Después de ver la forma como Marcelo Ebrard manejó la comparecencia pública este lunes, tras forjar un acuerdo con los hospitales privados para que se sumen al esfuerzo en la lucha contra el coronavirus de manera voluntaria, el presidente Andrés Manuel López Obrador debe estar tranquilo. Tiene en el secretario de Relaciones Exteriores, su cargo nominal, lo que ha venido adoleciendo durante el sexenio, a un auténtico líder de gabinete, capaz de resolverle los principales problemas, en el momento más complejo de su sexenio. Lo que ahora tendría que hacer, si está dispuesto a que crezca como el sucesor eficaz que necesitará para consolidar su proyecto, es que lo cuide y no lo traicione.
Ebrard ha demostrado en anteriores ocasiones su capacidad con encargos especiales, donde otros miembros del gabinete han fracasado. Lo hizo abiertamente cuando impidió la imposición de aranceles en represalia por el incremento exorbitante de la migración –entrando a resolver políticamente lo que las secretarias de Gobernación y Economía no podían-, atemperando las diversas crisis y enfrentamientos con Estados Unidos por temas de seguridad, y en los últimos días contribuyendo a que la negociación de México con la OPEP+ no terminara en un desastre –rescatando a la secretaria de Energía, Rocío Nahle-.
Lo último que concretó es el acuerdo con los hospitales privados para que apoyen al gobierno en la lucha contra el coronavirus, de una forma en la que, como lectura colateral de lo firmado en Palacio Nacional este lunes, el choque creciente con los empresarios, que escaló a niveles impredecibles la semana pasara, tuviera un día de respiro y mostrara la posibilidad de restablecer lo que esbozaba una relación rota. Si por el tema de salud y la economía se fracturó una frágil pero continua relación entre el presidente y los empresarios, por las mismas razones Ebrard ayudó a levantar ese puente semi destruido.
El acuerdo, tal como se anunció, permitirá que todas las personas que requieran de atención médica que no sea relacionada con el coronavirus, pueden acudir a una de las instituciones privadas en el país dentro del pacto –prácticamente todas son cadenas de hospitales con cobertura nacional- donde se les atenderá de manera gratuita, como si acudieran a una institución pública, las cuales serán dedicadas a atender el Covid-19. Los hospitales no obtendrán ganancia alguna de sus servicios, mientras que el gobierno pagará a costo del Seguro Social. Es un acuerdo donde todos ganan y descarga tensiones sobre el sistema de salud del gobierno.
El acuerdo comenzó a perfilarse, como iniciativa que salió de los privados, hace poco más de tres semanas, y se volvió estratégico desde hace dos, luego de que el gobierno emitiera el decreto de alerta sanitaria, en donde se abrían las puertas para que, en caso de que el sistema de salud público quedara rebasado para enfrentar la crisis del coronavirus, pudiera intervenir los hospitales privados y nombrar, durante el tiempo que durara la emergencia, a un director. Conocidas las experiencias con la gran parte del gobierno federal, particularmente en el sector salud, probablemente sería desastroso para los hospitales privados.
Ebrard fue el responsable de llevar la negociación por parte del gobierno, lo que quedó demostrado durante el acto de este lunes, cuando al hablar en nombre de los hospitales privados, Mario González Ulloa agradeció primero al canciller de lo logrado, y en segundo término al secretario de Salud, Jorge Alcocer. Ebrard realizó las negociaciones directamente con quien llevó la voz de los hospitales privados, Olegario Vázquez Aldir, a quien el presidente le tiene confianza. Firmado el acuerdo en lo esencial, viene la parte sustantiva, que tiene que ver con la duración de esta situación extraordinaria. En esta etapa sólo hay incertidumbre, como en el resto del mundo, donde discuten en este momento cuándo podrá a restablecerse la actividad pública, y dependerá más de Salud que de Ebrard.
Pero es altamente probable que las cosas vuelvan a recaer en él. El canciller está haciendo lo que debieron haber hecho Alcocer y su subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell: aprovisionarse de insumos. Los más altos responsables de enfrentar la crisis epidemiológica, leyeron mal sus modelos matemáticos y autorizaron la venta de insumos y equipos para enfrentar el coronavirus, mientras que el resto del mundo hacía lo contrario: compraba lo que había en el mercado mundial o prohibía su exportación. Ebrard abrió las puertas de China y López Obrador ha hecho lo mismo con Estados Unidos.
Este tándem lo han venido haciendo desde las negociaciones del acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá, cuando las encabezaban el equipo del ex presidente Enrique Peña Nieto. Ebrard traducía a López Obrador los tecnicismos del acuerdo y explicaba sus consecuencias. Pero aún después de esa experiencia y las intervenciones extraordinarias que hizo en momentos críticos con Estados Unidos, López Obrador no parece tenerle aún toda su confianza.
El corazón del presidente y de su familia sigue latiendo por Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la Ciudad de México, quien pese a haber actuado con diligencia en esta crisis, a contra corriente en ocasiones de López Obrador, no deja de ser apéndice de él. Ebrard tiene vida propia. Su problema es precisamente lo que debía ser virtud, su capacidad, en un hábitat de incompetentes, mediocres y ambiciosos.
El 12 de junio del año pasado se describió en este espacio a Ebrard como vicepresidente, por las tareas que le asigna López Obrador. Aquella visión se ha fortalecido desde entonces. La duda actual no es sólo qué quiere hacer su jefe con él, sino qué sería del gobierno sin él. A López Obrador no le alcanza solo para jalar a un gobierno de enanos. Lo necesita hoy y lo necesitará después. Pero esa decisión, que lo definirá, sólo él la tomará.
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