Claudia Sheinbaum, literalmente, bateó a Marcelo Ebrard y a sus pretensiones para evitar asimetrías en el proceso de selección de la candidatura presidencial de Morena y que se coloquen en el aparador de la opinión pública para que los midan y los juzguen. La jefa de Gobierno dijo que ni ve la necesidad de renunciar, ni tampoco ve conveniente debatir en el primer trimestre del año. En el primer caso, porque fue electa, que es una respuesta bastante débil; en el segundo, para no quitar reflectores de las elecciones para gobernador en el estado de México y Coahuila, que es una reacción cuestionable.
Lo que trasluce es que Sheinbaum no quiere tener un careo frente a la opinión pública sin la protección del presidente Andrés Manuel López Obrador. Sin él, Sheinbaum sería una militante de izquierda reconocida, pero sin el tamaño o los méritos para aspirar a la Presidencia. De su mano, Sheinbaum es la principal contendiente a la candidatura. Se entiende de esta forma su rechazo a las propuestas de Ebrard, pues sus promociones nacionales carecerían del acarreo de quienes acuden pensando que con el respaldo de López Obrador será la próxima presidenta, y los apoyos económicos que ha recibido no tendrían la fluidez actual.
Sheinbaum aparece puntera en prácticamente todas las encuestas que están mirando al 2024, pero se podría argumentar que es un dato artificialmente inflado por la percepción de que es la candidata de López Obrador. Y lo es, hasta este momento, pues aunque parezca estar caminando firmemente hacia la candidatura presidencial bajo su manto protector, no se podría asegurar que dentro de unos 10 meses, cuando se defina quién tomará el bastón de López Obrador, será lo mismo. La jefa de Gobierno ha tenido un fuerte desgaste en el cargo, que en varias ocasiones ha molestado al Presidente y a través de terceros ha recibido varios extrañamientos.
Desde hace meses el Presidente considera que Sheinbaum tiene muchos problemas en la Ciudad de México que no ha podido resolver satisfactoriamente. En noviembre ordenó la creación de un grupo político alterno, en donde figuran el director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett, y el fiscal general, Alejandro Gertz Manero, para que le ayuden a darle gobernabilidad a la capital federal. El Presidente tampoco confía en el secretario general de Gobierno, Martí Batres, a quien ha excluido sistemáticamente de decisiones y acciones clave, como la planeación de la contramarcha del 27 de noviembre.
Pero aun así, siguen los problemas, como sucedió la semana pasada donde un pésimo manejo de su gobierno para llevar a cabo las obras de drenaje en San Gregorio, Xochimilco, produjo manifestaciones, bloqueos y enfrentamientos en esa zona, que la llevó a cancelarlas. Otro problema que llegó al despacho de López Obrador -del cual no se sabe aún la conclusión- es el acuerdo que firmó en octubre con la plataforma Airbnb y la UNESCO para promover la Ciudad de México como “capital del turismo creativo”, que de acuerdo con el análisis que le presentaron al Presidente, provocaría el fenómeno de la gentrificación, donde se da la transformación de barrios deprimidos -clases medias y bajas- en zonas de moda, con viviendas de lujo, restaurantes y boutiques, por el desplazamiento de personas a otras zonas de la periferia ante el encarecimiento de las viviendas. La jefa de Gobierno ha dicho que eso no sucederá.
La jefa de Gobierno ha actuado como un mal clon del Presidente, al ser como un eco de todos los pronunciamientos que hace López Obrador y respaldar todas sus posiciones, como las que tuvo contra las feministas, que sólo al ver el daño que le estaba causando, buscó tener un aproximamiento que no tuvo éxito. Los colectivos feministas, cuyo antagonismo con el Presidente no resolvió Sheinbaum, se ha convertido en uno de los temas electorales que se han tocado con López Obrador, por el riesgo potencial que pudiera tener con un importante segmento del electorado.
Sheinbaum está totalmente plegada a lo que indique López Obrador, lo que es una afirmación retórica ante los hechos. No sólo en el discurso, sino en las acciones. Quería el Presidente que la marcha del 27 de noviembre mostrara caudales de gente sobre Paseo de la Reforma, y Sheinbaum organizó corredores de movilizados por su gobierno para que ayudaran a generar esa percepción. López Obrador le pidió elevar a rango constitucional el programa social “Mi beca para empezar”, y se lo cumplió en noviembre al ser aprobado en el congreso local, mayoritariamente por Morena, los verdes y el PT, aunque de manera discriminatoria porque se excluyó a los menores de escuelas partiticulares.
Siempre quiere quedar bien Sheinbaum con el Presidente, pero no siempre puede. En ocasiones le sale el rencor que esconde. Un ejemplo de ello fue cuando declaró en vísperas de la celebración del Gran Premio de México de Fórmula Uno, que ella no iría al autódromo porque era un evento “fifí”. Hubo varias protestas por esta declaración, como la del diputado morenista Antonio Pérez Garibay, padre de Sergio Checo Pérez, que le envió una tarjeta al presidente para solicitarle le recordara que había un compromiso federal para que el Gran Premio se siguiera corriendo en la Ciudad de México hasta 2025. Por medio de su coordinador de asesores, Lázaro Cárdenas, le pidió abstenerse de decir frases desafortunadas. Otro ejemplo donde se agachó fue con el tren rápido México-Toluca, que visitó en su campaña para la jefatura de Gobierno y dijo que allí haría un museo sobre la corrupción. Recientemente apareció en una foto con el Presidente, el gobernador del estado de México y el secretario de Comunicaciones, donde se anunció que estará listo en un año.
Sheinbaum ha tenido muchos traspiés, pero sigue siendo la favorita de López Obrador para que se quede con la candidatura presidencial. La doctora conoce sus vulnerabilidades a través de los regaños de Palacio Nacional y no puede abrirse más frentes. Renunciar y debatir con Ebrard en primavera, definitivamente, sería un suicidio para ella.
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