Si a gritos mañaneros buscaba su atención, el presidente Andrés Manuel López Obrador lo logró. Este jueves, el presidente Joe Biden anunció el relanzamiento de la lucha de su gobierno contra la corrupción, pero como parte fundamental de la seguridad nacional de Estados Unidos. Sin darle rango de interlocutor a su contraparte mexicano, Biden afirmó que
en el mundo a la sociedad civil -como Mexicanos Contra la Corrupción-, a los medios -como los que dijo que reciben de la Embajada de ese país en México “maíz con gorgojo”- y a quienes vigilen y obliguen a los actores políticos a rendir cuentas, para fortalecer su capacidad para seguir denunciando la corrupción de líderes, empresas y organizaciones criminales trasnacionales en sus países de origen.
Biden, sin querer, le pegó a López Obrador con la puerta en la nariz, quien su obsesión contra la ONG, Mexicanos Contra la Corrupción la convirtió en una nota diplomática de la Cancillería al Departamento de Estado, reclamando que financiaran -marginalmente, por cierto-, a esa organización, sin dejar de protestar reiteradamente en las mañaneras que el gobierno de Estados Unidos, al que varias veces llamó “golpista”, no respondiera su exigencia. En efecto, ni se ocuparon de él, ni quitó el sueño a nadie en Washington.
El jefe de la Casa Blanca publicó un
de seguridad nacional para el Estudio de la Lucha contra la Corrupción, que “ataca la fundación de las instituciones democráticas, conduce e intensifica el extremismo y facilita a los regímenes autoritarios corrosionar la gobernanza democrática”, que inopinadamente es un traje a la medida de López Obrador, y de otros colegas suyos como Nicolás Maduro de Venezuela, Víktor Orban de Hungría, Narendra Modi de India, o Jair Bolsonaro de Brasil, como enlistó la semana pasada el semanario británico
The Economist, que tanto indignó al presidente mexicano.
La palabra gobernanza que está siendo usada repetidamente en el discurso estadounidense es un concepto que nació tras la caída del Muro de Berlín, que tiene que ver con la forma como se relacionan gobernantes y gobernados, y del fortalecimiento de las instituciones. Nunca había sido un tema de la relación bilateral de México con Estados Unidos, hasta ahora, no sólo por el marco de referencia del memorando de Biden, sino porque este miércoles en San José, Costa Rica, fue uno de los temas que trató el secretario de Estado, Anthony Blinken, con el canciller Marcelo Ebrard.
Al mismo tiempo que la Casa Blanca dio a conocer los documentos de apoyo a quienes son contrapeso de gobiernos corruptos, la vicepresidenta Kamala Harris habló por teléfono con el presidente López Obrador para informarle que dentro del paquete millonarios de vacunas anti-covid para el mundo, le donarían un millón de vacunas de Johnson & Johnson. En cuestión de minutos, el palo y la zanahoria. López Obrador agradeció el gesto de Biden, pero de su gobierno golpista que “maicea” a sus críticos, ya no habló.
Está claro que le tienen tomada la medida. De manera sutil, como en el arte del Jiu-jitso, que aprovecha la fuerza de quien embiste para derrotarlo, dominan a López Obrador, que arremete todas las mañanas con la impunidad que el poder absoluto en México le permite. Sus reclamos, cargados de la vehemencia y la retórica de los 70’s -otra realidad, otro mundo-, no han sido eficaces ni tenido éxito en el extranjero. Todo lo contrario. En algunos casos se le han revertido; en otros, han salido contraproducentes; en los menos, lo han engañado con cuentas de vidrio.
Es tan vociferante en las mañanas y tan absolutista sin dejar puertas de salida o espacios para rectificar, que el presidente, cuando lo paran en alto fuera de México, no tiene márgenes de maniobra y opta por guardar silencio. Será interesante ver si ante esta redefinición de la lucha contra la corrupción, que respalda a quienes tanto odia, observará la misma conducta en la mañanera de este viernes, o si alertado por los números negativos que le causaron los ataques a
The Economist
tras llamarlo “falso mesías”, se quedará callado como hizo estos días ante uno de los grandes diarios alemanes,
Die Welt, que también lo llamó “mesiánico”, y frente a
Le Monde, el vespertino francés, que señaló que su gobierno tiende al autoritarismo, como apuntó el semanario británico.
A López Obrador le encanta jugar con el fuego, pero cuando se quema se repliega. No le sucedería con tanta regularidad si fuera menos estridente y determinante en las mañaneras, donde las y los periodistas de carne y hueso, han exhibido su doble lenguaje, beligerante para la gradería y sumiso ante sus pares extranjeros. Recientemente, en la escalada de ataques a la Embajada de Estados Unidos por el magro financiamiento a Mexicanos Contra la Corrupción, le preguntaron si se quejaría directamente con Harris cuando se vean el próximo martes, pero dijo que no. Ningún reclamo directo a la vicepresidenta, como tampoco lo hizo al ex presidente Donald Trump.
Sus peroratas beligerantes buscan las audiencias domésticas -y domesticadas-, pero no vierte contra a quien aparentemente dirige sus ataques. Ante Trump rindió la política migratoria y de asilo para evitar aranceles a los productos mexicanos. Ante Biden se comió sus desatinos estratégicos y su rabieta por su victoria en la elección presidencial, para pedirle en dos veces vacunas anti-covid. Si López Obrador no ha sentido cabalmente la presión estadounidense, es porque no alcanza a decifrar los códigos, pero en su entorno saben que las cosas se están pudriendo.
La relación bilateral está montada en estos momentos únicamente en los temas que interesan a Biden, como lo verá ratificado cuando la próxima semana dialogue con Harris. Con palos y dulces, la Casa Blanca está alcanzando sus objetivos de la misma manera como Trump logró los suyos. El presidente López Obrador podrá seguir utilizando Palacio Nacional para sus diatribas sonoras, pero en la política que cuenta, su voz no se oye ni su figura pesa.
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