manera simple temas complejos. Pero también dejará anidado el odio, que probablemente no tenga una repercusión directa contra él, mas no así contra sus cercanos. Existe la posibilidad de que, dependiendo de quién llegue a la Presidencia, quieran pasar las facturas de sus ataques a sus hijos mayores, aunque podría dejarlos bien blindados como lo hizo Enrique Peña Nieto con él. Pero ¿y los demás?
Hace algún tiempo decía un empresario que iban a “perseguir” a Santiago Nieto, en ese entonces jefe de la Unidad de Inteligencia Financiera, “hasta que se muriera”, sugiriendo una persecución legal por los excesos y abusos que cometió. Algo similar puede venir contra los responsables de extorsiones y chantajes a empresarios en el gobierno para satisfacer los deseos de López Obrador, de los linchamientos públicos para neutralizar y liquidar políticamente, y de los inventos de casos judiciales para justificar la promesa electoral de combate a la corrupción, que han afectado y lastimado a muchos, que se replegaron y quedaron callados por el entorno de falta de estado de Derecho.
Todas estas arbitrariedades han sido posibles por la fuerza de López Obrador, que garantiza impunidad e inmunidad para todos esos atropellos, porque él es el arquitecto motivador de los excesos. Una vez fuera del poder, quienes hoy son los voceros del comité de salud mexicano, se quedarán sin su halo protector. La pregunta que deberían de hacerse algunos de los más radicales promotores del odio, es qué sucederá a la mañana siguiente, con una larga vida pública y productiva por delante. ¿Pensarán que todo será igual?
Habrá quien sea castigado con el ostracismo, pero otros tendrán que enfrentar en tribunales la cacería jurídica a la que serán sometidos. Las tempestades que van a enfrentar las han sembrado y las siguen acicalando, sin querer ver que, sin López Obrador en la Presidencia, su vida, por el grado de sevicia con la que han actuado, podría ser más miserable y azarosa de lo que hasta ahora han impuesto sobre muchos mexicanos. El fuego con el que juegan los quemará.
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