El semanario británico The Economist siempre ha tenido un apetito crítico contra los autócratas y los populistas. Durante más de una década ha sostenido una fuerte batalla pública y judicial contra Silvio Berlusconi, el empresario convertido en político de extrema derecha que llegó a ser primer ministro de Italia. Ha dejado clara su animadversión frontal contra el presidente ruso Vladimir Putin a quien considera un represor y se ha detenido apenas en el umbral de la puerta antes de llamarlo asesino. A los dos les ha dedicado portadas en sus seis ediciones globales, que tienen una circulación combinada de más de un millón y medio de ejemplares, pero no han sido los únicos líderes autócratas dibujados por sus finas plumas. Jair Bolsonaro, Viktor Orban y Narendra Modi han sido cuestionados por erosionar las normas democráticas y ahora han volteado a ver al presidente Andrés Manuel López Obrador, a quien llaman “el falso mesías”.
López Obrador, un político mercurial e incandescente, vitriólico y rencoroso, difícilmente se quedará callado. Hoy en la mañanera habrá un interés morboso en espera de los epítetos que tendrá para
The Economist, una
publicación defensora del liberalismo desde su fundación en 1843, con un liderazgo e influencia en el mundo como pocos otros medios. Para el presidente, todos aquellos que no piensan como él son “conservadores”, un cliché que puede mejorar en su próxima definición del semanario -este es un consejo no solicitado- si emplea la caracterización del representante de la “aristocracia financiera”, como alguna llamó Carlos Marx a la revista londinense.
El texto sobre “el falso mesías” no podía haber sido más brutal, por duro y golpear por debajo de la epidermis de López Obrador, un socialcristiano lleno de contradicciones ideológicas, a quien describe el semanario como un presidente que piensa viejo y es incompetente en su gestión, pero sobre todo, al resaltar la manera como va minando las instituciones y los órganos que sirven de contrapeso y rendición de cuentas al poder, considera que “es un peligro para la democracia mexicana”.
La portada diseñada por un ilustrador mexicano, Israel Vargas, está llena de símbolos, como la militarización y su dependencia -en la semiótica del dibujo- de los generales, o Pemex, Dos Bocas y Santa Lucía, como símbolos de sus proyectos de gran calado, aparecerá en la edición latinoamericana (2% de la circulación total) que sale hacia sus suscriptores los sábados. Las otras cinco ediciones llevarán diferentes portadas, pero todas publicarán el “leader”, como llama la revista sus editoriales institucionales, sobre López Obrador, así como una crónica de su corresponsal Sarah Birke -recién desempacada de la oficina en Tokio, una sociedad igual de compleja que la mexicana-, titulada “el puritano de Tepetitán”, donde se encuentra la casa donde nació, sobre las elecciones del 6 de junio y cómo podrían “empoderarlo y regresar a México a los 70’s”.
El paquete editorial de
The Economist
generó reacción inmediata en México desde las primeras horas del jueves, al ser incorporado -como otros temas del semanario- dentro de los adelantos que empiezan a ser distribuidos a través de las redes sociales los jueves. Las frases de los subtítulos que acompañan los textos son bastante duros, como “los votantes deben reducir el hambre de poder del presidente”, o “López Obrador persigue políticas ruinosas por medios impropios”, refiriéndose a las artimañas que aprovecha, dentro del marco político democrático en el que vive México, para dañar la democracia. El semanario, sin embargo, cae en su vieja tentación, propia de un viejo imperio, de meterse en los asuntos internos mexicanos -que rebasan los parámetros de la libertad de expresión y sugerir la intervención de Estados Unidos.
“Estados Unidos necesita prestar atención”, dice The Economist. “A Donald Trump no le importaba la democracia mexicana. El presidente Joe Biden debe dejar claro que a él sí. Debe ser cuidadoso, porque los mexicanos son alérgicos por naturaleza a ser empujados por su enorme vecino. Pero Estados Unidos no debe cerrar los ojos al autoritarismo progresivo en su patio trasero. Así como el envío de vacunas de manera incondicional, Biden debe enviar advertencias discretas”.
El terreno para que López Obrador lo acuse de intervencionista está plano, y si así los denuncia tendrá razón. La soberbia petulante británica en su máxima expresión lo da el remate de su editorial. Pero además de arroparse en la bandera tricolor y buscar consenso contra el
enemigo externo, el presidente debe reflexionar sobre lo que está sucediendo. ¿Por qué una revista que defiende tan vehementemente el liberalismo político decidió confrontarlo? ¿Por qué se le están sumando adversarios a quienes consultan gobernantes e inversionistas en el mundo? Apenas el lunes pasado, la columnista de asuntos latinoamericanos del
The Wall Street Journal, la influyente voz del capitalismo norteamericano, Mary Anastasia O’Grady, escribió sobre una posibile victoria de Morena el 6 de junio, que “mataría el sueño de hacer de Norteamérica un continente estable con un libre mercado democrático”.
Estos disparos con tinta son precisos. Gobiernos e inversionistas están convencidos que sus acciones violan acuerdos internacionales, por lo que tuerce leyes y mina la democracia. López Obrador dejó de generar certidumbre sobre el respeto a la legalidad. Cuidado. El 85% de las exportaciones tienen a Estados Unidos como destino, y las remesas que se envían de ese país mantienen el tejido social y evitan que la pauperización creciente se convierta en violencia en las calles. Sí, la dependencia del norte es enorme.
Los márgenes de maniobra que tiene López Obrador son reducidos y no quiere aceptarlo, o no se da cuenta, o cree que puede seguir siendo impune. No se trata de que se subordine a nadie y pierda soberanía, por supuesto, pero no debe ser imprudente ni elevar su apuesta para hacer su voluntad rompiendo todo. De seguir así se va a dar un frentazo que nos afectará a todos. Si repasa la historia se enterará que cuando se agota la paciencia del norte, la primera embestida viene de la prensa.
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